Velen y oren para que puedan afrontar la prueba (Mt. 26, 41) Constante es el camino y ardiente la purificación que Dios quiere lograr en las almas como un acto de consagración renovada de la Gracia Bautismal. Y en cada alma quisiera cumplir la sentencia dictada: “he venido a traer fuego a la Tierra y cuanto quisiera que estuviera ardiendo” (Lc. 12, 49). Pero cierto es, que por propias fuerzas somos incapaces de arder como candiles en el Lugar del Santísimo, y debemos llenar constantemente nuestras lámparas de aceite precioso y perfumado. A semejanza de las doncellas que permanecen en vigilia constante por la llegada del Novio, que precavidas, aguardan llenas de esperanza en la puerta de la casa.
¿Cuál es ese aceite que nos dispone para arder en gracia de Dios? No hay otro sino la oración, sin oración, somos palabra muerta y tierra infecunda. Si la semilla no se cuida, jamás brotara la planta con fruto. De tal manera que separada la rama de la vid, cae a tierra y muere. Separados de Cristo, nada podemos hacer (Jn. 15, 5) y seguimos errantes como ovejas sin pastor. Y tenemos la importante necesidad de mirarnos como Cristo nos ve y nos contempla, pero el pecado común nos impide contemplarnos a nosotros mismos. Y esa gracia, solo la podemos conseguir en la oración, no en el formulismo de los rezos, sino en una oración verdaderamente viva que brote desde lo profundo de un corazón arrepentido y hambriento de conocerse y conocer a Aquel que es capaz de transformarlo.
El alma que permanece en oración, por más que el maligno se acerque, no lograra resquebrajar la caña, aun cuando la zarandee, no la quebrara, porque la Gracia de Dios saldrá en su auxilio para no dejarla vencer. Pero si el alma no ora, corre el peligro no solamente de ser quebrada, sino molida y arrojada al fuego. No ha servido para su propósito. Se dejó vencer, fue como doncella impertinente que se durmió en la espera del Novio y no alcanzo su parte en las Bodas del Cordero.
La oración es el dialogo profundo de intimidad del corazón humano que brinca por entrar en intimidad con el Corazón de Dios, una relación de la criatura con su Creador, en una intimidad del Padre con el hijo. La oración, es imprescindible del combate espiritual. Es el escudo que repele las flechas incendiarias del maligno para hacernos caer en la tentación y para que la obra de Cristo merme en nosotros y a través de nosotros. Es la medula y sostén de toda la obra de Salvación.
Jesús en el Huerto de los Olivos exigió a sus Apóstoles: “Velen y oren para no caer en tentación” (Mt. 26, 41), porque sabía que si la prueba era fuerte para él, aun siendo Dios, lo sería de igual de fuerte para ellos, pero, ¿qué ha pasado con los Apóstoles? Se han quedado dormidos, la primera tentación es la de No hacer oración. Alma que no hace oración, es un alma que se ha entregado de antemano al maligno, que no ha sido capaz ni siquiera de hacer el esfuerzo por pelear, alma que no hace oración, es un alma vencida desde el principio. Y se tiende a dormir en el lecho de sus pasiones. a la hora de la prueba, será triturada por el león sin ser objeto fecundo. Los Apostóles se durmieron. Cayeron en la Tentación de no orar, de no velar.
El cristiano corre esta misma tentación, y muchos son arrullados en los brazos del maligno para no hacerlo. Conformándose tan solo unas migajas en la mañana y otras migajas por la noche y a las carreras, porque nos escudamos en el “no tengo tiempo”, cuando a mil y un cosas destinamos grandes márgenes de tiempo en banalidades y cosas poco edificantes. No porque lo que se haga de cotidiano no tenga alguna importancia, sino porque a esas cosas las coronamos como dioses en nuestra vidas y desechamos lo verdaderamente importante. Somos Martha afanada en quehaceres del mundo, pero se nos olvida que también debemos ser María a los pies de Jesús, escuchándolo y hablando con él.
Continuará....
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