domingo, 26 de febrero de 2017

Carta Abierta a los Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión


“Reconoced en el Pan lo que pendió en la Cruz;
En el Cáliz lo que manó del Costado
(San Agustín de Hipona, Obispo y Doctor de la Iglesia)


            ¿Quién es digno de tener entre sus Manos al Señor del Cielo y de la Tierra? ¿Quién puede sostener al Crucificado, sin siquiera temblar y derramar lágrimas de tenerlo entre los dedos?

            Hermano, tú has sido llamado de entre tus hermanos para una labor muy Extraordinaria, puesto que ningún laico es en sí mismo, digno de tal privilegio, sino solo el Ministro Sacerdotal, cuyas manos están ungidas para hacer que el Señor, baje de la Cruz al Pan Eucarístico durante el Santo Sacrificio de la Misa. Y aún con singular privilegio que Cristo otorga a la Iglesia, ninguna criatura humana ni angélica, es digna de tener al Señor entre las manos.

            Enseña San Juan Crisóstomo que Cristo, “no solo permitió a quienes le aman verle, sino también tocarle, y comerle, y clavar los dientes en su carne, y estrecharse con él, y saciar todas las ansias de su amor”. El Señor, se expone a nuestra ingratitud e indiferencia, como paciente cordero que se lleva al sacrificio, vuelve a encarnarse en las manos sacerdotales, para ser sacrificado por los hijos rebeldes, para ser despreciado y vilipendiado por nosotros pecadores ingratos.
           

¿Eres realmente consciente de este Don y Misterio? ¿Comprendes que la rigurosa cuenta que te pedirá en el día de tú Juicio Personal? Nada perdona el Padre cuanto el trato a Su Divino Hijo se le trate en el Santísimo Sacramento. Ni aún la más mínima negligencia que tengas hacia él. Sino la perdona del Sacerdote, cuanto menos de ti, hermano mío, que se te ha dado ese privilegio singular, no como distinción de virtudes, sino como una necesidad en la Vida de la Iglesia, cuanto el único que debe administrar a Cristo, ha de ser el Sacerdote, que le Consagra por mandato de Cristo y de la Iglesia. Por eso eres Extraordinario.

            Cristo, en la Cena Pascual, delego a sus Apóstoles el poder de renovar el pacto salvífico, cada Eucaristía renovamos mística y realmente la Pasión de Cristo, lo que aconteció en el Calvario, lo vemos velado en el Altar, la Santa Misa, no es un espectáculo, ni una obra de diversión, es la Obra de Dios, y ninguna devoción humana tiene el Valor de la Eucaristía, que es Cristo mismo que se ofrece al Padre, Cristo Sacerdote, Victima y Altar.

            Ministro Extraordinario de la Sagrada Comunión, examínate detenidamente. ¿Verdaderamente tu vida es modelo y ejemplo del Compromiso que te han dado? Triste es decir, pero cierto, que cualquiera puede ayudar al Sacerdote a dar a los Hijos el Pan de los Ángeles, más no cualquiera es capaz de entender el Misterio que implica realizar tal función, y si el Sacerdote debería temblar de amor y de temor al tenerlo entre las manos y hacer posible el Milagro de la Encarnación, tú no solo deberías temblar, sino tener firme el propósito de deshacerte de las manos si con ellas llegas a ofender al Señor que sostienes.



  ¿Nutres tu alma en la oración? Y no solo en la mañana o la noche, o antes de la Santa Misa, sino tal cual debe ser el valor de tu encomienda, orar siempre, orar sin cansancio, hacer de tu vida entera una oración. Y de la Oración tu propia vida. Mientras más unido a Cristo en el corazón de la Oración, más entenderás la grandeza de Cristo y la pequeñez de tu barro. Y no la oración como el formulismo de la plegaria marcada, sino en la libertad y en la inspiración que solo da el Espíritu Santo Paráclito. Aquel Espíritu que tiene el poder de dar la vida en los desiertos, y hacer brotar no solo ríos, sino torrentes de verdadera agua de vida. Ningún Ministerio, ningún Apostolado se sostiene sin la oración, sin estar de rodillas ante el Sagrario, es obra humana y por agrado humano, tendrá valor, más no el que debería tener ante Dios. La oración, hace brotar obras agradables a Dios, y hace germinar verdaderos frutos de Salvación.

            Ay de ti, laico, Servidor del Señor, que maltrates al Señor, pues como dice la Escritura: “más te valdría atarte una piedra al cuello y arrojarte al mar” (Mt. 18, 6), que con tus negligencias profanas, pisoteas y azotas a Cristo humillado en tus manos, que descuidas hasta la más mínima partícula que cae entre tus dedos. Ay de ti, que pierdes el sentido de tú lugar, donde no eres protagonista, y donde no eres el sacerdote para administrarte derechos que no te son conferidos. Que llenas de soberbia tu cabeza, y te sientas en un trono que no te ha sido dado.

            No has sido elegido realmente por ser lo mejor, que muchas almas son mejor que cada uno de nosotros. Has sido elegido por una necesidad. Más no es obligación que se desempeñe este Ministerio Extraordinario. Humíllate verdaderamente en la Presencia de Dios, que te ha llamado, y reconoce que no eres nada, y que Él que te ha creado, lo es absolutamente todo.

            En la asistencia a los Enfermos, reconoce que a quien llevas es a Cristo, el Verdadero Consuelo de los Enfermos, el Médico por excelencia, la Salud de las almas. Llevas a Cristo y como tal, debes llevar el consuelo de Cristo, las palabras de Cristo, no tus palabras. Toma el tiempo necesario para consolar a Cristo Pobre y Enfermo en tú hermano, a ese Cristo llagado que clama consuelo y atención. Eres el sembrador que prepara la tierra para la siembra, quien da paso a la acción del Sacerdote.

            Entrégate verdaderamente a cumplir fielmente aquello y solo aquello que manda la Iglesia en la persona del Sacerdote, siempre en la Reverencia a Cristo. En Obediencia al Sagrado Magisterio, no a las innovaciones y acciones del Sacerdote que solamente ponen en riesgo la Sacralidad del Sacramento. Mira y contempla que si tú fallas, Satanás está siempre al pendiente de ti. Y se recrea en cada sacrilegio que realizas a Tú Dios en la Eucaristía. Cada Sacrilegio es un acto de alabanza al maligno, que cree más que tú y que yo, en la Presencia Real de Jesús en el Sacramento del Altar.

            Pobre es mi palabra, pero también necesaria muchas veces que la dirija a ustedes alguien que contempla su labor. Y es triste llegar a contemplar como aquellos que deben amar al Señor y servirle son los primeros que lo desprecian, haciendo alarde, como si de ellos dependiera donde están parados, cuando es un verdadero privilegio de la Divina Misericordia.

            Finalmente, que no pase ninguna Misa que no se hayan preparado reverentemente, para que la vivan como la única Celebración de su vida, para que al salir de “aquella mesa, salgan como leones respirando fuego terrible a satanás, con el pensamiento fijo en nuestro capitán y en el amor que nos ha mostrado” (San Juan Crisóstomo).

            Fraternalmente.


Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón de María


            Mexicali, B.C., 27 de Febrero de 2017. Año Jubilar por el Centenario de las Apariciones de Nuestra Señora en Fátima.



