domingo, 8 de enero de 2017

¿Sacramentos a los Suicidas?

Durante siempre la Doctrina de la Iglesia ha sido basada en la Sagrada Escritura, en la Enseñanza de los Santos Padres Apostólicos. Hoy en día, es una tristeza ver que la misma Palabra de Dios se ha usado para adaptar la propia conveniencia y antojo, interpretándola de una manera netamente protestante aun por Nuestros Pastores, quienes son los encargados de darla a sus fieles hijos de manera fiel como la han recibido. 

Hemos llegado al punto en que bajo “Licencia Eclesiástica” pretendemos aprobar el sacrilegio de los Sacramentos y la aprobación del Pecado. El cisma se da por sí mismo al contradecir totalmente el Magisterio, no es necesario gritarlo a grandes luces para que exista y sea evidente. Bajo directrices Pastorales bajo una supuesta caridad y obra de Misericordia, cuando la verdadera caridad y misericordia, es también hablar y ser enérgicos por el celo de la Salvación de las Almas. La Iglesia, como Madre, nos enseña Benedicto XVI, también tiene la obligación de exigir a sus hijos. Y cabe resaltar que no solo exigir, sino darles los puntos reales y fieles. 

Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado,
castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia
el temor es el comienzo de la sabiduría
y que conviene a veces cortar un miembro para salvar el cuerpo…

Jesús mismo, ha sido bueno para con los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que parecieren; los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacía sí, para aliviarlos, a los que padecen y sufren, no ha sido para predicarles el celo por una de igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la Casa de Dios, contra los miserables que escandalizan a los pequeños, contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas. Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría y que conviene a veces cortar un miembro para salvar el cuerpo… (San Pio X, Enc. Notre Charge Apostolique, 38; 15 de agosto de 1910). 

Buscamos la salvación de las almas, mas poco parece importarnos por nuestra manera de proceder, más pareciera que nos empeñamos en condenar las almas que en salvarlas. Y buscamos hacer de la Misericordia la tapadera de nuestros propios actuares. Cuando el Señor ha sido enérgico y celoso de la Salvación. Pues quiere la vida del Pecador, que se convierta y viva, que no muera eternamente. 




Mucha polémica ha causado la Licencia que los Obispos Canadienses han dado a sus respectivos cleros para asistir en el Sacramento de la Extremaunción a quienes buscan el Suicidio Asistido, conocido como Eutanasia. ¿Quiénes somos nosotros para decidir si vivimos o morimos? Nosotros no somos dueños de la vida, 2 administradores solamente, más la vida nos la ha dado Dios y él es al Único que le compete decidir cuando llega a término nuestra pobre existencia. Nos ha dado el Mandamiento “No Matarás” (Ex. 20, 13). El Catecismo nos enseña: “Sólo Dios es dueño de la vida humana. Los hombres debemos respetarla. Matar voluntariamente a un ser humano inocente es pecado, ya será por homicidio, suicidio, eutanasia, violencia, guerra injusta o aborto, aunque el cadáver sea muy pequeño… Peca contra sí mismo, quien se quita la vida por el suicidio o se mutila, quien pone en peligro su vida sin necesidad, quien se embriaga o se droga y el que por desesperación se desea la muerte… la eutanasia es pecado grave porque, en definitiva, es matar a una persona”. 

Si lo que han hecho los Obispos Canadienses no es contradecir la Doctrina Ortodoxa de la Iglesia, quisiera saber ¿Qué han hecho entonces? Tal parece que el Magisterio ha sido concebido por los Padres Apostólicos para ser lanzado al suelo. Todos somos Hijos de Dios, y Dios es tan Misericordioso que nos reconcilia con Él, mas también nos compromete a un modo de vida. El mismo Evangelio lo hace explícito: “No vuelvas a pecar”, “mucho se le ha perdonado porque mucho a amado, vete y No vuelvas a pecar”… 

El Papa Francisco tristemente parece no prestar atención a esta realidad, en favor de un “misericordear” pisoteando la Misericordia misma dándola a la Iglesia como una baratija más sin darle en verdadero resalte. Y abusar de la Misericordia de Dios también se comete pecado grave, desesperar la Misericordia de Dios, empeñándonos en el pecado sin propósito fiel de enmienda. Dios ama al pecador, no al pecado, y es claro en ello… 

La Sagrada Escritura condena de gran manera a los suicidas sin heredar el Reino de los Cielos… “Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”. (1 Juan 3, 15)… “Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. (Ap. 21, 8). 

El Reino de los cielos, es cierto, no está cerrado para ningún alma, ms sin embargo el Señor nos lo ha dicho: “hay que esforzarse por entrar por la puerta angosta” (Lc. 13, 24). Siempre la Iglesia nos ha enseñado la contrición, el propósito de enmienda. No se puede hacer burla de los Sacramentos cuando no hay disposición en el alma de volver su vida a Cristo y a sus Mandamientos. Lo mismo que la Confesión nos regala la gracia del perdón de los pecados, la Santa Unción con el Oleo a los Enfermos, nos prepara para el transito definitivo al Encuentro con Nuestro Señor, y si es la Misericordia con nosotros, recobrar las fuerzas de la salud humana. 




Acceder al Sacramento de la Santa Unción a quienes han decidido acabar con su vida, no impone sino solamente una burla a Cristo, al Sacramento y a las almas, engaño altísimo de santanas es, hacernos creer que moriremos en gracia de Dios cuando habiendo recibido el Auxilio del Sacramento, pretendemos seguir adelante con la obra del suicidio, en este caso de la Eutanasia. La labor de los Pastores, Obispos y Sacerdotes, es dar la correcta catequesis a sus fieles y disuadirlos del acto de suicidio, puesto que no somos, como hemos mencionado, dueños de nuestra vida. Y el Sacerdote, por amor a su Ministerio y por amor a Dios y a la salvación de esa alma y la propia, tiene toda la autoridad de negar el sacramento a sabiendas que el fiel se empeña en realizar sacrílego acto. Aún, contradiciendo la misma Autoridad de las Conferencias Episcopales, puesto que no solo está ayudando a condenar a esa alma solapando su pecado, sino que condena también la propia alma haciendo sacrilegio del sacramento y siendo tibio celoso de su Ministerio para la salvación de las almas. 

Los Sacramentos existen para salvar a las Almas, no para ayudarlas a condenarse. La caridad y Misericordia exige que el sacerdote y el obispo disuada al fiel a elegir llevar su enfermedad de una manera digna, no a buscar la salida fácil. Doble condenación se gana. La condenación del alma que ha optado por la puerta ancha del suicidio y el sacerdote que viola la sacralidad del Sacramento de la Unción. Pues al final de cuentas, el pecado se va a cometer, no hay arrepentimiento en hacerlo. 

Oremos insistentemente por Nuestros Pastores para que sean verdaderamente dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo en la praxis de la Iglesia. Que cese la grave confusión que en estos tiempos se ha dado de interpretar la Doctrina en contra de la Salvación de las almas por una mal entendida apertura de misericordia, haciendo cada vez más ancha la entrada al Infierno, por no hacer parecer a Nuestra Santa Madre Iglesia como una organización intransigente, cuando la hemos vuelto solapadora de errores desde la Santa Cátedra de San Pedro. Por amor a la Iglesia, por amor a las almas ya no es necesario callar, aunque seamos tachados de rebeldes, ya n es menester callar, como enseñaba Santa Catalina de Siena: “Hablad, gritad en mil lenguas que por callar el mundo está podrido”. 


Mauricio Parra Solís 
Esclavo del Inmaculado Corazón de María 


Mexicali, B.C., 16 de Diciembre de 2016

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