Durante siempre la Doctrina de la Iglesia ha sido basada en la Sagrada
Escritura, en la Enseñanza de los Santos Padres Apostólicos. Hoy en día, es una
tristeza ver que la misma Palabra de Dios se ha usado para adaptar la propia
conveniencia y antojo, interpretándola de una manera netamente protestante aun
por Nuestros Pastores, quienes son los encargados de darla a sus fieles hijos de
manera fiel como la han recibido.
Hemos llegado al punto en que bajo “Licencia Eclesiástica” pretendemos
aprobar el sacrilegio de los Sacramentos y la aprobación del Pecado. El cisma se da
por sí mismo al contradecir totalmente el Magisterio, no es necesario gritarlo a
grandes luces para que exista y sea evidente. Bajo directrices Pastorales bajo una
supuesta caridad y obra de Misericordia, cuando la verdadera caridad y misericordia,
es también hablar y ser enérgicos por el celo de la Salvación de las Almas. La Iglesia,
como Madre, nos enseña Benedicto XVI, también tiene la obligación de exigir a sus
hijos. Y cabe resaltar que no solo exigir, sino darles los puntos reales y fieles.
Jesús mismo, ha sido bueno para con los extraviados y los pecadores, no ha
respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que parecieren; los ha
amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacía sí, para
aliviarlos, a los que padecen y sufren, no ha sido para predicarles el celo por una de
igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el
sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón
desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad ha sabido
igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la Casa
de Dios, contra los miserables que escandalizan a los pequeños, contra las
autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas
ni un dedo para aliviarlas. Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido,
amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor
es el comienzo de la sabiduría y que conviene a veces cortar un miembro para
salvar el cuerpo… (San Pio X, Enc. Notre Charge Apostolique, 38; 15 de agosto de
1910).
Buscamos la salvación de las almas, mas poco parece importarnos por nuestra
manera de proceder, más pareciera que nos empeñamos en condenar las almas que
en salvarlas. Y buscamos hacer de la Misericordia la tapadera de nuestros propios
actuares. Cuando el Señor ha sido enérgico y celoso de la Salvación. Pues quiere la
vida del Pecador, que se convierta y viva, que no muera eternamente.
Mucha polémica ha causado la Licencia que los Obispos Canadienses han
dado a sus respectivos cleros para asistir en el Sacramento de la Extremaunción a
quienes buscan el Suicidio Asistido, conocido como Eutanasia. ¿Quiénes somos
nosotros para decidir si vivimos o morimos? Nosotros no somos dueños de la vida,
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administradores solamente, más la vida nos la ha dado Dios y él es al Único que le
compete decidir cuando llega a término nuestra pobre existencia. Nos ha dado el
Mandamiento “No Matarás” (Ex. 20, 13). El Catecismo nos enseña: “Sólo Dios es
dueño de la vida humana. Los hombres debemos respetarla. Matar voluntariamente
a un ser humano inocente es pecado, ya será por homicidio, suicidio, eutanasia,
violencia, guerra injusta o aborto, aunque el cadáver sea muy pequeño… Peca contra
sí mismo, quien se quita la vida por el suicidio o se mutila, quien pone en peligro su
vida sin necesidad, quien se embriaga o se droga y el que por desesperación se desea
la muerte… la eutanasia es pecado grave porque, en definitiva, es matar a una
persona”.
Si lo que han hecho los Obispos Canadienses no es contradecir la Doctrina
Ortodoxa de la Iglesia, quisiera saber ¿Qué han hecho entonces? Tal parece que el
Magisterio ha sido concebido por los Padres Apostólicos para ser lanzado al suelo.