            

Meditación de Cuaresma VII

¿Porque dicen ayunamos y no hiciste caso? (Is. 58, 3)

El Ayuno es una de las principales prácticas Cuaresmales de la Iglesia, es una manera penitencial de fortalecer el espíritu en la lucha contra las pasiones y las tentaciones, principalmente de la carne. Pues como enseña el Evangelio: “el espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil” (Mt. 26, 41). El ayuno fortalece al alma mientras reprime el cuerpo negándole aquello que necesita para resistir. Y la Cuaresma nos invita a la práctica asidua del ayuno corporal y del ayuno espiritual.

Isaías nos enseña el ayuno agradable a Dios al decirnos: “¿no es antes el ayuno que yo escogí, desatad los líos de impiedad, dejar de oprimir y soltad a los cautivos y que rompan todo yugo? Que partas tu pan con el hambriento y des posada al que anda peregrino, que cuando veas a alguien desnudo le des cobijo y no te escondas de tu hermano” Is. 58, 6-7). Muchas veces nos conformamos con seguir los ritualismos al pie de la letra, olvidando la caridad al prójimo. Si la práctica de la penitencia cuaresmal no nos conduce al encuentro del Hermano, vana y sin sentido es nuestra piedad. La Cuaresma nos invita a encontrarnos con Cristo, en el eje espiritual y en el eje humano, nos unimos a Dios, para abrazar también a todo aquel que lo necesita.

La práctica del Ayuno cuaresmal nos frena la pasión, a la vez que nos invita a ver las necesidades del hermano. ¿De que me sirve no comer carne, enseña San Bernardo, si me devoro a mi hermano? Y eso abarca también de manera especial suplir alimentos por otros. Dejamos de comer carne para irnos otros platillos que pueden ser más costosos, y la idea no es esa en absoluto, sino privarnos de aquella comida, y ayudar a mi hermano en necesidad.

El Ayuno también, en la ascesis de la Cuaresma, es un exorcismo, pues existen demonios que solamente salen a base de oración y ayuno (Mt. 17, 21). Sobre todo los demonios de impureza que atenta contra la castidad. Si todos los cristianos ayunáramos, Satanás estaría al borde de la muerte, pues no tendría campo donde poder luchar ni hacer caer a los hijos de Dios, pero despreciamos el ayuno. Cristo pasó su Cuaresma en el desierto sin comer, cuarenta días con sus noches y al próximo sintió hambre, nos relata la Escritura (Mt. 4, 1.-11), y el tentador, sale al encuentro para ponerlo a prueba… El ayuno preparo a Jesús para resistirle la tentación. “No solo de pan vive el hombre, sino de toda aquella palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4, 4). He ahí la gran importancia del ayuno, la victoria sobre la tentación. Y Cristo nos ha dado prueba y modelo de ello.

El ayuno no lleva en sí mismo la hipocresía, aun cuando nosotros tomemos esa actitud y lo andemos pregonando, puesto que es un estado penitente solamente para Dios y para agradarlo solamente a él. “cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mt. 6, 16-18). La práctica del ayuno es disposición de la contrición, unida a la penitencia por los pecados cometidos: “Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza." (Dan 9:3).

El ayuno nos ayuda a impetrar de Dios muchísimas gracias en favor de nosotros, más sin embargo, no podemos tener hacia Dios la práctica del intercambio ni del mercadeo. Como lo critica al Pueblo de Israel por medio de Isaías. Tampoco es solo una práctica para el tiempo penitencial, sino que es una ayuda constante para el camino espiritual de conversión al Señor en nuestra vida, cuando nos veamos fuertemente tentados en nuestras pasiones y veamos que nuestros pecados nos van alejando cada vez más del Señor y de su Gracia, como arma fortísima contra los embates del enemigo de las almas.


Conclusión

Aprovechemos este Tiempo Cuaresmal de Gracia que nos concede la Iglesia, que nos concede Cristo mismo para atraernos hacia su Corazón de Misericordia, estando siempre abiertos y dispuestos para contribuir a mi propia vida de salvación y buscar la salvación de nuestro prójimo, “ofreciéndonos por convertirnos, abriendo nuestra vida cada vez más a Dios; cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor, significa dejar que el viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él” (Benedicto XVI).

A mayor Gloria de Dios y la Salvación de las Almas.



Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón de María


Mexicali, B. C., a 22 de Febrero de 2017. Año Jubilar por el Centenario de las Apariciones de Nuestra Señora en Fátima

Meditación de Cuaresma VI

La penitencia, en la vida espiritual de la Iglesia, guarda grandes riquezas, no solo en penitencias espirituales, como pago a las faltas, como nos impone el Sacerdote al absolvernos, sino también, nos invita a la penitencia corporal, como signo externo de dominio propio y de las pasiones, práctica que los Padres del Desierto estimaban grandemente, sobre todo en los momentos de tentación en la carne. La vida de los santos, han estado ligadas a la penitencia, la austeridad y la purificación. La disciplinas del silicio, el flagelo, que no han sido de manera alguna sacadas fuera de la piedad de la Iglesia, más sin embargo, son de rigurosa prudencia, por no caer en los excesos y gustos del cuerpo mediante ella, sino como verdaderos medios e instrumentos, para reprimir las pasiones desordenadas de nuestra frágil naturaleza.

Enseñaba la Santa Madre Teresa de Jesús, que es importante desconfiar de las almas que a base de mucha penitencia corporal buscan alcanzar la santidad. Y cierto es, pues más puede haber engaño del demonio en la tortura que verdadero amor a Cristo Crucificado por medio de la penitencia. Esta práctica es aún vivida por los Anacoretas, hermanos nuestros de probada vida espiritual que se alejan del mundo a la penitencia y a la oración como purificación, no solo propia, sino también para impetrar sobre la humanidad la Misericordia de Dios.

¿Podemos vivir como fieles la experiencia de la penitencia? Si, la invitación es universal, y es medio de santidad y de salvación. Más la penitencia corporal se reserva a la Autoridad de los Directores Espirituales, y siempre en obediencia a ellos, para no caer en excesos que hacen perder el valor de la penitencia. La oración también es un medio de penitencia para purificar el alma, la caridad al prójimo en la limosna y las Obras de Misericordia alcanzan del Corazón de Dios, gracias exquisitas de redención.

La Santísima Virgen en Fátima, exhortaba a los Videntes, a orar y a hacer penitencia por los pecadores, y no escatimaron ni aun las más pequeñas pruebas ofreciéndolas por todos los pecadores, para que no fueran al Infierno, incluyendo la penitencia corporal, reprimida por la Buena Madre, cuando se salía de la salud al cuerpo. Y el mismo Ángel les invitaba a ofrecer todos los sacrificios en penitencia por los pecados que ofenden a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. La penitencia es ofrecernos también a nosotros mismos en sacrificio de redención por el mundo entero, pues nos purificamos a nosotros mismos y somos corredentores en el plan de la Salvación.

Es por ello que la Iglesia invita a sus hijos en el camino cuaresmal a teñir nuestras frentes con la ceniza, en signo externo de la penitencia espiritual, y a revestirnos de la Gracia de Cristo Crucificado. No es la ceniza un signo mágico, ni es un gesto de la Iglesia para conferir el perdón de los pecados, sino como signo de preparación, e inicio del camino cuaresmal, en verdadera penitencia de amor y vínculo de reconciliación con Dios por medio de Cristo. La penitencia en Cristo es la Misericordia, el amor que se rebaja al pecador; “misericordia quiero y no sacrificios” (Os. 6,6), dice el Señor, la penitencia sin la misericordia no sirve de nada, si Dios, que es tan bueno nos perdona nuestras faltas, ¿no debemos acaso hacer lo mismo con el hermano? Al que mucho se le perdona, es porque mucho ha amado, pero en cambio poca capacidad de amar tiene el que poco se le ha perdonado, porque no ha encontrado la esencia de la Misericordia. Penitencia y Misericordia son inseparables, pues la primera clama para encontrar la segunda, y muchas veces el mayor sacrificio que podemos tener es el de ser misericordiosos con el hermano que erra, con el que me ofende, y es el que más necesitado esta de la Misericordia.

