lunes, 30 de enero de 2017

La Virginidad de la Santísima Virgen


“Sábete y ten entendido Hijo mío, el más pequeño, 
Que Yo Soy la Perfecta Siempre Virgen Santa María, 
Madre del Verdadero Dios por quien se vive” 
(Palabras de la Virgen a San Juan Diego) 

           San Ignacio de Antioquía, en los comienzos del siglo II afirmaba: “Estáis firmemente convencidos acerca de que Nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (Jn 1, 13), Nacido verdaderamente de una Virgen… (Smyrn. 1-2). 

                 Los relatos Evangélicos (Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una obra Divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas (Lc 1, 34): “Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo”, dice el ángel a José, la Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa Divina hecha por el Profeta Isaías: “He aquí que la VIRGEN concebirá y dará a luz un Hijo” (Is 7, 14). 

              La Iglesia siempre ha creído y venerado a María como la Madre de Dios, mas no de la Divinidad de Dios, que son cosas completamente diferentes, es Madre de Dios en cuanto al Hijo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, por ser Madre carnal, la Divinidad es el atributo de Dios solamente, que permanece en Jesús desde siempre, y no la pierde en sus prerrogativas de condición humana, por eso rezamos “verdadero Dios y verdadero Hombre”. Y María Santísima, por los méritos de Jesucristo, ha sido exenta del Pecado Original y se ha mantenido Siempre Virgen, antes, durante y después del parto, aun teniendo por esposo a San José, quien del mismo modo ofreció su Pureza Virginal a Dios. María, al ser mujer de la Tribu de Israel, tuvo que pasar por los rituales que mandaba la Ley de Moisés, pues en Ella también se cumple aquella frase de Jesús al Bautista: “Hay que cumplir cuanto está escrito”.


                  Afirmar que la Virginidad de María es solo un relato mitopoético, como una metáfora para hacer resaltar la teología de la Fe, es algo totalmente alejado de la Verdad de la Iglesia. El Magisterio de la Iglesia con su Autoridad ha enseñado desde siempre lo contrario. Puesto que es una Gracia excepcional que Dios concede para misiones especiales, y María, es modelo de la Virginidad para las Consagradas y Consagrados. “Pero no todos comprenden esto, solo aquellos que lo viven” (P. Moisés Olmos). 

                 María es la Puerta, y por esa puerta entra la Vida que prepara el comienzo de una vida nueva por el Espíritu, Ella, permanece Virgen en el momento de la Anunciación, pues su respuesta a Gabriel ha sido: “¿Cómo será esto, puesto que no he conocido a varón alguno?” (Lc 1, 34), a pesar de estar desposada con José, la Tradición Judía marcaba que no inmediatamente de que los padres arreglaran el casamiento se podían juntar, ni siquiera era la práctica de verse sino hasta el día de la boda, y María, nos enseña San Bernardo, desde pequeña que fue depositada por Joaquín y Ana en el Templo María, por razón divina, era ya consagrada a Dios, a lo cual, en el uso de la Razón, María misma consagra su Pureza de Alma y Cuerpo al Señor. 

               Afirmar que la virginidad de María es un cuento mitológico de los Catecismos de antaño, y por tanto una verdadera Herejía. Esto es ceguera espiritual. María Santísima, consciente de su consagración a Dios y de su Voto Virginal, no dejaba de meditar sobre la Voluntad de Dios, del mismo modo enseña la Tradición de la Iglesia, que José habiendo hecho lo mismo de Consagrarse 2 a Dios, tenía la misma disposición de mantener su Voto de Virginidad para con Dios. Y el Señor, en su perfección, conocía los corazones de ambos, y también de su deseo de permaneces fieles a Él, por lo que unió providencialmente sus caminos para cuidar uno del otro aquellos votos de consagración que habían hecho en su Presencia. 

               En el momento de la Anunciación, quién Fecunda el Seno Virginal de la Hija de Sión es el Espíritu Santo, no existe intervención humana en la Concepción del Verbo Divino, como pueden llegar a afirmar Pseudo teólogos, al decir que el hecho de la Encarnación del Verbo fue una concepción como cualquier otra, auxiliada María por la persona de José en el pleno acto de amor sexual, siendo coparticipes de la creación de Dios desde la carne. Gran y flagante mentira, puesto que ni María, ni José tuvieron relaciones carnales, ni violaron su consagración virginal ofrecida a Dios Padre. Dios mismo sale al encuentro de María que tanto aguardaba la llegada del Mesías. Dios mismo sale al encuentro de José para que no tema recibir a María como su Esposa. 

                La Virginidad de María era ya una práctica común entre los judíos en la comunidad de los esenios de la cual formaban parte José y María. En esa comunidad se consagraban vírgenes y castos para el Señor. Y esta comunidad se dedicaba al estudio y meditación de la Palabra de Dios, de ahí que se concluye que realmente María tanto como José eran vírgenes al Servicio de Dios. 
           
                    María es Virgen durante el Parto, San Lucas nos enseña que en el momento de la Anunciación, aun sin ella pedir pruebas, el ángel le enseña a su Prima Isabel que esta encinta, y Ella, María, corre presurosa a auxiliarla, a atenderle en cuanto fuera indispensable, de manera que María se mantiene ocupada velando por el bienestar de su Prima hasta el alumbramiento. También el relato nos hace referencia que María vuelve con José tres meses después cuando ha nacido el Bautista, y en Ella, ya se hace notar la capacidad de embarazo en su seno. María, temerosa, pero consiente de que aquello que se gesta en su interior no es de origen humano, camina hacia el encuentro de José, esté, natural y humanamente entra en la duda, y en ser la burla de la comunidad israelita. Pensando que María le ha sido infiel y ha sido fiel a la promesa con Dios. 

                  Es cuando Dios mismo le conforta y le anima a seguir adelante. El plan de Dios en la unión de vidas, mentes y corazones es perfecto. Y elige a ambos consagrados para la Misión más sublime que puedan esperar y que en ningún momento paso en pensamiento sobre ellos. Mas ellos, siendo fieles a las Promesas dictadas por Dios a Abraham y a los Profetas, no temen en dar paso adelante. Pero el consuelo de Dios a José, corresponde la prueba de que María no ha violado su cuerpo, sino que aquello que se gesta en su vientre es “por obra del Espíritu Santo” que no hay nada que temer. Y José, apresurado, no duda en tomar a María en su casa y velar y cuidar por ella, aun convirtiéndose en la burla de toda la Comunidad, olvida los respetos humanos y sigue adelante confiado de ahora en delante de las manos de Dios. 

