“No Matarás”
(Ex. 20, 13)
El
sistema político ha ido caminando para buscar una mejora en la seguridad
social, evitar crímenes y mantener el orden de toda persona. No haciendo a un
lado en ello ciertos castigos en materia de delincuencia. Penas que van desde
prisión, servicios comunitarios y contemplando tristemente la pena capital o
llamada pena de muerte.
Un
cristiano, ¿puede estar a favor de la pena de muerte? Es cierto que todo delito
tiene una consecuencia y por ende un castigo. Y espiritualmente, pena por el
pecado es la muerte eterna. Y sin embargo, humanamente, ninguna persona tiene
poder sobre la vida, ninguna otra persona aun siendo las mismas leyes la que
permitan esto, pues toda ley, como enseña Santo Tomás de Aquino, tiene su
principio y su fin en la naturaleza misma, para el bien común de todos.
Nadie,
por más grave que sea el delito merece la muerte, sino la sanción equiparable
al delito, y vigilar por su salud tanto emocional como espiritual, de manera
que profundice en la gravedad de su acto y busque enmienda segura de su vida
aun pese a la condena que le sea impuesta purgar por sus actos. Más no
deliberadamente, por manos de la autoridad competente, sea quien fuere, tomar
la vida de otro hombre para motivar al escarmiento de posibles actos o
rebeldías que se puedan cometer. Aun
cuando la historia misma nos ponga esos ejemplos tan atroces de guerras y
persecuciones como se han suscitado en la humanidad.
Es
deber y obligación de los Gobiernos, legislar reformar y leyes dignas a la
persona, y es obligación también de los fieles, exigir a los gobernantes leyes
acorde a las verdaderas necesidades del pueblo, no solamente que respalden minorías,
sino también en la escucha del bien popular, y que garanticen el estado de
derecho y la libertad de cada uno en conciencia moral y espiritual. Siempre
prevaleciendo la moral y las buenas costumbres, sin convertirse en una mera
dictadura de minorías que lejos de establecer un orden lo alteran por meros
intereses partidarios, económicos y potenciales de privilegios mal sanos.
Siempre
es valor superior la vida humana, en su esencia moral y espiritual. Ni un
individuo puede moralmente agredir a otro igual, ni tampoco siendo aún las
Leyes aplicarías en este aspecto, tienen jurisprudencia moral. Creados en Dios,
a imagen y semejanza suya, y el homicidio en cualesquiera de sus variantes es
sangre que clama al cielo, buscando de Dios mismo la sola justicia, que debe
velar en las mismas legislaciones sociales. Si al castigo como pago del delito,
más no la vida como pago de este, aun siendo meritorio en alguna manera.
Mauricio Parra Solís
Mexicali,
B.C., 10 enero de 2017.
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