Penitencia, Penitencia, Penitencia, es el grito de los ángeles en este tiempo de pecado en que vive la humanidad, pero no somos penitentes, nos entregamos a nuestras pasiones en vez de frenarlas, así el alma no alcanzara misericordia, sino condenación el día del juicio. Meditemos.

Meditación de Cuaresma V

Penitencia, Penitencia, Penitencia; 
Enluten su corazón y no sus vestidos
 (Joel 2, 13) 

La penitencia encierra en sí misma un acto de humildad, honestidad y de arrepentimiento delante de los ojos misericordiosos de Dios, purificación, aun cuando la misma Escritura no hable a grandes rasgos de ella. La penitencia es un reconocimiento de la propia fragilidad humana que se ha lastimado y busca la manera de compensar la falta, es por ello que la penitencia se une a la intención de reparar el daño. El signo más concreto de la Escritura sobre la penitencia, implicaba la acción externa de los fieles, rasgarse las vestiduras y llenar sus carnes de polvo y cenizas. Para entender como la gravedad del pecado, espiritualmente nos destroza y nos daña, nos opaca no solo a la mirada de los hermanos, sino primordialmente a los ojos del Señor. Es un gesto de vergüenza interna que se hace externa, cuando el Señor reclama: “enluten su corazón y no sus vestidos, regresen la mirada a Yahvé, su Dios porque es misericordioso y piadoso, lento a la cólera y rico en misericordia” (Joel 2, 12).

La actitud de la Penitencia es buscar solucionar la falta, y a su vez, es un acto de compasión. El verdadero penitente, no solo se contenta con reconocer su falta y no volverla a cometer, sino que camina más allá, es decir, busca darle alivio, como cuando restauramos un objeto muy preciado, que ya está desgastado y ni siquiera encontramos atrayente. Le enviamos a reparar y nos entregan de nuevo con el objeto de manera preciosa, así es la penitencia en la vida cristiana, el alma, a causa del pecado, se opaca y queda inatrayente, de tal manera que no encontramos complacencia en ella, la penitencia, con nuestra oración y actos, buscamos esa restauración que nos regrese la belleza del alma. Pero no solo es la penitencia por sí sola, sino uniéndola a la Cruz de Cristo, a la Pasión de Cristo, desde el pretorio hasta el sepulcro.

La penitencia es acto del alma, no del ser humano, así como la misericordia es acción de Dios, no de la humanidad. El que perdona es tocado por Dios, para alcanzar el perdón. Más sin embargo, es causa de justicia pagar por lo mal hecho, pues nada manchado tiene cabida en la gloria de Dios. Y si no se paga en penitencia en este peregrinar, el Purgatorio nos dará ardiente penitencia, quizá, y solo por Misericordias excesivas de Dios, hasta la consumación de los tiempos. De lo contrario, nuestra impenitencia nos arrastrara a lo más hondo del infierno, y no porque Dios no haya hecho Misericordia con nosotros, sino porque nosotros no hemos hecho méritos penitentes para saldar nuestra deuda del pecado.

La penitencia, sin contrición no sirve, es inútil. La penitencia con atrición, mejor no la hagamos. Nos engañamos a nosotros mismos. La contrición, es el estado del alma que es llenada de la Luz del Espíritu Santo, comprende la gravedad del pecado e impulsa a pedir perdón por su falta desde el amor a Dios, es el Espíritu Santo, que nos incita al Santo Temor, es decir, el dolor del alma, por ofender al amor de Dios, como enseña el Salmista: “Un corazón contrito y humillado, tú no lo desprecias, Señor” (Psl. 51, 17). ¿Quién puede dar al Señor acaso algo agradable en reparación por las faltas? Nadie absolutamente, sino solo Cristo, que se ofreció en perfecta penitencia a nombre de todo el género humano.

La penitencia en atrición, es un estorbo inútil al alma, pues no la mueve al amor, sino al miedo, no por haber ofendido al amor de Dios, del cual por mi pecado me he alejado, sino por el contrario, me mueve al miedo de condenarme y acabar en el Infierno, ese estado del alma penitente más lo hace presa del maligno que de la Misericordia de Cristo. La atrición nos mueve, en la Confesión, a callar pecados por miedo a la reprensión del Sacerdote, e invalida la eficacia de la Gracia Divina, satanás se mofa de esas Confesiones impenitentes y sacrílegas.

Continuará...

sábado, 25 de febrero de 2017

Meditación de Cuaresma IV

El camino cuaresmal nos presenta el entrar al interior del propio cuarto y orar al Padre en lo secreto, es decir, donde sea y a la hora que sea en el alma. Alma que no ora, alma que es infecunda. Y al alma infecunda termina por convertirse en tiradero de escombro y podredumbre, no servimos para nada así. Somos llamados a ser lámparas ardientes de oración, de día y de noche, siempre. Que nuestra sola presencia sea una invitación a entrar en intimidad con Dios, que nuestros labios permanezcan cerrados, pero que nuestra presencia evoque a llevar a los demás al dialogo con el Eterno, en la intimidad de lo profundo del alma.

La tristeza de Jesús es impresionante, al contemplar a su Discípulos, durmiendo, y viene la reprensión justa: “no han podido velar ni siquiera una hora conmigo” (Mt. 26, 40). ¿A cuantos de nosotros podría reclamar eso el Señor? El Espíritu Santo nos preparé para que el momento del juicio podamos escuchar de labios del Señor algo distinto, y no el reclamo de no haber velado. Pues como los Apóstoles, le despreciamos en la Oración, entramos al Templo, y como si entráramos al mercado, o una plaza de convivencias: irreverentes, impenitentes e incapaces de guardar silencio. Ahí está el no poder velar con Cristo, en su propio templo, en su propia Presencia. Caemos en la tentación de No ir y orar. El templo lleno y el Sagrario vacío, las Gracias desperdiciadas. Poder comulgar y despreciarlo, Cristo arrojado al suelo y pisoteado, escupido y abofeteado. Caemos en la tentación de no hacer oración. Y si comulgo, pierdo la referencia que ahora yo soy sagrario viviente de Jesús Eucaristía. Sagrarios abandonados, porque no hay quien se desgaste las rodillas velando con el Señor. Almas infecundas, porque se nos olvida cultivar la Sagrada Comunión después de comulgar, despreciamos la Reserva Sagrada que ahora custodiamos.

Más pobres de nosotros, si nos acercamos a ser sagrarios llenos de podredumbre y escombro comulgando en Pecado Mortal, ¡ay de nosotros! Más nos valdría morir que recibir la Sagrada Reserva en deprimente estado, y con poca preparación. Más nos valdría colgarnos al cuello una piedra y ser arrojados al océano. Que nos convertimos, no en altares dignos de Cristo, sino en altares sacrílegos, altares satánicos donde volvemos a sacrificar a Cristo, haciendo burla de él, uniéndonos a la mofa que hace el maligno por medio nuestro.

