domingo, 21 de mayo de 2017

¿Puedo ser yo, motivo de tentación?



Lastimosamente se puede mal interpretar esta pregunta u afirmación, llevándonos a creer que somos como endemoniados o circunstancias parecidas que nada tienen que ver en ese sentido.

Al ser creación perfecta de Dios, creados a su Imagen y Semejanza (Gn. 1, 27) somos dotados de carismas y cualidades, tanto internas como externas, humanas como extraordinarias, todas ellas que son gracia de Dios y muestra de Su Amor por nosotros.

A unos les ha dado talentos, como lo refiere el evangelio, que han puesto a servicio y los han cultivado copiosamente, según la medida de su esfuerzo. A unos, les concede el talento del canto, a otros la pintura y las artes plásticas, otros el Don de la palabra para dar consejo, otros que con la sola escucha hacen sentir la presencia de Dios. Otros la capacidad de la amistad, etc. A otros más les ha dado la capacidad o la sensibilidad para expresar limpiamente sus sentimientos, que es una gracia de Dios para hacer más palpable esa ternura por cada uno de nosotros.

Físicamente también el Señor nos ha dotado de belleza singular, una persona, puede ser agradable a la vista de la otra persona y sentir cierta atracción a esa persona, una cierta admiración, y un natural deseo de compartir hacia uno mismo, el mismo estado de salud física.

En todo esto, no hay motivo alguno de tentación, es cierto, y la persona tampoco busca, rectamente, ser motivo de tentación para el prójimo. Para quien sea, llámese Sacerdote, Religioso, Religiosa, hermano, hermana, de quien sea.

El tentador, enemigo por excelencia de la creación divina, maestro y padre de la división, ¿puede hacer que estas cualidades se opongan al Plan de Dios? La respuesta es SI. Un fuerte sí. No porque la persona así lo busque el ser tentación para el prójimo. Sino porque el maligno nos hace tan atractivos para el otro, y es ahí cuando empezamos a ser tentación del hermano, no porque nosotros así lo seamos a propósito, sino que las mismas cualidades que Dios nos ha dado, son tan mal entendidas que el demonio, en su papel, al ser intelectivo, es decir, superior en inteligencia a nosotros, manipula las circunstancias.

Es difícil de explicar esto. Dios, explica el P. Fortea, entre los muchos instrumentos que tiene para la santificación de las almas, el maligno es uno de esos pinceles, mas no siempre el que aparece en este plano, pero permite su acción para hacernos capaces de resistir, y dar el paso decisivo, de ambos lados, tanto del que es tentado como del que es objeto de la tentación. No se trata de endemoniados. Se trata de temple y decisión.



El que es objeto para la tentación, no busca ser tentación, vive su semejanza a Dios de una manera auténtica, siendo libre y siendo realmente quien es, y eso es a los ojos humanos altamente atractivo, muy deseable y de alago, aun para Dios mismo. Somos creados auténticos y debemos permanecer en esa autenticidad, no dejarnos manipular por las corrientes. Y cuanto más auténtico es uno, más atrayente es.

Por sí mismo, no es motivo de tentación, para él, no es la tentación, él trabaja en lo que debe trabajar. Y se perfecciona dónde debe perfeccionarse.

Sin embargo, para el tentado o la que es tentada, cual sea la situación y el caso, el enemigo usa las mismas debilidades del hombre para hacerle caer, ese es su trabajo más próximo, tomas la debilidad y llevarla al límite, a final de lograr, que el hombre caiga en el pecado. De triturarle y robarle la gracia de Dios, a unos mayormente u otros simplemente, no necesita ocuparse mucho. Todo es envuelto en el Plan sapientísimo de Dios y de acuerdo al estado de vida.

Quien se hace culpable? El que es motivo de tentación o el tentado que se rinde ante ella? La debilidad humana, penosamente es algo con lo que el hombre lastimosamente nace, consecuencia de nuestros primeros padres Adán y Eva. Pero de nosotros consiste en vencer la tentación, no exentos de caer en ella, pero si obligados a luchar.


Cada uno en su responsabilidad, tanto el objeto de tentación como el tentado. Si el tentado ha caído y ha provocado, el tendrá cuenta que rendir. Pero si el objeto de tentación sigue el mismo juego, sin alejarse de la contraparte, ahí ha servido en las manos también del enemigo, y se hace objeto suyo. Donde debió haber reinado la gracia ha ganado el maligno. El objeto se ha entregado libremente como semillero de la causa de tentación. 


Mauricio Parra Solís

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