Penitencia, Penitencia, Penitencia;
Enluten su corazón y no sus vestidos
(Joel 2, 13)
La penitencia encierra en sí misma un acto de humildad, honestidad y de arrepentimiento delante de los ojos misericordiosos de Dios, purificación, aun cuando la misma Escritura no hable a grandes rasgos de ella. La penitencia es un reconocimiento de la propia fragilidad humana que se ha lastimado y busca la manera de compensar la falta, es por ello que la penitencia se une a la intención de reparar el daño. El signo más concreto de la Escritura sobre la penitencia, implicaba la acción externa de los fieles, rasgarse las vestiduras y llenar sus carnes de polvo y cenizas. Para entender como la gravedad del pecado, espiritualmente nos destroza y nos daña, nos opaca no solo a la mirada de los hermanos, sino primordialmente a los ojos del Señor. Es un gesto de vergüenza interna que se hace externa, cuando el Señor reclama: “enluten su corazón y no sus vestidos, regresen la mirada a Yahvé, su Dios porque es misericordioso y piadoso, lento a la cólera y rico en misericordia” (Joel 2, 12).
La actitud de la Penitencia es buscar solucionar la falta, y a su vez, es un acto de compasión. El verdadero penitente, no solo se contenta con reconocer su falta y no volverla a cometer, sino que camina más allá, es decir, busca darle alivio, como cuando restauramos un objeto muy preciado, que ya está desgastado y ni siquiera encontramos atrayente. Le enviamos a reparar y nos entregan de nuevo con el objeto de manera preciosa, así es la penitencia en la vida cristiana, el alma, a causa del pecado, se opaca y queda inatrayente, de tal manera que no encontramos complacencia en ella, la penitencia, con nuestra oración y actos, buscamos esa restauración que nos regrese la belleza del alma. Pero no solo es la penitencia por sí sola, sino uniéndola a la Cruz de Cristo, a la Pasión de Cristo, desde el pretorio hasta el sepulcro.
La penitencia es acto del alma, no del ser humano, así como la misericordia es acción de Dios, no de la humanidad. El que perdona es tocado por Dios, para alcanzar el perdón. Más sin embargo, es causa de justicia pagar por lo mal hecho, pues nada manchado tiene cabida en la gloria de Dios. Y si no se paga en penitencia en este peregrinar, el Purgatorio nos dará ardiente penitencia, quizá, y solo por Misericordias excesivas de Dios, hasta la consumación de los tiempos. De lo contrario, nuestra impenitencia nos arrastrara a lo más hondo del infierno, y no porque Dios no haya hecho Misericordia con nosotros, sino porque nosotros no hemos hecho méritos penitentes para saldar nuestra deuda del pecado.
La penitencia, sin contrición no sirve, es inútil. La penitencia con atrición, mejor no la hagamos. Nos engañamos a nosotros mismos. La contrición, es el estado del alma que es llenada de la Luz del Espíritu Santo, comprende la gravedad del pecado e impulsa a pedir perdón por su falta desde el amor a Dios, es el Espíritu Santo, que nos incita al Santo Temor, es decir, el dolor del alma, por ofender al amor de Dios, como enseña el Salmista: “Un corazón contrito y humillado, tú no lo desprecias, Señor” (Psl. 51, 17). ¿Quién puede dar al Señor acaso algo agradable en reparación por las faltas? Nadie absolutamente, sino solo Cristo, que se ofreció en perfecta penitencia a nombre de todo el género humano.
La penitencia en atrición, es un estorbo inútil al alma, pues no la mueve al amor, sino al miedo, no por haber ofendido al amor de Dios, del cual por mi pecado me he alejado, sino por el contrario, me mueve al miedo de condenarme y acabar en el Infierno, ese estado del alma penitente más lo hace presa del maligno que de la Misericordia de Cristo. La atrición nos mueve, en la Confesión, a callar pecados por miedo a la reprensión del Sacerdote, e invalida la eficacia de la Gracia Divina, satanás se mofa de esas Confesiones impenitentes y sacrílegas.
Continuará...
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