La Cuaresma nos invita a reflexionar en el papel de la Oración en la vida cristiana, y la oración no a base de rezos y devocionales, sino a trascender en el dialogo con Cristo, impulsados por el Espíritu Santo, ayudados por la Palabra de Dios, escudriñando las Escrituras. Haciendo oración viva en espíritu y en verdad para ser Adoradores del Padre. Sin el Espíritu Santo en la oración, toda palabra es infecunda y vacía, pues como enseña San Pablo: “El Espíritu ora en nosotros con palabras que no podemos entender” (Rom. 8, 26), y como María Santísima, debemos estar también dispuestos a guardar y meditar todo cuanto recibamos en nuestro corazón, para hacerlo vida en nuestro camino.

¿Queremos una escuela de oración? Contemplemos a María a los pies de la Cruz, callada, ofreciendo a Jesús al Padre como oferente perfecta, Ella misma fue la primera en ofrecer a Jesús al Padre, y de ofrecerse Ella junto con él. El misterio de la Oración no está en grandes coloquios, sino en uno solo de amor en silencio, acompañando al Señor que en silencio también nos acompaña a nosotros en las tribulaciones y en las pruebas, consolando nuestras almas, velando y guiando. El ejemplo y la Oración de María nos conducen a ser verdaderos adoradores, mirando hacia la Cruz con ojos de esperanza, con ojos divinos, capaces ver en ella la Obra más grande del Amor de Dios y el triunfo que es para mí salvación seguir caminando sin detenerme aun en las caídas, pues si Jesús cayo tres veces, la Oración confiada en el Padre y la Oración de María le dieron la fuerza para levantarse y seguir caminando.

No sabemos ni el día ni la hora que seremos llamados a la presencia de Dios, ni conocemos tampoco el día y la hora y si nos tocará ver la Manifestación Gloriosa de Cristo al Final de los Tiempos, más sin embargo, la oración nos prepara y nos conduce para esperar con certeza firme ese momento y caminar hacia el confiados y seguros, la Oración purifica y allana el camino para ese momento de la Historia de la Salvación personal y de la humanidad, y a nosotros nos compromete a ser verdaderos intercesores operarios y orantes por la salvación de las almas, pues muchas caminan al Infierno, por no haber quien ore por ellas. La oración me cultiva a mí, y por medio de mí, cultiva también a las demás almas por quienes oro, esa es la dinámica de la Salvación.

La oración es confiada, constante e inapagable, es el aceite que mantiene encendida nuestra lámpara, que espera por la llegada del Novio y es el Fuego que Cristo quiere hacer arder en nuestros corazones como renovados brotes de Pentecostés, capaces de perder los miedos y los respetos humanos, para salir a proclamar la Palabra Divina a tiempo y a destiempo y labrar en nosotros campos de tierra fecunda para la cosecha. El cuerpo necesita alimento para subsistir, el alma necesita oración para seguir viva, y cuantas almas caminan muertas en vida porque no oran, porque no encuentran el fuego que las caliente en la oración, mucho cuesta a las almas doblar las rodillas, cuando nadie sobre la tierra es más engrandecido en el cielo como cuando se doblega a su Creador y se postra en su Presencia, como Moisés en el Monte Sagrado, y Jesús mismo se postro en tierra en el Huerto, alabando al Padre y poniéndose en sus manos para cumplir su Voluntad, aún en la angustia y el dolor, siempre con un Sí firme y permanente.

Y a nosotros cuanto trabajo nos cuesta permanecer en el sí permanente de la Voluntad de Dios, y en la Oración el Espíritu Santo nos permite ese sí permanente cuando oramos y nos ponemos en sus manos. No nos cansemos de orar, no solo en cuaresma, cuanto más el alma se postra en oración, más somos capaces de vislumbrar la Obra de Dios en nosotros y ejercitarnos en todas las virtudes, el alma experimenta una Transfiguración y una Santificación magistral, no porque han sido nuestras fuerzas por sí solas, sino porque han sido con las fuerzas de Dios y dejándonos conducir por él libremente. La oración es el timón que yo le dejo a Dios, para que conduzca el barco de mi vida hacia mares adentro, que aunque encrespados, no hundirán la barca, sino que la llevarán hacia puertos seguros de Salvación.

Continuará.... 

viernes, 24 de febrero de 2017

Meditación de Cuaresma III

Velen y oren para que puedan afrontar la prueba (Mt. 26, 41) Constante es el camino y ardiente la purificación que Dios quiere lograr en las almas como un acto de consagración renovada de la Gracia Bautismal. Y en cada alma quisiera cumplir la sentencia dictada: “he venido a traer fuego a la Tierra y cuanto quisiera que estuviera ardiendo” (Lc. 12, 49). Pero cierto es, que por propias fuerzas somos incapaces de arder como candiles en el Lugar del Santísimo, y debemos llenar constantemente nuestras lámparas de aceite precioso y perfumado. A semejanza de las doncellas que permanecen en vigilia constante por la llegada del Novio, que precavidas, aguardan llenas de esperanza en la puerta de la casa.

¿Cuál es ese aceite que nos dispone para arder en gracia de Dios? No hay otro sino la oración, sin oración, somos palabra muerta y tierra infecunda. Si la semilla no se cuida, jamás brotara la planta con fruto. De tal manera que separada la rama de la vid, cae a tierra y muere. Separados de Cristo, nada podemos hacer (Jn. 15, 5) y seguimos errantes como ovejas sin pastor. Y tenemos la importante necesidad de mirarnos como Cristo nos ve y nos contempla, pero el pecado común nos impide contemplarnos a nosotros mismos. Y esa gracia, solo la podemos conseguir en la oración, no en el formulismo de los rezos, sino en una oración verdaderamente viva que brote desde lo profundo de un corazón arrepentido y hambriento de conocerse y conocer a Aquel que es capaz de transformarlo.

El alma que permanece en oración, por más que el maligno se acerque, no lograra resquebrajar la caña, aun cuando la zarandee, no la quebrara, porque la Gracia de Dios saldrá en su auxilio para no dejarla vencer. Pero si el alma no ora, corre el peligro no solamente de ser quebrada, sino molida y arrojada al fuego. No ha servido para su propósito. Se dejó vencer, fue como doncella impertinente que se durmió en la espera del Novio y no alcanzo su parte en las Bodas del Cordero.

La oración es el dialogo profundo de intimidad del corazón humano que brinca por entrar en intimidad con el Corazón de Dios, una relación de la criatura con su Creador, en una intimidad del Padre con el hijo. La oración, es imprescindible del combate espiritual. Es el escudo que repele las flechas incendiarias del maligno para hacernos caer en la tentación y para que la obra de Cristo merme en nosotros y a través de nosotros. Es la medula y sostén de toda la obra de Salvación.


Jesús en el Huerto de los Olivos exigió a sus Apóstoles: “Velen y oren para no caer en tentación” (Mt. 26, 41), porque sabía que si la prueba era fuerte para él, aun siendo Dios, lo sería de igual de fuerte para ellos, pero, ¿qué ha pasado con los Apóstoles? Se han quedado dormidos, la primera tentación es la de No hacer oración. Alma que no hace oración, es un alma que se ha entregado de antemano al maligno, que no ha sido capaz ni siquiera de hacer el esfuerzo por pelear, alma que no hace oración, es un alma vencida desde el principio. Y se tiende a dormir en el lecho de sus pasiones. a la hora de la prueba, será triturada por el león sin ser objeto fecundo. Los Apostóles se durmieron. Cayeron en la Tentación de no orar, de no velar.

