martes, 13 de febrero de 2018

Mensaje con Motivo de la Santa Cuaresma 2018



La invitación a vivir la Cuaresma, debe ser una llamada de esperanza para fijar nuestra mirada en Cristo, en la Cruz; esperando con gozó el alborear de la Resurrección, y caminando, confiando en la promesa, de que habremos, por su Misericordia y Amor infinitos, de alcanzar la Jerusalén del Cielo, gloriosa y resplandeciente. Contemplar al Dios de la Misericordia, al Dios que nos salva, pero también, sin perder de vista, al Dios Justo que ha de venir al Final de la Historia, lleno de Gracia y Majestad para recompensar al género humano.

Dios, es infinitamente rico en Misericordia, y ella se manifiesta en que "al cumplirse la plenitud de los Tiempos, envió a su Único Hijo, nacido de una Mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estábamos bajo la Ley, a fin de hacernos Hijos suyos" (Gal. 4, 4), para que el tesoro de su Gracia, Sabiduría y Prudencia, redundará en alabanza de su Santo Nombre. 

Así mismo, en la magnificencia de la Misericordia, la Justicia infinita de Dios, es inseparable, en cuanto a que Dios mismo, no mira con una piedad permisiva al Hombre. Le concede libertad, y según esa libertad, el Hombre debe ser juzgado. No podemos decir temerariamente, que Dios no viene como Justo Juez, puesto que la Misericordia también es justa, es gratuita, pero el Hombre debe consentirse merecedor de ella en cuanto a sus acciones. El Pecador abre el pecho enamorado del Padre en la medida que con humildad reconoce sus errores, y busca con rectitud de conciencia la enmienda de ellos, más sin embargo, Dios no puede mostrar Misericordia con aquella alma que no puede ver con humildad sus caídas y más aun, pertinazmente se obstina a vivir sumergido en ellas.

Cuántas almas se pierden por causa de la Misericordia, creyendo que viviendo esta vida en el pecado, no buscan su propia conversión, sino que creen con alevosía y ventaja, que a la hora de la muerte se salvarán pidiendo perdón, sin un sincero acto de contrición. ¡Ay de las almas que se ponen erguidas en esta vida, sin inclinar la cabeza con humildad, que se asemejan a su padre el Diablo, soberbio desde el comienzo, haciéndose, según sus antojos, dueños y señores de sus propias vidas, sin reconocer que el Padre de la Verdadera Misericordia los llama para sí mismos, en un acto de Humildad Heroica, abandonándose en sus brazos, dejándose modelar, siendo hechos desde el principio a su imagen y semejanza, conteniendo en vasos frágiles, una dignidad mayor que la de los propios ángeles en el cielo.

No nos puede ser posible como Iglesia de Cristo, predicar un Evangelio alejado de la exigencia de la Conversión, puesto que Cristo, no solo vino a sanar a los Enfermos, a Liberar a los poseídos por el Diablo, vino a reconciliar al mundo con el Padre, a dar el Perdón de los Pecados, con la consigna: “¡Vete y no vuelvas a pecar!” (Jn. 8, 11). Pretender la predicación de la Salvación sin el compromiso de enmendar la propia vida, es predicar un Falso Evangelio, que aun cuando la Salvación de las almas es el anhelo más vehemente de Dios, el hombre debe ganarla en la actitud de la propia vida a la Luz de la Gracia de Dios.

La invitación de la Cuaresma, es examinar la vida a la Luz del Evangelio, preparando el alma para el encuentro definitivo de la Eternidad, cada momento es crucial, y un instante puede separar a las almas de la Eternidad Gozosa y sumergirla en un abismo de tristeza, de fuego interno que consume sin extinguirse. Pues aun cuando la Misericordia es Inagotable, también es exigente y celosa, y ningún alma puede levantarse altanera para decir que Dios siendo Amor infinito no condena, diciendo que nadie puede condenarse para siempre, pues es contribuir con la falsedad de una Doctrina Antievangélica, pues también el Señor viene a separar a las Ovejas de los Cabritos, a los Benditos y a los Malditos, no porque el mismo quiera separarlos de sí mismo, sino porque el hombre mismo responde libremente para ser de uno u otro rebaño.

Examinemos nuestros corazones y pidamos al Espíritu Santo la Gracia de contemplarnos como el Padre mismo nos contempla, y sintamos el mismo dolor que le causamos con cada pecado, para que nuestra resolución no solo de Cuaresma, sino de vida, sea constante y firme. Pues como enseña San Pablo, “Nuestra batalla no es contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Ef. 6, 12).


Mauricio Parra Solís


Mexicali, B.C, 14 de Febrero de 2018