“María, Madre de la Iglesia”: el titulo es admitido y
especialmente celebrado desde la publicación del capítulo 8 de Lumen Gentium
(de Vaticano II), pero puede ser todavía más explícito si se afirma que María es
“Madre de la Iglesia en crecimiento”.
El papel de María en su misión materna no termina en la dimensión histórica de su responsabilidad respecto al Hijo del Altísimo que dio a luz por la obra del Espíritu Santo, quien crió y educó. La gracia de su maternidad se manifiesta en el haber dado a luz a Cristo en el corazón de los nuevos discípulos. Participa así espiritual y realmente en la vida materna de la Iglesia.
Esto nos lleva a reflexionar sobre la relación de la Iglesia con el mundo que ha sido muchas veces malentendida o según la conveniencia de cada uno: o bien la Iglesia huye al mundo entre tinieblas o la Iglesia se cansa en el mundo para transformarlo a pesar de él.
El papel de María en su misión materna no termina en la dimensión histórica de su responsabilidad respecto al Hijo del Altísimo que dio a luz por la obra del Espíritu Santo, quien crió y educó. La gracia de su maternidad se manifiesta en el haber dado a luz a Cristo en el corazón de los nuevos discípulos. Participa así espiritual y realmente en la vida materna de la Iglesia.
Esto nos lleva a reflexionar sobre la relación de la Iglesia con el mundo que ha sido muchas veces malentendida o según la conveniencia de cada uno: o bien la Iglesia huye al mundo entre tinieblas o la Iglesia se cansa en el mundo para transformarlo a pesar de él.
Desgraciadamente
como bautizados, miembros de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, quienes
somos los responsables de dar buen testimonio, somos los primeros en atacar y
evadir nuestra responsabilidad dentro de la misión encomendada por el mismo
Cristo, queriendo que otros hagan lo que a nosotros también nos compete.
Es así que esta visión de crecimiento y de fecundidad nos lleva a ver las cosas de manera más justa y más profunda tal y como el mismo Cristo nos lo pide.
El padre Michel Corbon nos
recuerda:
“La Iglesia no está sólo en el mundo, localmente y temporalmente. En verdad, es el mundo que está dentro de la Iglesia como dentro del seno materno donde está en gestación hasta que nazca, transfigurándose en su Reino. Es en este sentido, tan positivo y lleno de esperanza, que se ha de entender el gemido de la Iglesia que nos llega desde las primeras generaciones cristianas: “¡Que termine este mundo y que venga tu gracia!” (*)
La Iglesia no mantiene con el mundo una relación de confusión o de oposición, sino de parto (ROM 8). La evangelización y la nueva evangelización no pueden concebirse sin esta visión de una Iglesia, cuerpo de Cristo que nace y renace en el amor y el fuego del Espíritu Santo para la Gloria del Padre y que es resguardada y guiada también por la maternal intercesión de María Santísima.
(*) CORBON, Michel, Esto se llama la aurora. Homilías litúrgicas, prefacio de Olivier Clément, Ediciones de las Beatitudes, Nouan-le-Fuzelier, 2004, p. 14.
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Nuestro agradecimiento a nuestro Hermano
Seminarista Jaime Garcia
Por este articulo.
Bendiciones en tu Vocaciòn y tu Famiia
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