El cristiano corre esta misma tentación, y muchos son arrullados en los brazos del maligno para no hacerlo. Conformándose tan solo unas migajas en la mañana y otras migajas por la noche y a las carreras, porque nos escudamos en el “no tengo tiempo”, cuando a mil y un cosas destinamos grandes márgenes de tiempo en banalidades y cosas poco edificantes. No porque lo que se haga de cotidiano no tenga alguna importancia, sino porque a esas cosas las coronamos como dioses en nuestra vidas y desechamos lo verdaderamente importante. Somos Martha afanada en quehaceres del mundo, pero se nos olvida que también debemos ser María a los pies de Jesús, escuchándolo y hablando con él.

Continuará....

Meditación de Cuaresma II

La cuaresma es esa invitación, no solo de la Iglesia, sino de Cristo mismo, para acompañarlo en su desierto árido, donde se prepara para cumplir el plan de salvación proyectado por él, y cumplido en él, y que de una manera siempre cercana, nos comparte también a nosotros mismos. Aun cuando se renueve año con año, y parezca un ciclo repetitivo, siempre la dinámica de Cristo es nueva, actual y eficaz.

Pero si queremos una cuaresma sin prueba, que equivocados estamos. Porque el signo de verdadera purificación es la prueba, no se va a la batalla sin antes entrenar, y no se llega a la victoria sino hemos peleado primero. De tal manera que si decimos amar a Cristo, tenemos que pasar la prueba que el paso y pasarla con él. Enseña San Agustín: “¿Quieres pelear la batalla? ¡Pues prepárate para la prueba!”. Y la prueba está en que tengo que renunciar a mí mismo. En que yo tengo que morir de manera espiritual y real a mis pasiones, a mis egoísmos, a todos aquellos obstáculos que en la
batalla me serán de mayor estorbo. Así como el soldado se alista para la guerra solamente con lo necesario para combatir. Así el alma tiene que desprenderse de la carga que lleva y que solo la hace pesada. Y revestirse de Cristo, en gracia y santidad para ser coronado realmente con la Gloria, más sin embargo, la primera corona que ha de recibir es la de Espinas del martirio cotidiano, testimoniando verdaderamente el nombre de Cristo ante aquellos que quieren por voluntad, enseñanza y silencio, volver el Evangelio algo de mera interpretación humana, sin contenido espiritual de Salvación en sí mismo, como palabra eficaz que ha de regresar al cielo cargada de fruto.

La práctica de la Iglesia me invita a la oración, a la penitencia y al ayuno como medios eficaces para el combate espiritual, no como las fórmulas mágicas, sino como un verdadero itinerario espiritual constante y profundo para vivir las virtudes de la renuncia evangélica, sobretodo en la paciencia, la caridad y el desprendimiento propio. Fuera de todo esto, poco podemos hacer de agradable a Dios, y poco podemos hacer de salvación al prójimo. La vivencia de la verdadera Misericordia, conmigo mismo, viendo mis limitaciones y aun ellas, ponerlas al servicio de Cristo, mirar las limitaciones del prójimo y ponerme al servicio de sus limitaciones, como Cristo servidor en la última cena, purificando a aquellos que había elegido. Así también nos purifica a nosotros, para purificar al hermano, al necio, al cerrado, al lastimado, para purificar a aquel que de alguna manera nos ha dañado con la indiferencia y el menosprecio, también Cristo nos purifica para purificarlos a ellos y purificarnos por medio de ellos, en la paciencia, la caridad y la Misericordia.


No alejadas de la Justicia propia de quien ama en la corrección, buscando ante todo la salvación del prójimo, aun a costa de reprenderle. Pues Cristo vino a salvar a las almas abatidas con palabras de Consuelo y Sanación, más sin embargo, vino también a corregir las grandes cargas que son el obstáculo para la verdadera Salvación. Cristo dulce, pero también Cristo iracundo, celoso de la Casa del Padre, en lo material y en lo espiritual, y el cristiano no ha de guardar en su corazón sentimientos de miedo y cobardía, sino levantar su voz y como los Profetas, anunciar la Buena Nueva y declarar que el Pueblo camina en tinieblas y sombras de muerte, por sus pasiones y la manipulación del Evangelio de Cristo.

Cristo, no tenía necesidad alguna de ser purificado, era y es el Cordero de Dios, sin mancha y purísimo, pero quiso Dios Padre que por su propia Sangre, fuéramos purificados, tu y yo y todo el mundo desde la creación hasta el final de los tiempos. Y esa purificación se renueva a grandes gritos, a cada latigazo, a cada caída de Cristo camino al calvario, y a cada golpe del martillo por sujetarlo de la Cruz. Yo me purifico en Cristo Crucificado, de tal manera que cada golpe él lo recibió en mi lugar, cada gota de Sangre que él derramo, la derramo desde mí propio espíritu, en Cristo esta mi purificación, y yo tengo que purificarme también en la batalla, y ser otro cristo camino al calvario, purificando y consolando a todo aquel que entre en contacto conmigo, de tal manera que yo sea esa cruz donde Cristo el Señor, se haga presente para toda la humanidad.


Los enemigos de la Cruz de Cristo enseñan que en la Cruz es el fracaso de Dios, Cristo ha muerto y no hay más… y como enseña San Pablo: “la Cruz es necedad para los que se pierden, pero para nosotros los salvados, es poder de Dios" (1Co. 1, 18). La Cruz es salvación, es victoria de Cristo sobre el demonio, es la espada punzante que viene a poner fin a la obra del maligno sobre la naturaleza humana y el filo que rompe la cadena de atadura. La Cruz es amor de Dios, es espíritu y vida abundante, es la fuente de gracia y santificación de las naciones, de tal manera que no hay vida sin la Cruz. Y sin ella, no hay seguridad de escalar a la Jerusalén Celestial. Pero me quiero salvar sin Cruz, así no se puede hacer nada. Quien llega a decir por la Fe: “estoy crucificado con Cristo” (Gal. 2, 20), es porque ha entendido el porqué de la necedad de Jesús en permanecer unido a ella, ante las afrentas y la tentación de bajar.

Puesto que eso era la Voluntad del Eterno Padre, y Jesús cumplió a la perfección esa Voluntad, aún bajo la angustia de ver que para muchas almas no tendría sentido y seguirían como hijos de la condenación, más sin embargo, esa tentación de infecundidad fue vencida por la certeza que él respondía ardientemente a su misión. Y cuantos de nosotros vamos huyendo a la Voluntad de Dios, con temor y miedo del que dirán, del si me critican, la misma tentación de abandonar de Cristo, el cristiano la sufre, pero vale la pena afrontarla y subir a la Cruz junto con él.

Pero… para aceptar la cruz es necesaria una verdadera preparación. Pues no solode ánimos encendidos en el momento prosperan las buenas intenciones, antes bien,corren el riesgo de menguar en el camino hasta extinguirse. Y es por eso que la práctica de la Iglesia nos pone puntos concretos a trabajar y a hacer de ellos norma de vida espiritual, como verdadero camino de conversión constante. De modo que nadie puede escudarse en solo el tiempo de penitencia y gracia cuaresmal, y terminado, volver al retroceso de sus pasiones y comodidades, sino vivir la cuaresma como una antesala para el constante camino de conversión, y aún en las caídas, seguir caminando sin estancarse en ellas.

