“Estad siempre preparados
para presentar defensa ante todo el que os
demande razón de la fe que hay en vosotros,
pero hacedlo con
mansedumbre y reverencia”.
(1 Pe. 3, 15)
La seguridad de la Doctrina está en no salir de lo
que siempre ha enseñado la Santa Madre Iglesia y la Sagrada Escritura. Nadie,
ni siquiera los Pastores son dueños del Depósito de la Fe, sino la misma
Iglesia que lo ha enseñado a lo largo de la Historia desde Nuestro Señor
Jesucristo.
Cuando los laicos levantan la voz, han de hacerlo
con conocimiento de lo que enseña la Iglesia, no solamente en lo que ellos
creen y puedan opinar, sino siempre unidos a los Pastores que enseñan la
Fidelidad a la Iglesia.
Norma segura en hablar es estar siempre en continuo
estudio. Aun de lo que dicen aquellos que contradicen la misma Fe, Caridad no
es callar y solapar los errores, sino en humildad y obediencia argumentar en el
mismo Magisterio. Cuanto más apegado todo escrito y todo argumento a la Palabra
de Dios y a lo que la Santa Tradición enseña, menos espacio tenemos para caer
en el precipicio del error.
Decir que el Magisterio porque se dictó en el
pasado pierde sentido hoy en el presente y para el futuro, es mentir. El
Magisterio y la Tradición de la Iglesia tienen tal continuidad que se aplicó en
su tiempo y se aplica aun actualmente. No es la Iglesia la que debe adecuarse a
la manera de los tiempos, sino los tiempos entrar dentro del Evangelio. La
Iglesia es Madre y Maestra de Fe, siempre y cuando mantenga continuidad
magisterial.
Se le debe Obediencia y Reverencia al Sumo
Pontífice, el Papa, pero también el, siendo hombre, se equivoca, aun cuando
habla desde la Sede del Apóstol, raras veces es infalible, y lo ha enseñado el
Papa Benedicto, las Normas Pastorales no son Magisterio Eclesial, sino únicamente
consejo de una directriz para aplicar el Evangelio, para aplicar el mismo
Magisterio. No son Palabra de Dios, y por lo tanto pueden contener errores, y
muchas veces esos errores pueden crear confusiones y alejamientos, que si no se
aclaran, ponen en riesgo todo el depósito de la Fe, aunque sea en una parte;
mover un naipe de la torre y toda la torre vendrá el suelo. Mover un poco el
Magisterio, la misma Palabra de Dios, y toda la Iglesia colapsa.
Lo mismo recae en las palabras y afirmaciones
ambiguas, que no terminan de explicitar el sentido esencial. Y dan paso a un
sin número de interpretaciones, cabría decir, hasta cierto punto protestantes,
pues se prestan a libres interpretaciones que pueden caer en error capital, y
así, comprometer la Doctrina Eclesial. Y
es para ello, que la misma Iglesia, si lo cree oportuno, tiene legítimo derecho
y capital obligación de pedir, incluso de exigir, que se aclare las dudas que están
suscitando esas declaraciones, que aunque pastorales, no son de obligación aplicar,
sino concejales, si pueden poner en riesgo toda la estructura para que aún los
Pastores, cometan errores graves en materia Doctrinal.
Nos justificamos en orar, pero no solo de la
Oración se sostiene la Iglesia, sino al contrario, la Oración es siempre el
brazo derecho de la Iglesia, el brazo más fuerte, más sin embargo, la acción
también se debe hacer efectiva, como enseña San Benito: Haz Oración y ponte a
trabajar. Aun cuando lo que se llega a plantear resulte incómodo, pues la luz
ante las tinieblas siempre es escandalosa. Y la mayoría de los casos hasta
condenable cuando se quiere vivir en el error y en el engaño.
Siempre, las directrices Pastorales, tanto de un
Concilio, o de un Sínodo, han de estar orientadas al bien capital de la
Iglesia: la Salvación de las Almas. Aun cuando implique, por esa misma
encomienda, llegar a negar inclusive los sacramentos. Dando normas
verdaderamente Paternales, para que quienes viven de un modo u otro en el error
y el pecado, puedan tener ese encuentro con Dios que sus corazones tanto
anhelan, sin poner en riesgo ni la salvación de sus almas, ni la Sacralidad del
Magisterio y los medios de Salvación. Y dando una correcta catequesis y
acompañamiento a quienes va dirigido el Consejo Pastoral.