                 Durante el Parto, nos enseña el Concilio, el nacimiento de Nuestro Señor no disminuyo la integridad virginal de su Madre, sino que la santifico (LG, 57). Para la tradición judía, el que tanto el hombre, como la mujer entraran en contacto con la sangre, les hacía intrínsecamente impuros y contaminados, y se establecían una serie de ritos para la purificación, que lo marcaba como sigue siendo en el Judaísmo, a los 40 días de haber dado a luz, donde la mujer entraba en el templo en el lugar destinado a las mujeres para proceder a la Purificación Ritual que se establecía, mientras por otro lado, el Padre, José presentaba a Jesús en la parte que correspondía a los hombres, juntamente con el sacrificio que se mandaba en la Ley. Mas era para que se cumpliera todo cuanto contenían las Escrituras, pues María, como José, pertenecían en ese momento al Pueblo de la Antigua Alianza, sellada por Dios desde Abraham y con Moisés. Y como tal, Jesús también debía cumplir con lo que marcaba la Tradición. Mas por el endurecimiento de corazones que por sí 3 mismo. Y de este modo, por los mismos méritos de Cristo, María sigue permaneciendo Virgen intacta, santificándose por el Alumbramiento del Salvador. 

                 Corrientes adversas a la Fe, de igual modo enseñan que María, fue progenitora de más hijos, a esto se objeta que la Escritura menciona unos hermanos y hermanas de Jesús (Mc 3, 31-55; 6, 13; 1Co 9, 5; Gal 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos en carne de la Virgen María, en efecto, Santiago y José, “hermanos de Jesús” (Mt 13, 55) son hijos de una María, discípula de Cristo, en el sentido social del pueblo de Israel, no existía el vocablo para decir primos, para referirse a aquellos parientes cercanos o incluso para dar a notar que todos era parte de la misma comunidad. 

               María, por la Fe de los creyentes, reconocemos que tuvo más hijos, pero no en el sentido humano, sino en el sentido espiritual, en el momento de la Cruz, al hacer referencia en Juan, como hijo y a María como Madre de Juan (Jn 19, 26-27; Ap 12, 17), se resalta la maternidad espiritual de María a los creyentes y al proveer el desamparo en que quedaría María con la muerte de Jesús, puesto que en la tradición judía, la mujer no tenía ni valor ni voto en las decisiones del Pueblo de Israel, por tanto, al quedar viuda la mujer y no haber tenido descendencia, esta era prácticamente despojada de toda seguridad. Y Jesús, al momento de la Agonía, le confía a Su Madre a Juan y de modo místico a todos los creyentes, para que Juan velará por ella, por eso nos afirman los Evangelistas, que Juan a partir de ese momento la lleva a vivir consigo. Jesús es el Hijo Único de María, dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (Rom 8, 29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de Madre (LG, 63). 
             
               A lo largo de los siglos este Dogma tan especial de María ha sido puesto a prueba con numerosas herejías, San Atanasio contra el Obispo Arrio que negaba la maternidad de María, le saludaba como hijo de Satanás, y es que los santos no se andan con rodeos ni medias tintas, llaman a las cosas por su nombre. Y Satanás, padre de la mentira y de la contradicción, usa sus muchas manos para confundir a los fieles, desde adentro de la misma Iglesia, para afirmar falacias inmensas e indignantes para atacar el Depósito de Fe y todos aquellos Dogmas que por Obligación de Fe debemos creer. Todo aquello que contradiga los Dogmas es y viene inspirado del Demonio para confundir la verdadera fe. 

               Enseña de un modo muy elocuente San Luis María de Montfort en su Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen: “Si alguno dijera que tiene a Dios por Padre pero sin la ternura de verdadero hijo para con María, engañador es, que ha de saber que no tiene más padre que al Diablo”. La rabia capital del enemigo de las almas, no es otra sino ver en la Pureza Virginal de María, el recordatorio que su infame soberbia le arrebato la presencia de Dios, y que en Ella, no ha podido tener ni la más mínima entrada en cuanto al pecado desde su Concepción. La única creatura humana que ha permanecido intacta de pecado, predestinada desde la caída de nuestros primeros Padres Adán y Eva. Con la Promesa que la Mujer pisotearía su cabeza orgullosa mientras esta trataba de morder su talón. Después de Nuestro Señor Jesucristo, María tiene plena potestad y autoridad para someter al Demonio.  

                Explicaba el Padre Gabriele Amorth, que en Gloria y Santidad Goza, que el Demonio es tan astuto que también dentro de la misma Iglesia usa a sus bufones para confundir la Verdadera Fe, llámese sacerdotes, llámese consagrados, fieles laicos comprometidos, Obispos. Y no es faltar a la Obediencia al afirmar esto, no es faltar a la caridad ni condenar, es ver la necesidad de que los laicos también deben comprometerse a estudiar y adentrar en las Escrituras y en el Magisterio, y no quedar como borregos siguiendo corrientes que son dañinas y ponen en riesgo a las almas. Enseñaba el Beato Cardenal Jonh Henry Newman a sus laicos: “Quiero un laicado firme, que 4 conozca su credo a tal punto que pueda dar razón de el”… Pero a nosotros como laicos nos gana la decidía, el querer que el sacerdote nos de todo, y el laico tiene la obligación de profundizar en su fe, no solo quedar con el catecismo de Primera Comunión. 

Negar los Dogmas como este de la Virginidad de María, gana para aquel que lo enseña, lo cree y promueve, la Excomunión Latae Sententiae, es decir, Automáticamente, si es clérigo pierde su Ministerio y toda facultad de dispensar los Sacramentos, queda fuera de la Comunión con la Iglesia por Herejía y Apostasía, si llamándole la atención no rectifica su camino. Lo mismo pasa cualquier fiel laico que enseñe Doctrinas Condenadas por la Iglesia, queda fuera de la Comunión con Roma, no puede acceder a ninguno de los sacramentos hasta que rectifique su fe y se arrepienta de su Herejía. 

                   En conclusión, San Agustín nos enseña, que al nacer de una Virgen que escogió aún antes de saber quién iba a nacer de ella, Cristo quiso aprobar la virginidad en vez de imponerla. Y quiso que la virginidad fuera escogida libremente aun en aquella mujer en la que él tomó para sí la forma de esclavo (Santa Virginidad, 4, 4-401). Herejes llamados Antidicomaritos son aquellos que contradicen la Virginidad Perpetua de María y afirman que después de Cristo naciera, ella se unió con su esposo como uno (Herejías 56-428). Del mismo modo San Cirilo de Alejandría decía contra aquellos que no confesaban como verdad la Virginidad de María: “El mantuvo a su Madre virgen aún después de Ella dar a luz”. Y así lo ha entendido siempre la Santa Iglesia, decretándolo en el Segundo Concilio de Constantinopla en el año 553, como Obligatorio de Fe para toda la Iglesia. 