Continuará...

jueves, 23 de febrero de 2017

Meditación de Cuaresma I


Meditación de Cuaresma 2017
01 de Marzo de 2017

“He aquí, vengo como el ladrón,
Bienaventurado el que vela y guarda sus ropas,
No sea que ande desnudo y vean su vergüenza”


Entramos en tiempo de gracia, penitencia, reconciliación y conversión, camino siempre nuevo y actual, pues el cristiano está llamado a vivir una continua cuaresma en su vida, con miras y en preparación para llegar a su Pascua Eterna. No quiere decir por esto, que el cristiano viva llevando sobre sus espaldas un luto permanente, sino que debe ir renunciando paulatinamente a todo aquello que le aleja de la vida de Gracia, que es el camino de seguridad para la entrada al Reino de los Cielos.

Vivir la Cuaresma con un renovado fervor, implica no solo la meditación anual que nos invita la Iglesia de caminar con Cristo los 40 días del desierto, sino hacer de nuestra vida un desierto permanente, es decir, un entrar con Cristo en oración al Padre, siempre y en todo lugar, velar y orar sin cesar. Y corremos la fuerte tentación de no querer adentrarnos en el desierto cuaresmal, de huir de esa soledad con nosotros mismos para escudriñar la presencia de Dios en nuestras vidas y conocer que quiere el Señor de mí, que es aquello que él quiere obrar a través mío, y como quiere él obrar con su Gracia en mí.

Cierto es que no somos indiferentes ni estamos aislados de cada uno, sino somos una Comunidad llamada a ser reflejos de la Iglesia del cielo, más sin embargo, cuando yo me adentro a mi propia cuaresma, a mi propia preparación, voy siendo cada vez más consciente de las propias exigencias hacia mí mismo, todo aquello que es escoria en mi alma, y que me impide caminar abiertamente este desierto, mis nudos existenciales, emocionales, físicos tal vez, que yo mismo veo como un grande y renovado obstáculo para que la gracia de Dios inunde mi vida como un torrente de agua, y descubrir dentro de mí mismo, que situaciones me impiden dar el paso firme para dejar que Dios more y actué en mi vida y por mi vida. Pues Dios no solo quiere actuar por medio de mí, sino que busca hacerse uno conmigo mismo, ser otro crucificado de manera mística, compartiendo los ideales de salvación, pero también compartiendo en mi propio ser, el camino de la Cruz, la renuncia, la purificación y la santidad.

Decir que Cristo se hace presente en la vida de los santos y de los justos solamente, no es argumento válido para ningún Cristiano en absoluto, porque aún del pecador más empedernido se vale astutamente para hacer llegar su Gracia, y esto no implica quedarnos estancados ni justifica permanecer en mi propio pecado, bajo la premisa del amor de Dios que me acepta, puesto que acepta si a la persona en su esencia, más no implica la aceptación de mi pecado, el cual desprecia de la vida de sus hijos, ni tampoco se vale justificarnos en la ignorancia y en las pocas fuerzas, porque para Aquel que no hay nada imposible, hasta por el simple quehacer de tomar la escoba, puede hacer de ello, un medio de santificación gratísimo a sus ojos y en redención de muchas almas. Solamente una es la clave para que esto se haga posible: que el alma, acepte y coopere con este plan de salvación aun desde únicamente el quehacer cotidiano del ama de casa, del estudiante, del obrero, Dios no mide grandes cualidades, sino las disposiciones de las almas para dejarle actuar como él quiere hacerlo.

Más sin embargo, también poner de nuestra propia parte para buscar caminar más allá, no solo quedarnos en nuestras realidades limitadas, sino aspirar más adelante y dar un extra, incluso donde humanamente contemplemos que no hay ya nada que hacer. Pues el Reino de los cielos no es para los conformistas ni los minoristas que se contentan con solo cumplir lo que hacen y en hacerlo bien, sino que a sí mismos se exigen cada vez más y mejor, cumpliendo verdaderamente la Palabra y la Caridad, inseparables de Cristo. Como profetas de los últimos tiempos, dispuestos por todas las razones a dar razón de su esperanza a tiempo y a destiempo.

Continuará....

viernes, 17 de febrero de 2017

Renovación Carismática Católica en el Espíritu Santo




            El Movimiento de la Renovación Carismática en el Espíritu Santo, en la Vida de la Iglesia, cierto es que al Espíritu Santo no le podemos tener encasillado ni manipular su Acción a Formulismos. Y cierto y capital es también que el Espíritu Santo es un Dios de Orden, es el Amor Consubstancial del Padre y del Hijo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Todo Don y Carisma es para santificación personal, pero también para edificación de la Comunidad, el Espíritu Santo actúa de manera diversa en la Vida Eclesial, desde la Sagrada Liturgia hasta la misma piedad de los fieles. Más aún, si la piedad y lo que creemos que es en nosotros la Acción del Espíritu Santo no nos lleva a la perfección de la Vida Cristiana y Litúrgica de la Iglesia, mucho hay que dudar que realmente sea la Acción de Dios Espíritu Santo la que nos mueva.

El Movimiento de la Renovación Carismática Católica (RCC), verdaderamente es suscitado por el Espíritu Santo, con una particularidad que envuelve a toda la Iglesia desde las Primitivas Comunidades Cristianas, que verdaderamente vivían la experiencia del Don del Espíritu de manera palpable, sin excluir los carismas extraordinarios, más por encima de ellos, vivían la plenitud de la caridad cristiana al prójimo, abiertos a las necesidades de los hermanos y a la vivencia de la Vida Litúrgica en el Banquete Eucarístico, y esa misma Efusión del Espíritu Santo, era palpable al sublime momento del martirio, donde jubilosos entonaban alabanzas a Dios por ese Don del Espíritu de testimoniar con su Sangre, su fidelidad a Cristo.

Quien sino solo el Espíritu Santo, puede mover los corazones, más allá de lo extraordinario, en lo ordinario de lo escondido y oculto a los ojos. Dios nos concede dones ordinarios, para volverlos extraordinarios y heroicos en el servicio al prójimo, haciendo todo con Santo Temor. El Carisma Extraordinario, es una cualidad que Dios concede a las almas para continuar de manera más comprometida su Misión en la Obra de la Salvación, no para hacer alarde de ellos, ni para uso egoísta. Todo Don y Carisma Extraordinario es fruto de la Vivencia de los 7 Dones del Espíritu Santo, o el esfuerzo de encarnarlos, sin ellos, cualquier Carisma Extraordinario, poco puede hacer, aunque es cierto, que Dios puede hacer lo que él quiere y cuando él lo quiere.

Cuándo vivimos verdaderamente el esfuerzo de la Sabiduría, la Inteligencia, el Consejo, la Fortaleza, la Ciencia, la Piedad y el Santo Temor, vienen a nosotros verdaderos frutos de santidad: El amor, la alegría, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la humildad y el dominio propio. Esos son los dones preciosos a los que todo cristiano debe aspirar y clamar con intensidad y fe al Espíritu Paráclito para que los conceda al alma. No podemos aspirar a carismas más elevados y preciosos si antes no hemos degustado de los Dones qué Dios verdaderamente quiere nutrirnos a cada uno. Como enseña la Escritura, viviendo todo lo que Dios nos manda, todo lo demás vendrá por añadidura.


