miércoles, 11 de enero de 2017

Misión de la Iglesia: Pastores y Laicos


 Estad siempre preparados
para presentar defensa ante todo el que os 
demande razón de la fe que hay en vosotros, 
pero hacedlo con mansedumbre y reverencia”.
(1 Pe. 3, 15)

La seguridad de la Doctrina está en no salir de lo que siempre ha enseñado la Santa Madre Iglesia y la Sagrada Escritura. Nadie, ni siquiera los Pastores son dueños del Depósito de la Fe, sino la misma Iglesia que lo ha enseñado a lo largo de la Historia desde Nuestro Señor Jesucristo.

Cuando los laicos levantan la voz, han de hacerlo con conocimiento de lo que enseña la Iglesia, no solamente en lo que ellos creen y puedan opinar, sino siempre unidos a los Pastores que enseñan la Fidelidad a la Iglesia.

Norma segura en hablar es estar siempre en continuo estudio. Aun de lo que dicen aquellos que contradicen la misma Fe, Caridad no es callar y solapar los errores, sino en humildad y obediencia argumentar en el mismo Magisterio. Cuanto más apegado todo escrito y todo argumento a la Palabra de Dios y a lo que la Santa Tradición enseña, menos espacio tenemos para caer en el precipicio del error.

Decir que el Magisterio porque se dictó en el pasado pierde sentido hoy en el presente y para el futuro, es mentir. El Magisterio y la Tradición de la Iglesia tienen tal continuidad que se aplicó en su tiempo y se aplica aun actualmente. No es la Iglesia la que debe adecuarse a la manera de los tiempos, sino los tiempos entrar dentro del Evangelio. La Iglesia es Madre y Maestra de Fe, siempre y cuando mantenga continuidad magisterial.

Se le debe Obediencia y Reverencia al Sumo Pontífice, el Papa, pero también el, siendo hombre, se equivoca, aun cuando habla desde la Sede del Apóstol, raras veces es infalible, y lo ha enseñado el Papa Benedicto, las Normas Pastorales no son Magisterio Eclesial, sino únicamente consejo de una directriz para aplicar el Evangelio, para aplicar el mismo Magisterio. No son Palabra de Dios, y por lo tanto pueden contener errores, y muchas veces esos errores pueden crear confusiones y alejamientos, que si no se aclaran, ponen en riesgo todo el depósito de la Fe, aunque sea en una parte; mover un naipe de la torre y toda la torre vendrá el suelo. Mover un poco el Magisterio, la misma Palabra de Dios, y toda la Iglesia colapsa.

Lo mismo recae en las palabras y afirmaciones ambiguas, que no terminan de explicitar el sentido esencial. Y dan paso a un sin número de interpretaciones, cabría decir, hasta cierto punto protestantes, pues se prestan a libres interpretaciones que pueden caer en error capital, y así, comprometer la Doctrina Eclesial.  Y es para ello, que la misma Iglesia, si lo cree oportuno, tiene legítimo derecho y capital obligación de pedir, incluso de exigir, que se aclare las dudas que están suscitando esas declaraciones, que aunque pastorales, no son de obligación aplicar, sino concejales, si pueden poner en riesgo toda la estructura para que aún los Pastores, cometan errores graves en materia Doctrinal.

Nos justificamos en orar, pero no solo de la Oración se sostiene la Iglesia, sino al contrario, la Oración es siempre el brazo derecho de la Iglesia, el brazo más fuerte, más sin embargo, la acción también se debe hacer efectiva, como enseña San Benito: Haz Oración y ponte a trabajar. Aun cuando lo que se llega a plantear resulte incómodo, pues la luz ante las tinieblas siempre es escandalosa. Y la mayoría de los casos hasta condenable cuando se quiere vivir en el error y en el engaño.

Siempre, las directrices Pastorales, tanto de un Concilio, o de un Sínodo, han de estar orientadas al bien capital de la Iglesia: la Salvación de las Almas. Aun cuando implique, por esa misma encomienda, llegar a negar inclusive los sacramentos. Dando normas verdaderamente Paternales, para que quienes viven de un modo u otro en el error y el pecado, puedan tener ese encuentro con Dios que sus corazones tanto anhelan, sin poner en riesgo ni la salvación de sus almas, ni la Sacralidad del Magisterio y los medios de Salvación. Y dando una correcta catequesis y acompañamiento a quienes va dirigido el Consejo Pastoral.