                   Quien no crea esto, crea que por su propia voz se condena, por los Decretos de la Santa Sede en relación al tema y por la misma Palabra de Dios (Gal 1,8) 


Mauricio Parra Solís 
Esclavo del Inmaculado Corazón de María 


Revisión y Correcciones 
Sr. Presbítero Moisés Olmos Ponce 


Mexicali, B.C. 20 de Diciembre de 2016.

lunes, 23 de enero de 2017

Carta Abierta a los Adoradores del Santísimo Sacramento del Altar


Mexicali, B.C., 22 de Enero de 2017
III Domingo del Tiempo Ordinario

“Los muros de la ciudad se derrumbarán,
y cada uno entrará sin impedimento”
(Josué 6, 5)


                              Hermanos Adoradores:

                 
                 Tenemos en nuestra presencia un privilegio que pocos alcanzan a entender con la profundidad que merece el Misterio Eucarístico. Cristo, el Señor que ha venido a morar entre nosotros hasta la consumación de los tiempos (Mt. 28, 20), hemos aceptado un compromiso que pocos son capaces de aceptar, pues implica un sacrificio muchas veces de mis placeres y mis comodidades, un pasar de Martha, para entrar en la contemplación de María, pero como dice el Señor: “muchas cosas nos afligen cuando solo una es importante” (Lc. 10, 41-42). Hemos tenido un verdadero gesto de amor con Nuestro Señor, hemos dicho: “Aquí estoy Señor, vengo para cumplir tu Voluntad” (Salmo 39).

                          El Señor nos habla de diversas maneras y en muchas situaciones, pero necesitamos estar siempre abiertos y dispuestos a la voz de sus palabras, pero siempre con discernimiento, pues también el maligno enemigo, viene a nosotros como ángel de luz para confundirnos al cumplir la Obra de Dios, y la santidad que Dios mismo quiere obrar por medio nuestro.

                            El libro de Josué, nos presenta una situación muy peculiar en el relato de los Muros de Jericó; podemos relacionarlo de una manera egoísta de querer una protección, un aislamiento espiritual del Pueblo de Israel, donde por la Fe, caen los muros. Y donde la confianza de Josué en Dios, mueve no solo los muros, sino también los corazones del Pueblo, siempre la obediencia a la escucha atenta de la Palabra de Dios, es la que nos hace capaces de mover obstáculos. Pero el hombre de hoy, vive completamente amurallado, sitiado en su castillo interior, su corazón y su alma blindados, donde ni siquiera dejan penetrar la gracia de Dios.
                       
 Y nosotros, Adoradores… ¿No tenemos aún en nuestra alma algún muro que nos impide entrar más y mejor en la presencia del Señor? Cierto es que el Señor nos ha cambiado desde nuestro comienzo hasta hoy… Cuanta apatía quizá tuvimos que vencer, cuantos pretextos tuvimos que encarar en nosotros mismos para dar un paso… Obstáculos propios y externos, compañías, aún la misma familia con su rutina y abstracción en el mundo, y aún nosotros mismos que vivíamos inmersos en el mundo, en lo que nos promete y en lo que nosotros aún de buena y recta manera nos proponemos. Y que Dios nos dice hoy: “Aún todo eso, te quiero conmigo… quiero que me acompañes, así como yo te acompaño a lo largo de tus días, de tus tristezas, alegrías, preocupaciones… Ven a mis pies, que yo te daré descanso de tus angustias, y te daré aún más felicidad que la que ya experimentas”.

                 Hemos experimentado muchas murallas, internas, propias y externas que el mismo enemigo nos ha puesto. Nuestra propia soberbia, nuestro orgullo, la pereza… Y aún desde antes, y que hemos ido viviendo, como a Josué, Dios nos ha ido enseñando: “Los muros de la ciudad se derrumbarán y cada uno entrará sin impedimento” (Jos. 6, 5). Este relato de Josué en el capítulo 6, pone una actitud tal vez sencilla, tal vez cansada, pero que no es lo central de la Voluntad de Dios, sino la obediencia y la confianza. Ir al encuentro Suyo, mediante una serie de directrices, acciones y ritos, quizá vacíos en sí mismos, pero ricos para tumbar las murallas, más que las físicas, las espirituales. Salir de uno mismo, para entrar en la Presencia de Dios vivo, que aunque no nos percatemos, siempre está en medio de nosotros, en la periferia de nuestra cotidianeidad.

                 ¿Con cuanta frecuencia nos ponemos a meditar nuestro trayecto hacia el encuentro con Jesús Eucaristía? ¿Realmente nos preparamos para ir a ese encuentro? ¿O vamos atentos a las distracciones externas? No porque no debamos presar atención a muchas cosas, que cierto es son necesarias, más sin embargo, aun así, nuestra alma tiene que ser puesta a trabajar y anhelar cada momento previo para que rinda todo el fruto que el Señor nos quiere regalar en su Presencia. Hacer resonar en nuestro interior los cuernos para despertar al alma, para entrar en esa intimidad del amado con el alma, como si de la boda con la esposa se tratará, y aún más, pues el encuentro es todavía más profundo. Ya desde ahí, el Señor quiere derrumbar nuestras murallas.

                  ¿Qué es ahora de mí, después de haber vencido mis murallas, todo aquello que me ataba? Dando el primer paso, el camino Dios lo empieza a allanar, y aún con las piedras que nos coloca el mundo y el enemigo común, hemos encontrado, no solo algo, sino a Alguien, que nos empuja y anima a seguir adelante. Y aquí es donde en nosotros se cumple la promesa de Dios a Josué: “cada uno entrará sin impedimento”. No porque sea fácil, sino porque no vamos solos, es que hemos vencido el muro impenetrable que nosotros mismos habíamos levantado ya, y era necesario, que se destruyera para dar paso al rico caudal de Gracia del Amor y la Misericordia de Dios.
                 