El Movimiento de la Renovación Carismática, cierto es que una Nueva Efusión de Pentecostés, donde se deja actuar con mayor libertad al Espíritu Santo, pero también se corre capitalmente el riesgo de convertir el Movimiento en una cuna de abusos litúrgicos y teológicos importantísimos y que más que ayudar al fortalecimiento de la Fe, acaban por desvirtuarla, dándole más pie a tal o cual carisma, a tal o cual alabanza, al sentir bonito, pero sin un verdadero crecimiento espiritual. Terminando por ser campanas huecas que solo gritan y alaban, pero que no lo llevan más allá a donde el Espíritu Santo anhela llevarlos. Quedarse solo con la Gracia del Carisma recibido, pero no profundizar en lo que él lleva detrás de sí.

Se usa muchas veces el carisma para llamar la atención y solo de manera externa a diferencia de aquello para que el Señor lo ha concedido. Pablo en su Carta a los Corintios es sumamente estricto en ello (1 Co., 14), exhorta el Apóstol a buscar dones más excelentes que verdaderamente edifiquen no solo en lo personal sino en lo comunitario, y denuncia los malos usos y abusos de los Dones Carismáticos. Abusos que hoy día también es necesario purificar. El Movimiento de Renovación Carismática no es malo en su misma esencia, más sin embargo, los malos usos y abusos en las Asambleas, hacen ver de manera mala al Movimiento. Cuya esencia, sabiéndola llevar con el Orden del Espíritu Santo, alcanza la belleza del Carisma dado por el Señor.


Alabar a Dios, si con los labios, pues si profesamos, como enseña San Pablo, con los labios que Jesús es el Señor, seremos salvos (Rom. 10, 9), más si solo lo dejamos a la alabanza bocal sin llevarla a la alabanza contemplativa de la vida misma en la caridad, es alabanza muerta. Pues debemos ser adoradores en espíritu y en verdad (Jn. 4, 23).En la vivencia de las virtudes, especialmente de la Caridad que Dios nos tiene y que debemos hacer llegar a los demás. Ese es el verdadero sentido de la Renovación en el Espíritu Santo, vivir la Caridad de Dios.

No solo debe ser relegada la Acción del Espíritu Santo a un Movimiento, sino a la Iglesia misma, que clama y llama a una verdadera renovación. La polémica del Movimiento radica en ser verdaderamente abiertos a la Acción del Espíritu Santo, pero siempre desde el orden, no en los gritos, y en las caídas, que si bien son acción sensible de Dios, no podemos limitar la Presencia del Consolador solo a sensible, sino a la acción misma en nuestra vida. Y Preguntarnos, ¿realmente estoy siendo puerta abierta para que el Espíritu Santo se pose sobre mí? Independientemente de los Carismas y Dones Extraordinarios, sino de la verdadera caridad y los Dones y Frutos que hemos recibido desde el Bautismo, y que no hemos explotado al máximo, pues no podemos aspirar a los Dones Extraordinarios, sino vivimos antes los Dones Bautismales.

Celebramos las Bodas de Oro, por los 50 Años de la Institución del Movimiento de la Renovación Carismática Católica en el Espíritu Santo, y bueno es recordar que todo Fruto bueno del árbol se da siempre dentro de la Iglesia. Siempre en comunión de las ramas con el tronco. Aun cuando se llegue a afirmar que los protestantes tienen la Unción del Espíritu Santo, cierto es que ninguna rama separada del tronco puede tener vida verdadera, pues el Don de poder otorgar al Espíritu Santo, está en la Potestad Apostólica confiada por Cristo a la Iglesia, es decir a los Apóstoles y sus Sucesores. Por excelencia, hemos recibido él Don del Espíritu Santo en el Bautismo y lo hemos tomado en plenitud en la Confirmación por la Imposición de Manos del Obispo. Las acciones sensibles, son solo caricias de Dios para confirmar a nuestra débil naturaleza lo que por la fe y la razón conocemos, más somos seres limitados y poco podemos entender, pero son regalos que Dios nos participa por pura Misericordia. El que no está en la Iglesia, desparrama los Dones Altísimos, pues por eso Cristo la ha Fundado como Sacramento de Salvación. Fuera de la Iglesia, es triste y fuerte afirmarlo, pero es una realidad, no sé puede poseer verdaderamente el Don del Espíritu Santo, y corre el riesgo de ser engañados del maligno, que también tiene la capacidad de vestirse de ángel de luz y engañar a las almas, pues odia y detesta toda la acción de Dios para salvar al Hombre.

Celebramos junto a Nuestros Hermanos de la Renovación Carismática estos 50 Años de Fundación, y pedimos a Dios, que purifique esta Obra para que sea Fruto de verdadera Santidad en la Iglesia, a impulsos del Espíritu Santo.


Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón de María

            Mexicali, B.C., 16 de Febrero de 2017. Año Jubilar por el Centenario de las Apariciones de Nuestra Señora en Fátima.






miércoles, 15 de febrero de 2017

Crisis en la Iglesia

Cierto es que la Santa Sede Apostólica está en una tremenda crisis de Fe, quizá en la Historia de la Iglesia, la más fuerte de todas. La Historia de la Iglesia nos enseña un poco pero a considerar el número de Antipapas que han hecho daño a la Iglesia... en materia de moral con sus vicios y decadencias... Más algo es cierto, el Dogma y la Fe de la Iglesia no lo tomaron ni lo pisotearon... Por la Gracia de Dios y la Acción del Espíritu Santo.

Triste es, la contemplación del Estado de Fe hoy en la Iglesia, donde el Dogma y la Fe, y la Sacralidad de los Sacramentos y la Doctrina Católica, es cruelmente pisoteada por Aquellos Padres nuestros, los Obispos, Cardenales y el mismo Sumo Pontífice, que deben darnos la Fe Íntegra y Santa para salvarnos.

Ningún Papa, ni aun los Antipapas han tocado el Dogma de la Iglesia, han sido declarados Antipapas por sus desenfrenos humanos y morales, y triste es, sus intereses mezquinos. En una de las grandes crisis para la Iglesia, que tantos Santos y Testigos del Evangelio combatieron desde la Obediencia y dentro de la Iglesia. (San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, San Carlos Borromeo). Y así también hubo hombres inspirados por Satanás (Martín Lutero, Calvino) que lejos de reformar la Iglesia, la destrozaron demoniacamente.


 El Papa Francisco, Sucesor del Apóstol Pedro... cierto es que ha realzado la dignidad humana en la Iglesia. Más sin embargo, no por levantar un valor se vale pisotear otro. Y triste es que el Valor Espiritual de la Iglesia se pisotea. Se pisotea la Eucaristía, se pisotea el Matrimonio, se pisotea la vida ante el Aborto, usando eufemismos... Triste es que cuando la Iglesia y el mundo comparten conceptos para hacer menos fuerte la realidad por no dañar las susceptibilidades, es señal de que algo no marcha bien. Pues la Iglesia, su Misión Divina, es la SALVACIÓN DE LAS ALMAS, no la atracción de las masas.

