sábado, 18 de mayo de 2013

María: Esposa del Espiritu Santo


Amigos de nuestro Blog. Con motivo de esta Solemnidad de Pentecostés, nuestro amigo y colaborador, Seminarista Jaime García, nos presenta esta Reflexión sobre María Santísima, como Esposa del Espiritu Santo. Que ella sea fiel modelo para todos nosotros en este camino de seguimiento del Señor. Y a nuestros hermanos sacerdotes, religiosas, religiosos y seminaristas les conceda el Don de su intercesión Maternal.

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La vida del Espíritu santo  es la gracia santificante y tanto quiso a María, que se desposó con Ella, y le dio su gracia en toda su plenitud “la llena de gracia”.

El mismo fue el que misteriosamente y con una operación llena de poder y de la pureza infinita de Dios, formo en el seno de María la habitación para el Hijo de Dios

¿Es posible que esta acción tan santa y divina como la Encarnación del Verbo, fuera hacerse en una carne manchada de pecado?

¿Sería esto digno de Dios?

David preparo para hacer un templo a Dios, lo mejor que encontró en la tierra…

Y el Espíritu Santo para formar aquella viva habitación del Verbo ¿no había de juntar lo mejor del Cielo?
Pues entonces no pudo haber en María ni sombra de pecado, ya que esto ofendería al Hijo de Dios.


Al reflexionar esto, podemos entender más claramente lo que ocurrió en Pentecostés.

¡Qué dichosos los Apóstoles que pudieron orar junto a la Santísima Virgen María! Ella dirigiría la oración, Ella daría el ejemplo de fervor, solo con mirarla a Ella, se olvidaria el cansancio, la tibieza, las distracciones.

Y cuando estuvieron preparados, es cuando vino el Espíritu Santo el día de Pentecostés, en forma de fuego. Penetra en el cenáculo y contempla el asombro de los Apóstoles, al oír aquel viento impetuoso, al ver que toda la casa temblaba y parecía derrumbarse, al percibir aquella misteriosa lluvia en formas de lenguas de fuego, que se posaban en cada uno de ellos, y después, el gozo inmenso de sentirse llenos del Santo Espíritu, de sus dones y gracias, y sobre todo, del amor encendido y abrazador que es el divino Espíritu.

Y ¿Qué sentiría la Santísima Virgen? Ella fue la primera en comprender la llegada del Espíritu Santo y, sin asustarse por aquellas señales violentas que le acompañaron, se recogió fervorosamente en su interior, para mejor recibirle,  ¡Qué gusto no recibiría, por decirlo así, el Espíritu Santo al encontrar un alma tan bien dispuesta como la de la Santísima Madre!

Si ya le había dado antes la plenitud de su gracia, ¿Qué mas podría hacer con Ella el divino Espíritu en ese día? ¿Aumentaría su sabiduría, ensancharía todo lo posible su corazón? ¿Para tener la satisfacción de volverla a llenar de nuevas gracias, de nuevos privilegios, de nuevo y más encendido amor?
Póstrate ante tu Madre querida y admira esa grandeza inmensa, casi infinita y divina, de que la ves hoy revestida al recibir al Espíritu Santo.


Mírala hoy, si cabe más pura, más blanca, más resplandeciente, más santa, más llena de amor a Dios y a los hombres.

Haz que salte de gozo tu corazón, ante este prodigio de Dios y pide a tu Madre un poquitín de lo muchísimo que Ella tiene y posee.

No olvidemos que también hemos recibido el Espíritu Santo en el bautismo, que no hizo hijos de Dios, en la confirmación, al confirmar nuestra Fe y tomarnos bajo su protección, en todos los Sacramentos, mediante la infusión de la vida divina por la gracia santificante.

No olvidemos tampoco que el Espíritu Santo, habita en las almas como un Templo vivo, y que por tanto, le tenemos muy cerca, en nuestro mismo corazón, que es Él, quien nos sostiene y ayuda e ilumina y guía como de la mano por el camino de la perfección. Agradezcámosle su caridad inagotable, que no se cansa de nosotros, ni de nuestras ingratitudes. Prométele corresponder mejor a sus dones divinos, trabajar más y cooperar con más interés a la obra de la gracia, encomienda esto a la Santísima Virgen, para que sea Ella la que prepare tu corazón, como preparo el de los Apóstoles, haciendo más fructuosa y perenne la venida del Espíritu Santo.



Seminarista Jaime Garcia



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