Ya cruzamos el umbral al que teníamos miedo y apatía… Jesús mismo, que quiere tenernos delante de él, ha tenido la delicadeza no solo de llamarnos una y otra vez, sino de tener la paciencia para esperarnos, puesto que cuando estamos en Adoración, en su Presencia, no solo yo, criatura, contemplo al que me formo con amor en sus Manos, sino que también mi Señor, el que me levanto y me restituyo, también me contempla a mí, y se pone a mí altura, para estar siempre atento, cercano, paterno, fraterno, para hacerse de manera misteriosa, uno conmigo en la contemplación. De tal manera, que aún en el silencio y sin ninguna clase de palabras, cada uno entra en el corazón del otro, un dialogo perfecto de corazón a Corazón. Donde no hacen falta las palabras, sino la presencia y la figura, el Amor mismo y el objeto del amor que soy yo, no solo Adorador, sino hijo, que ama, consuela y permanece junto a su Creador.

                 El Señor ya nos ha permitido cruzar sin impedimentos, y quiere llevarnos aún más adentro de la ciudad interior, pero ya no de nosotros mismos, sino de su Sagrado Corazón, pues la muralla que poníamos nosotros, era en realidad el impedimento para entrar en Él, pues entrando nosotros en Él, el de manera intrínseca entraría a morar en nosotros, con un Misterio inabarcable de condescencia Divina, y mientras más nos adentremos en las entrañas de su Corazón, más podremos gozar las maravillas ahí contenidas y seguir creciendo en intimidad con Él, cuyo misterio es inabarcable, que solo entenderemos al entrar en la perfección de su Presencia en la Eternidad, pero que nos llama a experimentarla un poco ya desde ahora en la Tierra, en su Presencia Expuesta en nuestros Sagrarios, en nuestros Altares, siempre esperándonos, siempre buscándonos. Dichosos nosotros que hemos acudido a sus pies para saciarnos del agua que nunca se acaba.

                Y aún nos permite experimentar más, cuya presencia no disminuye al salir de la Capilla o del Templo, al concluir el tiempo semanal de mi compromiso, sino que va más allá de eso. A ser realmente adorador, en espíritu y en verdad (Jn. 4, 23), viviendo siempre y constante en la presencia de Dios, y suplicar ardientemente, “Señor, si yo salgo de tú presencia, qué mi corazón se quede aquí postrado ante Ti, así como Tú vienes y me acompañas en mi camino”. Bella es la intimidad con Cristo, cuando se aprende a tratarle como un amigo, sabiendo que es un Dios siempre cercano, contemplando aun en el dolor, la dulzura de la Cruz, pues quien contempla al Señor Expuesto en el Santísimo Sacramento, también lo contempla expuesto en la Cruz, y la Cruz con Cristo, es una Cruz aunque amarga, infinitamente dulce. Más una cruz sin Cristo, es una tristeza, porque no está Quién le da sentido y dulzura, aunque pueda verse contradictorio.

                 Que cada día, Hermanos, el Señor nos enseñe a ser verdaderos Adoradores, y que con nuestro testimonio, seamos puentes fuertes, para atraer a más hermanos hacia Él.

«Hele aquí... compañero nuestro en el Santísimo Sacramento,
que no parece estuvo en su mano apartarse un momento de nosotros»
(Santa Teresa de Jesús)


                                                                                                
Atte. 
Mauricio Parra Solís
Miembro del Movimiento de Adoradores
del Santísimo Sacramento,
 Parroquia del Espíritu Santo,
Diócesis de Mexicali

jueves, 19 de enero de 2017

Martín Lutero… ¿Un Reformador?

              Recientemente en la Audiencia General del Papa Francisco celebrada el pasado miércoles 18 de enero ha tenido a bien recibir a herejes Luteranos, como parte de un encuentro Pseudo ecuménico con motivo de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, resaltando ante todo que “Lutero tenía la intención de renovar la Iglesia, no de dividirla”, cosa que es mentira ya a 500 años del inicio de la Herejía Protestante.

            Los historiadores, no encuentran ningún fundamento para sostener que Lutero haya querido reformar las costumbres de la Iglesia, en manera corrompida en su tiempo, sino de acabar con la Doctrina Católica, y de ello hay muestra en numerosos escritos del Hereje al decir: “Yo no impugno las malas costumbres, sino las doctrinas impías”. Y años después insiste en ello: “Yo no impugne las inmoralidades y abusos, sino la sustancia y la doctrina del papado”. “Entre nosotros –confesaba abiertamente-, la vida es mala, como entre los papistas; pero no les acusamos de inmoralidad”.

           

Llegando al grado la “renovación de la Iglesia”, que tanto ha defendido Francisco, de llamar al Papa abiertamente demonio, tachándole que al Papa le debe la misma reverencia que al demonio si este se apareciere, haciendo menos daño que el Papa, afirmaba el Hereje Lutero. Tanta fue la “renovación”, que hizo desaparecer toda verdad de doctrina, acabando principalmente con la Sagrada Escritura, “Biblia para todos”, dejándola a la libre y errónea interpretación, y convirtiéndola en mero fanatismo de creer lo que cada cabeza creyera necesario al leerla. Quito la infalibilidad de la Palabra,  pisoteo la sucesión Apostólica, el Sacerdocio y el Episcopado, contenidos en la misma Palabra de Dios.

            Quito el valor salvífico de la Santa Eucaristía, reduciéndola a solamente un mero recuerdo de la cena pascual, y no como lo que es realmente el Sacrificio Redentor de Jesús. Como buen hijo de satanás, Lutero acabo con lo que el mismo demonio más aborrece, primero la Eucaristía y después el Culto a la Santísima Virgen María. Autores modernos, afirman enérgicamente y dicho sea de paso con verdad al decir que Lutero no solo destruyo el Cristianismo, sino acabo con toda la cristiandad.

            Una Reforma nacida auténticamente del Espíritu Santo, no suscita un desmembramiento espantoso, sino la cura de las heridas. Una verdadera Renovación que necesitaba la Iglesia era en sus costumbres, poco apegadas al Evangelio, más nunca en la Doctrina que nos han dejado los Santos Padres de la Iglesia, los Sacrosantos Concilios que se han celebrado para esclarecer cada vez más la Fe a la Luz del Paráclito, como cumplimiento a la Promesa de Jesús al subir al cielo: “Me voy pero enviare un Consolador que les enseñara a cumplir cuanto yo os eh enseñado” (Jn. 14, 26).