Hemos convertido la Divina Misericordia, en un acto de solapadera al por mayor, bajo argumentos condenables: "Puedo pecar... al final de cuentas Dios me perdona"... "Me esfuerzo lo mínimo, ya con que alcance el Purgatorio". "hay que atraer a los alejados... pero hay que eliminar de los textos aquellas partes que les incomodan"... "Si sienten paz en su corazón pueden comulgar en pecado"... Como si los sentimientos hicieran el pecado bueno... nos hemos convertido como Iglesia en un ente relativista y sincretista que raya en un Ateísmo Práctico...Pisoteando la Sagrada Liturgia, convirtiéndola en un circo, pues es aburrida, no me dice nada... que flojera ir, siempre lo mismo... y nos escudamos en un sin número de estupideces que no son sino inspiradas de Satanás.
Y sí esto que te dirijo nos incomoda... es porque como dice el refrán... "La verdad no duele pero incomoda"... pero aun conociéndola, triste es que los cristianos permanecen tibios queriendo tapar el sol con un dedo... cuando el Apocalipsis nos enseña que a los Tibios el Señor los Vomita... Y nos escudamos en la Obediencia al Papa como garante de Fe y Salvación, pero no miramos la Cruz que es el verdadero garante de la Fe, La Cruz como Triunfo de Cristo para nosotros y la alegría de la salvación. No como nos ha dicho lastimosamente el Santo Padre Francisco, enseñando que la Cruz, "es el fracaso de Dios"...

No nos podemos escudar en un “¿Quién soy yo para juzgar?” no se trata de juzgar, sino de hacer conciencia de nuestra Fe, de la Fe de nuestros Padres y de Nuestros Abuelos, de la Fe de los Santos, la Fe que Cristo nos dejó por medio de los Apóstoles, y que se ha transmitido. Sino hablamos nosotros, tengamos por seguro entendidos que las piedras se levantaran y hablaran lo que nosotros hemos callado, lo que tantos Pastores han callado como perros mudos incapaces de ladrar, reprocha Yahvé Dios, al Profeta Isaías. Que quedamos como metas extinguibles en lugar de ser hogueras ardientes.

Amor a la Iglesia es defender la Fe, Amor al Papado es defender la Fe, Amor a Cristo es guardar su Palabra. En Fe y Caridad hacia el prójimo. Osar decir que por amor y misericordia a los pecadores les vamos a solapar su pecado… y vamos a pisotear a Cristo, no es sino engañarse, mentirse a sí mismos. Dar la Sagrada Comunión en Pecado es lo mismo que celebrar un sin número de misas satánicas. Es arrojar el Santísimo Sacramento como si fuera comida de las bestias. No se ayuda a salvar a las almas, se ayuda a condenarlas. Se condena el Obispo que permite la Comunión en pecado, se condena quien sabiendo su pecado se acerca a la Recepción del Sacramento. Y Satanás goza con el espectáculo.

No se trata de desconocer al Sumo Pontífice, más sin embargo, cierto y triste es, que Roma está perdiendo la Fe, como lo advirtió María Santísima en La Sallette, y duele ver la perdición de tantas almas envueltas en tanta confusión y Papolatría, mirando al Papa, casi como un dios… orar por él, es obligación de todo cristiano… más no es de Dios, en nombre de la obediencia, solapar el error y aplaudirlo, hay que amar el Sumo Pontificado. Pero hay que amar más la Verdad de Cristo, pues en ella está la Salvación de las almas.


Oración, oración por la Iglesia… Pues cierto es la Promesa del Señor Jesús, que los Poderes del Infierno no prevalecerán sobre ella. Y aun tambaleante la barca en el mar, sigue navegando y Cristo el Señor va en ella para apaciguar las aguas y ponerlas en orden. Esa es la Confianza del Católico. Los ojos en Cristo que Duerme y suplicante que despierte para volver las aguas a la calma.

Reformar la Iglesia implica reformarla verdaderamente para que crezca la Fe, no para que venga a menos y se entienda menos. No podemos tomar una actitud rebelde siendo otros Lutero, otros Calvino. Aunque a quienes defendamos la Verdad nos acusen de rebeldes y discapacitados mentales, como lo han comentado Obispos y Cardenales al injuriar a Su Eminencia el Cadenal Burke… Cuando se ha mantenido siempre firme en fe y fidelidad a Roma… Aun cuando el Papa, tristemente ha hecho tanto para atacarlo y hacerlo quedar en mal, quitando la Soberanía de manera arbitraria a la Orden de Malta, y ahora enviando casi a destierro al Cardenal a las Islas de Guam… Bajo una alegación que confía en el para solucionar los problemas allá. Cuando el Sumo Pontífice, por bien de la Iglesia ante sus males más latentes, ha de responder las Dubias que han planteado sus Eminencias, apoyados por más de 30 Padres Cardenales, Obispo y un sin número de Sacerdotes y Laicos.

Fidelidad a Cristo y a su Iglesia, Fidelidad al Sumo Pontificado.




MAURICIO PARRA SOLIS


sábado, 11 de febrero de 2017

4 Años sin Benedicto XVI


           Sin duda alguna el Papado en su esplendor en el Siglo XX ha sido marcado por la Figura del Papa Benedicto XVI, sin menospreciar la obra de su antecesor, hoy San Juan Pablo II… Cada uno con su carisma especifico…

            Benedicto XVI, el Papa de la Razón, pero sin duda alguna, el Papa de la Tradición, de la Patrística, de la Sagrada Liturgia. En mi humilde opinión, un Papa de la talla de los Gloriosos Papas San Pio X y el Venerable Pio XII, una figura imponente que inspira respeto y devoción hacia el Vicario de Cristo, el Dulce Cristo en la Tierra.

            Muy criticado el Santo Padre, por su postura conservadora, que los Neo Modernistas no aceptaban el olor a incienso de lo Sagrado en la Sagrada Liturgia… Su proceder ante los errores de la Iglesia y que supo afrontar… El Pontífice de la Razón, que nos ha dado las bases por las cuales creemos y en lo que nuestra Verdadera Fe se basa y existe. El Papa de la Mirada Profunda… mirada firme y si se queda contemplando una mirada aun en lo enérgica es dulce y amable. Una mirada de Padre y Pastor.

            El Papa que regreso a la Iglesia la Riqueza tan Grande de la Tradición Litúrgica resguardada en la Santa Misa de Rito Tridentino, el Rito de la Santa Iglesia Romana, por medio del Grande Documento Summorum Pontificum. Aunque haya Sacerdotes, Obispos y aun el Sumo Pontífice que quiera abrogar el Documento y calificar de retrogrado su uso.

            Se cumple un año más de que anuncio su Renuncia Nuestro Santísimo Padre Benedicto XVI al Sumo Pontificado. Tras 8 venerables y luminosos años de Pontificado, en los que supo guiar sabiamente a la Santa Iglesia, por aguas turbulentas.

Padre y Maestro de la Verdad, así lo afirmaría años antes en su Escudo Episcopal al tomar el lema: "Cooperatores Veritatis". Así fue su Ministerio, un Cooperador empedernido de la Verdad, de la Esperanza, de la Humildad. Así nos lo demostró hasta el último momento. Y ahora en su vida oculta como la infancia de Jesús, escondido en Dios para bien y salvación de la Iglesia.

Su legado en sus Encíclicas, en sus Discursos, en sus Homilías, merecen sin duda un exhaustivo estudio, su legado al Servicio de la Divina Liturgia, procurando siempre lo mejor para el Culto al Señor. Reformador de la Iglesia en tiempos de tormenta, y sin duda supo mantener la Barca inamovible.

Gracias Santo Padre Benedicto por su Amor a la Iglesia, por su Amor a Dios. Por todo el bien que hizo.

En lo personal, mi Veneración, Fidelidad  y Gratitud.

GRACIAS SANTO PADRE BENEDICTO XVI


Mauricio Parra Solís
Administrador