jueves, 23 de febrero de 2017

Meditación de Cuaresma I


Meditación de Cuaresma 2017
01 de Marzo de 2017

“He aquí, vengo como el ladrón,
Bienaventurado el que vela y guarda sus ropas,
No sea que ande desnudo y vean su vergüenza”


Entramos en tiempo de gracia, penitencia, reconciliación y conversión, camino siempre nuevo y actual, pues el cristiano está llamado a vivir una continua cuaresma en su vida, con miras y en preparación para llegar a su Pascua Eterna. No quiere decir por esto, que el cristiano viva llevando sobre sus espaldas un luto permanente, sino que debe ir renunciando paulatinamente a todo aquello que le aleja de la vida de Gracia, que es el camino de seguridad para la entrada al Reino de los Cielos.

Vivir la Cuaresma con un renovado fervor, implica no solo la meditación anual que nos invita la Iglesia de caminar con Cristo los 40 días del desierto, sino hacer de nuestra vida un desierto permanente, es decir, un entrar con Cristo en oración al Padre, siempre y en todo lugar, velar y orar sin cesar. Y corremos la fuerte tentación de no querer adentrarnos en el desierto cuaresmal, de huir de esa soledad con nosotros mismos para escudriñar la presencia de Dios en nuestras vidas y conocer que quiere el Señor de mí, que es aquello que él quiere obrar a través mío, y como quiere él obrar con su Gracia en mí.

Cierto es que no somos indiferentes ni estamos aislados de cada uno, sino somos una Comunidad llamada a ser reflejos de la Iglesia del cielo, más sin embargo, cuando yo me adentro a mi propia cuaresma, a mi propia preparación, voy siendo cada vez más consciente de las propias exigencias hacia mí mismo, todo aquello que es escoria en mi alma, y que me impide caminar abiertamente este desierto, mis nudos existenciales, emocionales, físicos tal vez, que yo mismo veo como un grande y renovado obstáculo para que la gracia de Dios inunde mi vida como un torrente de agua, y descubrir dentro de mí mismo, que situaciones me impiden dar el paso firme para dejar que Dios more y actué en mi vida y por mi vida. Pues Dios no solo quiere actuar por medio de mí, sino que busca hacerse uno conmigo mismo, ser otro crucificado de manera mística, compartiendo los ideales de salvación, pero también compartiendo en mi propio ser, el camino de la Cruz, la renuncia, la purificación y la santidad.

Decir que Cristo se hace presente en la vida de los santos y de los justos solamente, no es argumento válido para ningún Cristiano en absoluto, porque aún del pecador más empedernido se vale astutamente para hacer llegar su Gracia, y esto no implica quedarnos estancados ni justifica permanecer en mi propio pecado, bajo la premisa del amor de Dios que me acepta, puesto que acepta si a la persona en su esencia, más no implica la aceptación de mi pecado, el cual desprecia de la vida de sus hijos, ni tampoco se vale justificarnos en la ignorancia y en las pocas fuerzas, porque para Aquel que no hay nada imposible, hasta por el simple quehacer de tomar la escoba, puede hacer de ello, un medio de santificación gratísimo a sus ojos y en redención de muchas almas. Solamente una es la clave para que esto se haga posible: que el alma, acepte y coopere con este plan de salvación aun desde únicamente el quehacer cotidiano del ama de casa, del estudiante, del obrero, Dios no mide grandes cualidades, sino las disposiciones de las almas para dejarle actuar como él quiere hacerlo.

Más sin embargo, también poner de nuestra propia parte para buscar caminar más allá, no solo quedarnos en nuestras realidades limitadas, sino aspirar más adelante y dar un extra, incluso donde humanamente contemplemos que no hay ya nada que hacer. Pues el Reino de los cielos no es para los conformistas ni los minoristas que se contentan con solo cumplir lo que hacen y en hacerlo bien, sino que a sí mismos se exigen cada vez más y mejor, cumpliendo verdaderamente la Palabra y la Caridad, inseparables de Cristo. Como profetas de los últimos tiempos, dispuestos por todas las razones a dar razón de su esperanza a tiempo y a destiempo.

Continuará....

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