            La “reforma” de división, solamente es inspirada por aquel que desde un principio ha querido tomar el lugar de Su Señor, del Demonio, acabar con la Doctrina de la Iglesia, en aras de una llamada de atención, por más necesaria y válida que esta sea, fomentando y teniendo como resultado un desmembramiento masivo de los miembros, cabe bien resaltar las palabras de San Atanasio al hereje Obispo Arrio al saludarle como “hijo de satanás”, lo mismo aplica sin lugar a dudas con Martín Lutero, que de “medicina de la Iglesia” (Papa Francisco) y de “testigo del Evangelio” (Documento Oficial por la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos), no tiene absolutamente nada, y es más penoso y triste, que la propia Iglesia, a la que el trato de destruir, quiera aplaudirle todos los grandes daños y tanta sangre de Mártires que se ha derramado por defender la Fe de sus heréticas doctrinas, quiera aplaudir.

           

Es triste la calidad doctrinal que ha sumergido a Roma, a la Cátedra de San Pedro, vender la Doctrina de la Iglesia, y aplaudir lo que tanto daño ha causado, en favor de un FALSO ECUMENISMO, que altamente traiciona la misma Palabra de Dios y a Cristo mismo, la Esposa de Cristo se ha convertido en aquella mujer que le da veneno al propio esposo, y sin embargo, aun esta la promesa del Señor, que su Iglesia Santa prevalecerá aun contra los ataques del infierno, aun cuando, como afirma San Pablo, desde sus mismas entrañas aparecerán lobos con piel de ovejas que enseñarán doctrinas falsas desde adentro. Y triste es que los fieles, sucumben también ante el error, por estar disfrazado de detalles bonitos y llamativos, como si de atracción de masas se tratara y no de la salvación de las Almas.  Nos hemos vuelto, como Iglesia, incapaces de distinguir entre el agua pura y el agua envenenada, porque el veneno se ha camoflageado con lo sano, y es silencioso como el cáncer.

            Oremos, porque el Espíritu Santo, que es Espíritu de Orden, asista con prontitud a la Iglesia, a nuestros Obispos, al mismo Santo Padre, que le ilumine y se dé cuenta que lo único que se está creando es una enorme confusión en la Iglesia, y tristemente, el creer que todo va bien y la Iglesia está tomando respiros de renovado aire, no es sino un engaño de Satanás, para confundir aún más. Afirmarlo por parte de nuestros Obispos, es una alta traición a Cristo y a la Iglesia, por falsos respetos humanos y miedo a perder sus cargos. Oremos para que el Espíritu Santo despierte los corazones y mueva las conciencias hacia el encuentro con Dios que nos salva, con Jesucristo Vivo. Hacia una verdadera Unidad de la Iglesia, sin vender su Doctrina y mucho menos poner el Papado como alfombra por el cual caminen encima los herejes.

            “Ven Espíritu Santo, Don altísimo, claridad y verdad del Padre y del Hijo, que has hablado por los Profetas, y has enseñado a cumplir todo aquello que Jesús nos ha enseñado, y has revelado la Vida a los pequeños y sencillos. Asiste con la Claridad de tu Luz a la Iglesia, Hija Amada del Padre, Cuerpo Visible de Cristo y Esposa fiel de Tus Inspiraciones, enséñale a caminar verdaderamente por el camino de la verdad, que sea signo visible de unidad y de caridad, para cumplir así la Oración que Jesús elevo al Eterno Padre, de ser uno como El y el Padre lo son por el vínculo perfecto de tú acción. Ven Espíritu Santo, y asiste al Santo Padre, Dulce Cristo en la Tierra, ilumínalo para que nos confirme en la Verdad de la Palabra Divina y en la recta interpretación de todo aquello que debemos creer para salvarnos. Concede valentía a nuestros Obispos, que han sido constituidos guardianes de la Fe Verdadera, que sepan defender la Verdad que has enseñado a tu Esposa, la Santa Iglesia. Destierra de Ella, el viento impetuoso de las herejías que buscan diabólicamente acabar con tú Obra de Salvación.  Te pedimos todo esto, por intercesión de Aquella primera y fiel discípula de la Iglesia, tu Inmaculada Esposa, la Virgen María, por Ella, por los méritos de su Inmaculado Corazón, para glorificar el Triunfo del Corazón de Jesús, y el cumplimiento de las Promesas que nos hizo en Fátima, y que el Demonio y Satanás, sea encadenado a los abismos, y cese de propiciar a los hombres el veneno de la condenación eterna, y de cribar a los elegidos de Dios, llenando de ajenjo a la Santa Madre Iglesia Católica, a la que profesamos nuestro amor y fidelidad, al Sumo Pontífice y a la Sana y Verdadera Doctrina. Concédenos por último, no solo guardar en nuestros corazones la Palabra de Jesús, sino encarnarla en la vida propia, y dar testimonio de ella en la Verdad y la acción. Ven Espíritu Santo, y renueva con la claridad de tu Luz, la Faz de la Tierra. Amén”.



Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón de María


            Mexicali, B. C. 19 de Enero de 2017. Año Jubilar del Centenario de las Apariciones de la Ssma. Virgen en Fátima.


miércoles, 18 de enero de 2017

¿Puede un Homosexual alcanzar la Santidad?


    Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. (CIC 2358)

Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana. (CIC 2359)

He querido iniciar este texto con la cita directa de lo que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, que por sí mismo centra el contenido que deseo plasmar esta ocasión. A menudo escuchamos como miembros y servidores de Iglesia frases como: “La Iglesia nos discrimina”, “Los cristianos son unos intolerantes”, “Fanáticos homofóbicos”, etc… etc… cuando el que yo piense diferente de una u otra manera a ideas de mi prójimo, no me hace ni odiarlo, ni ir en contra suya, ni insultarle como muchos medios no solo de comunicación, sino de entre los mismos hermanos quieren llegar a hacer creer.

La Iglesia, siempre ha tenido abiertos sus brazos como Madre, para acoger a todos sus hijos dispersos, pecadores y justos, fieles y rebeldes. No los aleja, sino con paciencia les procura y busca atraerlos hacia el Corazón de Su Señor. Dios ama al pecador, más sin embargo desprecia el pecado. La Iglesia lo mismo, abraza al pecador, invitándolo a dejar su vida de pecado en la medida de sus fuerzas con la Gracia Divina que nunca deja de auxiliar al Hombre, aun sus limitaciones y caídas.

Es cierto, que muchos dentro de la Iglesia misma no tienen una actitud del todo meritoria a lo que la Doctrina enseña, es triste y es una realidad, y vemos que Pastores, Sacerdotes, Obispos, laicos comprometidos que deberían ser muchísimas veces modelos recalcados de la Misericordia del Padre con el hijo prodigo, son jueces y parte sin mirar las astillas de sus ojos, más sin embargo, no por ellos podemos ver a la Iglesia y a los Servidores de manera generalizada. Sería un error gravísimo pensar que todos son iguales.