La Fidelidad a la Iglesia, al Santo Padre, a los
Pastores, ha de ser siempre en unión al Magisterio mismo. Tomando al Magisterio
como punto de Referencia para estar unidos a los Pastores. Y centrados en la
Enseñanza de Jesucristo a sus Apóstoles, estando atentos, como dice la misma
Escritura, de aquellos que vendrán, aun desde adentro, a engañar y a querer
enseñar doctrinas falsas (Mt. 7,15; Mt. 24, 11, 24; Mc. 13, 22; 2Pe. 3, 17;
2Pe, 2, 1). Y resistir a esas doctrinas, no entra en ninguna clase de rebeldía hacia
la Potestad de ninguno de los Pastores, antes bien, entra en la total y completa
sumisión a Cristo mismo, Dueño, Esposo y Señor de la Iglesia, (Jer. 23, 16;
Rom. 16, 17; 2Tim. 3, 5)
Esperando siempre la promesa dada a Pedro: “Los
poderes del Infierno no prevalecerán sobre ella” (Mt. 16, 18). Y siendo así, también
se cumple, no solo en la jerarquía, sino también en el laicado, que es la
Iglesia de Cristo, su Cuerpo mismo, cuya cabeza no son los Pastores, sino
Cristo mismo, los Pastores son la boca por la cual Cristo habla, pero aun
siendo la boca humana puede contener errores cuando no se une correctamente a
la cabeza. Y aun el cuerpo siendo constituido en diferentes funciones cada
parte, están todos conectados entre sí, que ninguno puede cumplir su función,
separados medularmente de la cabeza misma.
Oremos por mantener la Fidelidad a la Iglesia como
Ella necesita que nos mantengamos fieles, siempre a la Verdad unida a
Jesucristo, puesto que si la palabra del Pastor se separa de esa verdad, el
Espíritu Santo vendrá en auxilio de sus fieles para enseñar siempre la verdad y
enderezar el camino. Se engaña aquel que piense que por enseñar todo esto se
separa de los Pastores, antes por amor a ellos, a nuestros Obispos, al Papa
mismo, es necesario aclarar lo importante, para no caer en el error que el
Papa, aun siendo instituido por el Espíritu Santo, es más superior que nadie a
lo que la Iglesia Enseña, sino que por el contrario, el Sumo Pontífice es
Servidor de la Iglesia, Servidor Humilde del Magisterio y del Evangelio, y
apegarse siempre a lo que está determinado por la Lex Credendi Ecclesia (Norma
de Fe de la Iglesia).
El laico, es cierto, no es más que los Pastores, ni
siquiera más que el Sucesor de San Pedro, pero debe estar consciente que también
debe prepararse y dar ante todo razón de su Fe a todo aquel que la pida, como
enseña San Pedro en su Carta (1 Pe. 3, 15), un laicado que esté preparado a tal
punto que si los Pastores, por engaño se equivoca, pueda en humildad y caridad,
hacerle ver su error, siempre guiados por el Don del Espíritu Santo. No solo
está el laico para recibir la catequesis de la Iglesia, sino también tiene la
obligación de ir a buscar esa Formación, pero tristemente al laico, la gana la
pereza y la decidía, el “no tengo tiempo”, “que aburrido”, “de que me servirá”
y excusas y pretextos de los que nos pedirán cuentas.
Siempre en fidelidad a la Iglesia como ella
necesita ser en verdad servida y no como ella quiere ser servida, pues entre el
necesitar y el querer existe un precipicio enorme donde pueden caer un sin
número de almas que necesitaban ser salvadas y muchas veces son puestas en
riesgo, no por darles lo que necesitaban, sino lo que querían, aun cuando lo
que querían era más por capricho y allanando el camino de su condenación, que
su salvación. Más en cambio, Cristo y su Iglesia Santa, esta para dar a las
almas lo que necesitan, la Salvación, Cristo, el Señor, preguntaba a quienes se
acercaban a él que quería, y el Señor lo concedía si era necesario, pero iba
más allá, primero Enseñaba, “este es el camino”… pero nos ponemos como la
actitud del joven rico, que sabiendo lo que necesitaba, le intereso más lo que quería
que lo que necesitaba, ese joven, como muchos en la Iglesia, son motivo de
tristeza para el Maestro.
Esa es la labor del Papa, de los Obispos, dar a la
Iglesia lo que necesita, lo que Cristo mismo daría. Misericordia sí,
comprensión, seguramente que sí. Pero también el ajuste necesario para lograr
la Salvación de las Almas. Si las almas lo aceptan o no, es decisión y libertad
propios, la Iglesia está para salvar a las almas, no para atraer a las masas.
En el Discurso del Pan de Vida miles seguían a Jesús, y acabo quedando con los
12 Apóstoles que le fueron fieles y entendían el compromiso. Los demás,
salieron huyendo, por no escuchar lo que querían, sino lo que necesitaban, y la
Iglesia continuo en pie. Y esa misma Promesa el Señor la ha de cumplir también hoy
y hasta la consumación de los tiempos.
Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón
Revisado por
Sr. Pbro. D. Moisés Olmos Ponce.
Ensenada, B.C.
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