Todos somos Hijos de Dios, y Dios es tan Misericordioso que nos reconcilia con Él,
mas también nos compromete a un modo de vida. El mismo Evangelio lo hace
explícito: “No vuelvas a pecar”, “mucho se le ha perdonado porque mucho a amado,
vete y No vuelvas a pecar”…
El Papa Francisco tristemente parece no prestar atención a esta realidad, en
favor de un “misericordear” pisoteando la Misericordia misma dándola a la Iglesia
como una baratija más sin darle en verdadero resalte. Y abusar de la Misericordia de
Dios también se comete pecado grave, desesperar la Misericordia de Dios,
empeñándonos en el pecado sin propósito fiel de enmienda. Dios ama al pecador, no
al pecado, y es claro en ello…
La Sagrada Escritura condena de gran manera a los suicidas sin heredar el
Reino de los Cielos… “Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y vosotros
sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”. (1 Juan 3, 15)…
“Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros,
idólatras y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con
fuego y azufre, que es la muerte segunda”. (Ap. 21, 8).
El Reino de los cielos, es cierto, no está cerrado para ningún alma, ms sin
embargo el Señor nos lo ha dicho: “hay que esforzarse por entrar por la puerta
angosta” (Lc. 13, 24). Siempre la Iglesia nos ha enseñado la contrición, el propósito de
enmienda. No se puede hacer burla de los Sacramentos cuando no hay disposición
en el alma de volver su vida a Cristo y a sus Mandamientos. Lo mismo que la
Confesión nos regala la gracia del perdón de los pecados, la Santa Unción con el
Oleo a los Enfermos, nos prepara para el transito definitivo al Encuentro con
Nuestro Señor, y si es la Misericordia con nosotros, recobrar las fuerzas de la salud
humana.
Acceder al Sacramento de la Santa Unción a quienes han decidido acabar con
su vida, no impone sino solamente una burla a Cristo, al Sacramento y a las almas,
engaño altísimo de santanas es, hacernos creer que moriremos en gracia de Dios
cuando habiendo recibido el Auxilio del Sacramento, pretendemos seguir adelante
con la obra del suicidio, en este caso de la Eutanasia. La labor de los Pastores,
Obispos y Sacerdotes, es dar la correcta catequesis a sus fieles y disuadirlos del acto
de suicidio, puesto que no somos, como hemos mencionado, dueños de nuestra vida.
Y el Sacerdote, por amor a su Ministerio y por amor a Dios y a la salvación de esa
alma y la propia, tiene toda la autoridad de negar el sacramento a sabiendas que el
fiel se empeña en realizar sacrílego acto. Aún, contradiciendo la misma Autoridad de
las Conferencias Episcopales, puesto que no solo está ayudando a condenar a esa
alma solapando su pecado, sino que condena también la propia alma haciendo
sacrilegio del sacramento y siendo tibio celoso de su Ministerio para la salvación de
las almas.
Los Sacramentos existen para salvar a las Almas, no para ayudarlas a
condenarse. La caridad y Misericordia exige que el sacerdote y el obispo disuada al
fiel a elegir llevar su enfermedad de una manera digna, no a buscar la salida fácil.
Doble condenación se gana. La condenación del alma que ha optado por la puerta
ancha del suicidio y el sacerdote que viola la sacralidad del Sacramento de la Unción.
Pues al final de cuentas, el pecado se va a cometer, no hay arrepentimiento en
hacerlo.
Oremos insistentemente por Nuestros Pastores para que sean
verdaderamente dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo en la praxis de la
Iglesia. Que cese la grave confusión que en estos tiempos se ha dado de interpretar la
Doctrina en contra de la Salvación de las almas por una mal entendida apertura de
misericordia, haciendo cada vez más ancha la entrada al Infierno, por no hacer
parecer a Nuestra Santa Madre Iglesia como una organización intransigente, cuando
la hemos vuelto solapadora de errores desde la Santa Cátedra de San Pedro. Por
amor a la Iglesia, por amor a las almas ya no es necesario callar, aunque seamos
tachados de rebeldes, ya n es menester callar, como enseñaba Santa Catalina de
Siena: “Hablad, gritad en mil lenguas que por callar el mundo está podrido”.
Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón de María
Mexicali, B.C., 16 de Diciembre de 2016
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