Aún la misma palabra de Dios, siendo tan tajante en numerosos aspectos, el mismo Libro del Deuteronomio, el mismo San Pablo, Cristo mismo da un margen amplio de apertura, No al pecado, a la dignidad de la Persona misma, que esa no está condicionada, aun cuando el hombre mismo se empecine pasar por encima de la Dignidad propia o de sus hermanos. La condición o preferencia, es un hecho que por sí sola no implica un atentado contra la moral, la espiritualidad y la dignidad, tan perfectible es aquel que se llama “heterosexual” como el que se llama “homosexual”, sabiendo identificar entre ser “homosexual o gay”*, aunque sean derivados, implican diferentes concepciones. Ambas respetables, y ambas motivo de lucha constante para superarse como personas y seres humanos.

Las acciones, sin embargo, aun siendo en segundo plano, son las que nos pueden condicionar nuestra relación con los demás, la aceptación o el rechazo. Más lo que en esencia somos. Yo no puedo ir de un lado a otro haciendo y deshaciendo en mi libre antojo, aun cuando sea consciente de mis acciones, mientras perjudique a los demás. Y ni aún mismo perjudicándome a mí mismo, y creyendo que porque lo hago yo, aunque sea algo malo, voy a recibir aprobación. Es una mentalidad equivocada por demás decirlo. Y no es sentido de discriminación, odio e intolerancia el que alguien que piensa diferente a nosotros o procure ayudarnos, quiere hacernos un mal, no nos acepte o nos rechace.

Más sin embargo, hay lineamientos morales y espirituales que son norma natural de vida preestablecida y que aún en nuestra libertad esta intrínsecamente grabada en nuestra conciencia.

El homosexual, debe estar consciente y abierto a muchas realidades, aun cuando su corazón mismo este terriblemente lastimado por las caídas y desengaños de su propio caminar, por sus propios errores, con humildad, debe también reconocer que necesita ayuda, no solo de la humana, sino también de Aquel que siempre le ha acompañado a lo largo aun de sus tropiezos, aun cuando sus acciones no han sido buenas del todo. Que siempre y constante le ha invitado a recapacitar, no condenándolo, sino invitándolo a la verdadera reconciliación consigo mismo y con aquellos que le rodean.

Aunque rechace lo que es muchas veces y sea rebelde, aun el homosexual es hijo de Dios y de la Iglesia. Triste es constatar, que ni aun los propios homosexuales muchas veces, no son capaces de aceptarse ni ellos mismos, aun cuando ponen una careta de “todo está bien”, “me acepto”, cuando su mismo rencor y sus acciones gritan muchas otras cosas, muchas veces faltas de aceptación desde sus propias familias, otras tristemente de la misma sociedad, de la misma Iglesia es cierto y triste, más no del Magisterio, ni de Cristo, sino de algunos miembros de entre los hermanos y servidores. Aunque también, es de aceptar que muchos hermanos que experimentan  esta realidad, es de manera desordenada y agradable a ellos, y también con ellos la Pastoral debe trabajar. Muchos que vienen arrastrando maltratos y abusos de los cuales ellos no tienen ninguna culpa, ni aun de la realidad de su preferencia ni de las situaciones que han vivido.

La Iglesia como Madre, nos invita a vivir bajo una norma de vida, pero es una invitación, no una imposición, como muchos quieren hacerlo ver, una invitación a vivir plenamente libres, en la libertad de los hijos de Dios, es una decisión personal que cada quien puede o no aceptar. Vivir la castidad, que se pide a cualquier estado de Vida, tanto a los Consagrados, como a los Esposos, como a los Solteros, homosexuales, heterosexuales. La vida de piedad, el fomentar nuestro encuentro con Dios cada momento es algo que aunque la Iglesia no lo pida explícitamente, el mismo espíritu lo clama a gritos, clama a Aquel que puede llenarnos todos los vacíos. Cumplir los mandamientos de Dios no es una imposición, es una Invitación de Dios y un muro de contención para no caer en el desfiladero de la perdición.

Ni aun viviendo en la realidad de una pareja, la Iglesia aleja al homosexual, sino que lo abraza. Es cierto, para este tipo de realidades también les pide a ambos en la medida de sus fuerzas ayudados de la Gracia Divina, vivir la castidad. Y como Iglesia también es una realidad que debe buscar una Pastoral adecuada a estas necesidades en la Fe y en la Caridad para llevar un correcto Acompañamiento a quienes vivimos la Realidad homosexual, y a quienes viven en situación de pareja o buscamos vivir una relación de pareja a la Luz de la Fe. Para que en estas realidades, se lleve una correcta práctica de la Fe. 

El Homosexual, puede llegar a ser tan Santo como se lo proponga, tanto como se deje guiar por la mano de Dios que no lo rechaza sino que está siempre en espera con los brazos abiertos para abrazarlo, acogerlo y sanarlo de sus heridas. La santidad no solo es una exigencia de los Consagrados a Dios, sino de todos los hombres y mujeres, es la manera de vivir una humanidad plena y autentica. No somos fotocopias de nadie, somos únicos, auténticos, creados a imagen y semejanza de Dios, superiores a los mismos ángeles. Pero la respuesta es única, personal: Dios y yo. No hay más, pero hay que estar siempre abiertos para entender esta realidad tan bella, pero que la sociedad, bajo la máscara de apoyarnos y de ser incluyente, nos quiere ocultar.

Te lo digo a ti hermano homosexual, a quien va dirigido primeramente este artículo que me he tomado a escribir, te lo digo a ti de homosexual a homosexual, consciente de otra realidad, Dios nos ama, nos frecuenta, y te invito a acercarte a Él, que no te fallará jamás.



Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón de María


Mexicali, B.C., 18  de Enero de 2017. Año Jubilar de las Apariciones de Nuestra Señora de Fátima


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Dedicatoria:
Debo decir que el escribir este Articulo que puede llegar a desentonar un poco con la dinámica de este Blog de Catequesis, fue inspirado por una persona a quien estimo y admiro ampliamente, y a quien quiero dedicar este Articulo.