La Fidelidad a la Iglesia, al Santo Padre, a los Pastores, ha de ser siempre en unión al Magisterio mismo. Tomando al Magisterio como punto de Referencia para estar unidos a los Pastores. Y centrados en la Enseñanza de Jesucristo a sus Apóstoles, estando atentos, como dice la misma Escritura, de aquellos que vendrán, aun desde adentro, a engañar y a querer enseñar doctrinas falsas (Mt. 7,15; Mt. 24, 11, 24; Mc. 13, 22; 2Pe. 3, 17; 2Pe, 2, 1). Y resistir a esas doctrinas, no entra en ninguna clase de rebeldía hacia la Potestad de ninguno de los Pastores, antes bien, entra en la total y completa sumisión a Cristo mismo, Dueño, Esposo y Señor de la Iglesia, (Jer. 23, 16; Rom. 16, 17; 2Tim. 3, 5)

Esperando siempre la promesa dada a Pedro: “Los poderes del Infierno no prevalecerán sobre ella” (Mt. 16, 18). Y siendo así, también se cumple, no solo en la jerarquía, sino también en el laicado, que es la Iglesia de Cristo, su Cuerpo mismo, cuya cabeza no son los Pastores, sino Cristo mismo, los Pastores son la boca por la cual Cristo habla, pero aun siendo la boca humana puede contener errores cuando no se une correctamente a la cabeza. Y aun el cuerpo siendo constituido en diferentes funciones cada parte, están todos conectados entre sí, que ninguno puede cumplir su función, separados medularmente de la cabeza misma.

Oremos por mantener la Fidelidad a la Iglesia como Ella necesita que nos mantengamos fieles, siempre a la Verdad unida a Jesucristo, puesto que si la palabra del Pastor se separa de esa verdad, el Espíritu Santo vendrá en auxilio de sus fieles para enseñar siempre la verdad y enderezar el camino. Se engaña aquel que piense que por enseñar todo esto se separa de los Pastores, antes por amor a ellos, a nuestros Obispos, al Papa mismo, es necesario aclarar lo importante, para no caer en el error que el Papa, aun siendo instituido por el Espíritu Santo, es más superior que nadie a lo que la Iglesia Enseña, sino que por el contrario, el Sumo Pontífice es Servidor de la Iglesia, Servidor Humilde del Magisterio y del Evangelio, y apegarse siempre a lo que está determinado por la Lex Credendi Ecclesia (Norma de Fe de la Iglesia).

El laico, es cierto, no es más que los Pastores, ni siquiera más que el Sucesor de San Pedro, pero debe estar consciente que también debe prepararse y dar ante todo razón de su Fe a todo aquel que la pida, como enseña San Pedro en su Carta (1 Pe. 3, 15), un laicado que esté preparado a tal punto que si los Pastores, por engaño se equivoca, pueda en humildad y caridad, hacerle ver su error, siempre guiados por el Don del Espíritu Santo. No solo está el laico para recibir la catequesis de la Iglesia, sino también tiene la obligación de ir a buscar esa Formación, pero tristemente al laico, la gana la pereza y la decidía, el “no tengo tiempo”, “que aburrido”, “de que me servirá” y excusas y pretextos de los que nos pedirán cuentas.

Siempre en fidelidad a la Iglesia como ella necesita ser en verdad servida y no como ella quiere ser servida, pues entre el necesitar y el querer existe un precipicio enorme donde pueden caer un sin número de almas que necesitaban ser salvadas y muchas veces son puestas en riesgo, no por darles lo que necesitaban, sino lo que querían, aun cuando lo que querían era más por capricho y allanando el camino de su condenación, que su salvación. Más en cambio, Cristo y su Iglesia Santa, esta para dar a las almas lo que necesitan, la Salvación, Cristo, el Señor, preguntaba a quienes se acercaban a él que quería, y el Señor lo concedía si era necesario, pero iba más allá, primero Enseñaba, “este es el camino”… pero nos ponemos como la actitud del joven rico, que sabiendo lo que necesitaba, le intereso más lo que quería que lo que necesitaba, ese joven, como muchos en la Iglesia, son motivo de tristeza para el Maestro.

Esa es la labor del Papa, de los Obispos, dar a la Iglesia lo que necesita, lo que Cristo mismo daría. Misericordia sí, comprensión, seguramente que sí. Pero también el ajuste necesario para lograr la Salvación de las Almas. Si las almas lo aceptan o no, es decisión y libertad propios, la Iglesia está para salvar a las almas, no para atraer a las masas. En el Discurso del Pan de Vida miles seguían a Jesús, y acabo quedando con los 12 Apóstoles que le fueron fieles y entendían el compromiso. Los demás, salieron huyendo, por no escuchar lo que querían, sino lo que necesitaban, y la Iglesia continuo en pie. Y esa misma Promesa el Señor la ha de cumplir también hoy y hasta la consumación de los tiempos.


Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón


Revisado por
Sr. Pbro. D. Moisés Olmos Ponce.

Ensenada, B.C.

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