La penitencia, en la vida espiritual de la Iglesia, guarda grandes riquezas, no solo en penitencias espirituales, como pago a las faltas, como nos impone el Sacerdote al absolvernos, sino también, nos invita a la penitencia corporal, como signo externo de dominio propio y de las pasiones, práctica que los Padres del Desierto estimaban grandemente, sobre todo en los momentos de tentación en la carne. La vida de los santos, han estado ligadas a la penitencia, la austeridad y la purificación. La disciplinas del silicio, el flagelo, que no han sido de manera alguna sacadas fuera de la piedad de la Iglesia, más sin embargo, son de rigurosa prudencia, por no caer en los excesos y gustos del cuerpo mediante ella, sino como verdaderos medios e instrumentos, para reprimir las pasiones desordenadas de nuestra frágil naturaleza.
Enseñaba la Santa Madre Teresa de Jesús, que es importante desconfiar de las almas que a base de mucha penitencia corporal buscan alcanzar la santidad. Y cierto es, pues más puede haber engaño del demonio en la tortura que verdadero amor a Cristo Crucificado por medio de la penitencia. Esta práctica es aún vivida por los Anacoretas, hermanos nuestros de probada vida espiritual que se alejan del mundo a la penitencia y a la oración como purificación, no solo propia, sino también para impetrar sobre la humanidad la Misericordia de Dios.
¿Podemos vivir como fieles la experiencia de la penitencia? Si, la invitación es universal, y es medio de santidad y de salvación. Más la penitencia corporal se reserva a la Autoridad de los Directores Espirituales, y siempre en obediencia a ellos, para no caer en excesos que hacen perder el valor de la penitencia. La oración también es un medio de penitencia para purificar el alma, la caridad al prójimo en la limosna y las Obras de Misericordia alcanzan del Corazón de Dios, gracias exquisitas de redención.
La Santísima Virgen en Fátima, exhortaba a los Videntes, a orar y a hacer penitencia por los pecadores, y no escatimaron ni aun las más pequeñas pruebas ofreciéndolas por todos los pecadores, para que no fueran al Infierno, incluyendo la penitencia corporal, reprimida por la Buena Madre, cuando se salía de la salud al cuerpo. Y el mismo Ángel les invitaba a ofrecer todos los sacrificios en penitencia por los pecados que ofenden a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. La penitencia es ofrecernos también a nosotros mismos en sacrificio de redención por el mundo entero, pues nos purificamos a nosotros mismos y somos corredentores en el plan de la Salvación.
Es por ello que la Iglesia invita a sus hijos en el camino cuaresmal a teñir nuestras frentes con la ceniza, en signo externo de la penitencia espiritual, y a revestirnos de la Gracia de Cristo Crucificado. No es la ceniza un signo mágico, ni es un gesto de la Iglesia para conferir el perdón de los pecados, sino como signo de preparación, e inicio del camino cuaresmal, en verdadera penitencia de amor y vínculo de reconciliación con Dios por medio de Cristo. La penitencia en Cristo es la Misericordia, el amor que se rebaja al pecador; “misericordia quiero y no sacrificios” (Os. 6,6), dice el Señor, la penitencia sin la misericordia no sirve de nada, si Dios, que es tan bueno nos perdona nuestras faltas, ¿no debemos acaso hacer lo mismo con el hermano? Al que mucho se le perdona, es porque mucho ha amado, pero en cambio poca capacidad de amar tiene el que poco se le ha perdonado, porque no ha encontrado la esencia de la Misericordia. Penitencia y Misericordia son inseparables, pues la primera clama para encontrar la segunda, y muchas veces el mayor sacrificio que podemos tener es el de ser misericordiosos con el hermano que erra, con el que me ofende, y es el que más necesitado esta de la Misericordia.
Penitencia, Penitencia, Penitencia, es el grito de los ángeles en este tiempo de pecado en que vive la humanidad, pero no somos penitentes, nos entregamos a nuestras pasiones en vez de frenarlas, así el alma no alcanzara misericordia, sino condenación el día del juicio. Meditemos.
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