Mao  y  Ramón



martes, 17 de enero de 2017

Carta Abierta a Su Excelencia Sr. Nuncio Apostólico de Su Santidad

Excelentísimo Señor
Don Franco Coppola
Nuncio Apostólico de Su Santidad en México

Mexicali, B. C., 12 de Enero de 2017
Año Jubilar del Centenario de las
Apariciones de María Santísima en Fátima


Eminentísimo y Reverendísimo Señor
Don Franco Coppola
Nuncio Apostólico de Su Santidad en México

                                   P R E S E N T E . –

            Reverendísimo Padre,

            Por la presente carta reciba un cordial saludo, pidiendo a Nuestro Señor Jesucristo, Buen Pastor, por Intercesión del Inmaculado Corazón de María, le bendiga en su Ministerio Episcopal, que le ha sido confiado para salvaguardar la Verdadera Fe de la Iglesia, la Tradición Magisterial que desde siempre hemos profesado como Hijos de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Y su labor de Guiar en Nombre de Nuestro Santísimo Padre, el Papa, a esta Iglesia Mexicana.

Estamos viviendo en Nuestra Iglesia, momentos decisivos para Nuestra Fe Católica, y momentos de una gran confusión. De la misma manera en el ámbito social de nuestra Patria. Recientemente, hace algunos días, nos tomamos el atrevimiento de enviar a Nuestros Eminentísimos Padres Cardenales en México, una carta, pidiendo humildemente sean aclarados, no solamente para nosotros, sino para todos los fieles, la postura de la Iglesia sobre la mal llamada “reforma” luterana, tan contraria a la Unidad y al Magisterio de la Iglesia. Carta de la cual, tristemente no hemos tenido respuesta alguna, y por la cual nos atrevemos a escribirle a Vuestra Excelencia.

No se trata en manera alguna caer en rebeldía a la Cátedra de San Pedro, pero a simple vista, como afirma acertadamente un Hermano Luterano converso a Nuestra Fe, es una verdadera traición a Cristo, Señor Nuestro, el llamar a Lutero como “Testigo del Evangelio”, cuando verdaderos testigos son los santos y los mártires que han derramado su sangre sobre los altares, en manos del protestantismo en cualquiera de sus variantes.

Claro que sí, nuestra Santa Madre Iglesia ha de buscar la unidad y el retorno de sus hijos, mas no a costa de vender el Depósito de la Fe que durante más de 2000 Años nos han dejado los Grandes Papas y Santos a su paso, desde los Apóstoles. Más es de saber reconocer, que quienes se han alejado son ellos y de reconocer que tienen que caminar hacia la auténtica conversión y reconociendo las Verdades de la Fe que Lutero traiciono. Aun cuando la Iglesia en su momento Histórico, haya tristemente fallado, y necesitaba enmienda, sí, más desde adentro de ella misma, no en la división y la rebeldía. Sino a ejemplo de los Grandes Santos Reformadores como han sido San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, San Carlos Borromeo, Santa Teresa de Jesús, por mencionar a algunos.

El Trabajo del Sagrado Concilio de Trento que fue un verdadero acto heroico del Glorioso San Pio V, para buscar devolver la unidad al Cristianismo y contrarrestar las Herejías Luteranas. No se pretende ser más adoctrinados que ustedes, Padres de la Iglesia, pero también los fieles se dan cuenta que es una gran confusión lo que se está enseñando.

Suplicamos a Su Excelencia humildemente, se digne dar respuesta a esta carta y a la carta que le adjunto, copia de la que se envió a Sus Eminencias. Sin más que agregar, nos despedimos de usted, besando el anillo pastoral de Vuestra Excelencia y pidiendo se Bendición Apostólica.  

            En fidelidad y caridad.


Mauricio Parra Solís
Mexicali, B. C.




Jaime Mauricio Zavala García
Salamanca, Gto.





miércoles, 11 de enero de 2017

Misión de la Iglesia: Pastores y Laicos


 Estad siempre preparados
para presentar defensa ante todo el que os 
demande razón de la fe que hay en vosotros, 
pero hacedlo con mansedumbre y reverencia”.
(1 Pe. 3, 15)

La seguridad de la Doctrina está en no salir de lo que siempre ha enseñado la Santa Madre Iglesia y la Sagrada Escritura. Nadie, ni siquiera los Pastores son dueños del Depósito de la Fe, sino la misma Iglesia que lo ha enseñado a lo largo de la Historia desde Nuestro Señor Jesucristo.

Cuando los laicos levantan la voz, han de hacerlo con conocimiento de lo que enseña la Iglesia, no solamente en lo que ellos creen y puedan opinar, sino siempre unidos a los Pastores que enseñan la Fidelidad a la Iglesia.

Norma segura en hablar es estar siempre en continuo estudio. Aun de lo que dicen aquellos que contradicen la misma Fe, Caridad no es callar y solapar los errores, sino en humildad y obediencia argumentar en el mismo Magisterio. Cuanto más apegado todo escrito y todo argumento a la Palabra de Dios y a lo que la Santa Tradición enseña, menos espacio tenemos para caer en el precipicio del error.

Decir que el Magisterio porque se dictó en el pasado pierde sentido hoy en el presente y para el futuro, es mentir. El Magisterio y la Tradición de la Iglesia tienen tal continuidad que se aplicó en su tiempo y se aplica aun actualmente. No es la Iglesia la que debe adecuarse a la manera de los tiempos, sino los tiempos entrar dentro del Evangelio. La Iglesia es Madre y Maestra de Fe, siempre y cuando mantenga continuidad magisterial.

Se le debe Obediencia y Reverencia al Sumo Pontífice, el Papa, pero también el, siendo hombre, se equivoca, aun cuando habla desde la Sede del Apóstol, raras veces es infalible, y lo ha enseñado el Papa Benedicto, las Normas Pastorales no son Magisterio Eclesial, sino únicamente consejo de una directriz para aplicar el Evangelio, para aplicar el mismo Magisterio. No son Palabra de Dios, y por lo tanto pueden contener errores, y muchas veces esos errores pueden crear confusiones y alejamientos, que si no se aclaran, ponen en riesgo todo el depósito de la Fe, aunque sea en una parte; mover un naipe de la torre y toda la torre vendrá el suelo. Mover un poco el Magisterio, la misma Palabra de Dios, y toda la Iglesia colapsa.

Lo mismo recae en las palabras y afirmaciones ambiguas, que no terminan de explicitar el sentido esencial. Y dan paso a un sin número de interpretaciones, cabría decir, hasta cierto punto protestantes, pues se prestan a libres interpretaciones que pueden caer en error capital, y así, comprometer la Doctrina Eclesial.  Y es para ello, que la misma Iglesia, si lo cree oportuno, tiene legítimo derecho y capital obligación de pedir, incluso de exigir, que se aclare las dudas que están suscitando esas declaraciones, que aunque pastorales, no son de obligación aplicar, sino concejales, si pueden poner en riesgo toda la estructura para que aún los Pastores, cometan errores graves en materia Doctrinal.

Nos justificamos en orar, pero no solo de la Oración se sostiene la Iglesia, sino al contrario, la Oración es siempre el brazo derecho de la Iglesia, el brazo más fuerte, más sin embargo, la acción también se debe hacer efectiva, como enseña San Benito: Haz Oración y ponte a trabajar. Aun cuando lo que se llega a plantear resulte incómodo, pues la luz ante las tinieblas siempre es escandalosa. Y la mayoría de los casos hasta condenable cuando se quiere vivir en el error y en el engaño.

Siempre, las directrices Pastorales, tanto de un Concilio, o de un Sínodo, han de estar orientadas al bien capital de la Iglesia: la Salvación de las Almas. Aun cuando implique, por esa misma encomienda, llegar a negar inclusive los sacramentos. Dando normas verdaderamente Paternales, para que quienes viven de un modo u otro en el error y el pecado, puedan tener ese encuentro con Dios que sus corazones tanto anhelan, sin poner en riesgo ni la salvación de sus almas, ni la Sacralidad del Magisterio y los medios de Salvación. Y dando una correcta catequesis y acompañamiento a quienes va dirigido el Consejo Pastoral.

La Fidelidad a la Iglesia, al Santo Padre, a los Pastores, ha de ser siempre en unión al Magisterio mismo. Tomando al Magisterio como punto de Referencia para estar unidos a los Pastores. Y centrados en la Enseñanza de Jesucristo a sus Apóstoles, estando atentos, como dice la misma Escritura, de aquellos que vendrán, aun desde adentro, a engañar y a querer enseñar doctrinas falsas (Mt. 7,15; Mt. 24, 11, 24; Mc. 13, 22; 2Pe. 3, 17; 2Pe, 2, 1). Y resistir a esas doctrinas, no entra en ninguna clase de rebeldía hacia la Potestad de ninguno de los Pastores, antes bien, entra en la total y completa sumisión a Cristo mismo, Dueño, Esposo y Señor de la Iglesia, (Jer. 23, 16; Rom. 16, 17; 2Tim. 3, 5)

Esperando siempre la promesa dada a Pedro: “Los poderes del Infierno no prevalecerán sobre ella” (Mt. 16, 18). Y siendo así, también se cumple, no solo en la jerarquía, sino también en el laicado, que es la Iglesia de Cristo, su Cuerpo mismo, cuya cabeza no son los Pastores, sino Cristo mismo, los Pastores son la boca por la cual Cristo habla, pero aun siendo la boca humana puede contener errores cuando no se une correctamente a la cabeza. Y aun el cuerpo siendo constituido en diferentes funciones cada parte, están todos conectados entre sí, que ninguno puede cumplir su función, separados medularmente de la cabeza misma.

Oremos por mantener la Fidelidad a la Iglesia como Ella necesita que nos mantengamos fieles, siempre a la Verdad unida a Jesucristo, puesto que si la palabra del Pastor se separa de esa verdad, el Espíritu Santo vendrá en auxilio de sus fieles para enseñar siempre la verdad y enderezar el camino. Se engaña aquel que piense que por enseñar todo esto se separa de los Pastores, antes por amor a ellos, a nuestros Obispos, al Papa mismo, es necesario aclarar lo importante, para no caer en el error que el Papa, aun siendo instituido por el Espíritu Santo, es más superior que nadie a lo que la Iglesia Enseña, sino que por el contrario, el Sumo Pontífice es Servidor de la Iglesia, Servidor Humilde del Magisterio y del Evangelio, y apegarse siempre a lo que está determinado por la Lex Credendi Ecclesia (Norma de Fe de la Iglesia).

El laico, es cierto, no es más que los Pastores, ni siquiera más que el Sucesor de San Pedro, pero debe estar consciente que también debe prepararse y dar ante todo razón de su Fe a todo aquel que la pida, como enseña San Pedro en su Carta (1 Pe. 3, 15), un laicado que esté preparado a tal punto que si los Pastores, por engaño se equivoca, pueda en humildad y caridad, hacerle ver su error, siempre guiados por el Don del Espíritu Santo. No solo está el laico para recibir la catequesis de la Iglesia, sino también tiene la obligación de ir a buscar esa Formación, pero tristemente al laico, la gana la pereza y la decidía, el “no tengo tiempo”, “que aburrido”, “de que me servirá” y excusas y pretextos de los que nos pedirán cuentas.

Siempre en fidelidad a la Iglesia como ella necesita ser en verdad servida y no como ella quiere ser servida, pues entre el necesitar y el querer existe un precipicio enorme donde pueden caer un sin número de almas que necesitaban ser salvadas y muchas veces son puestas en riesgo, no por darles lo que necesitaban, sino lo que querían, aun cuando lo que querían era más por capricho y allanando el camino de su condenación, que su salvación. Más en cambio, Cristo y su Iglesia Santa, esta para dar a las almas lo que necesitan, la Salvación, Cristo, el Señor, preguntaba a quienes se acercaban a él que quería, y el Señor lo concedía si era necesario, pero iba más allá, primero Enseñaba, “este es el camino”… pero nos ponemos como la actitud del joven rico, que sabiendo lo que necesitaba, le intereso más lo que quería que lo que necesitaba, ese joven, como muchos en la Iglesia, son motivo de tristeza para el Maestro.

Esa es la labor del Papa, de los Obispos, dar a la Iglesia lo que necesita, lo que Cristo mismo daría. Misericordia sí, comprensión, seguramente que sí. Pero también el ajuste necesario para lograr la Salvación de las Almas. Si las almas lo aceptan o no, es decisión y libertad propios, la Iglesia está para salvar a las almas, no para atraer a las masas. En el Discurso del Pan de Vida miles seguían a Jesús, y acabo quedando con los 12 Apóstoles que le fueron fieles y entendían el compromiso. Los demás, salieron huyendo, por no escuchar lo que querían, sino lo que necesitaban, y la Iglesia continuo en pie. Y esa misma Promesa el Señor la ha de cumplir también hoy y hasta la consumación de los tiempos.


Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón


Revisado por
Sr. Pbro. D. Moisés Olmos Ponce.

Ensenada, B.C.