sábado, 4 de marzo de 2017

Llamamiento a los Obispos del Orbe Católico


“Hoy, muchos ya no saben lo que creen.
En las iglesias se oyen afirmaciones que causan estupefacción,
Se leen tantas declaraciones contrarias
A lo que se había enseñado”
(M.M.L.)

            Reverendísimos Padres en Nuestro Señor:

                        Con reverencia, obediencia y amor a la Santa Madre Iglesia Católica, he querido escribirles esta carta, como un laico preocupado por la situación actual por la que atraviesa nuestra Fe. Sin duda, la Iglesia, aunque no declarado, atraviesa un Cisma espantoso, del cual todos los fieles se dan cuenta y vagan como ovejas sin pastor, buscando, hambrientas y sedientas, verdaderos pastos y ríos de vida eterna. Confusión en la Iglesia, que solo pierde a las almas, y las entrega a las fauces del león rugiente, que como enseña San Pedro, ronda buscando a quien devorar, y en estos tiempos, es difícil, como enseña el Apóstol, resistirle con la firmeza de la fe, cuándo esta tristemente vilipendiada y arrojada al suelo, por los mismos Pastores que deberían darnos al rebaño, pastos abundantes para saciar el hambre de encontrar la Salvación.
                  
      Padres míos, la súplica que les hago en esta carta, no es otra que pedir que nos “den la Fe Católica, la fe de los santos, la fe de los Apóstoles, la fe que la Iglesia ha guardado durante 2000 años, desde Nuestro Señor. No una Fe licuada, sincretista y protestanizada. La Fe de nuestros Padres, de nuestros Abuelos. La Fe por la cual tantos mártires han derramado su sangre, la Fe oprimida por sus enemigos”. Ya basta Padres Excelentísimos, de ser Vosotros mismos, nuestros Pastores, quienes pasen por encima de esta Fe. De traicionar a Cristo como Judas lo hizo. Son Ministros de Cristo, pero parecen como los Apóstoles que se han dormido en el Huerto en lugar de Velar junto con él, no le acompañan en el camino doloroso y le abandonan en la Cruz, pocos permanecen fieles a lo que han prometido Enseñar y Custodiar: la Fe de la iglesia que profesaron en vuestras Ordenaciones.

                        Pareciera, que se cumple lo que el Señor recrimina a los Israelitas por boca del Profeta Isaías: “Son ciegos los guardianes de mi Templo, ninguno sabe nada.  Todos son perros mudos incapaces de ladrar… son Pastores que no saben entender, todos se han apartado por su camino, cada cual, hasta el último, busca su propia ganancia” (Is. 56, 10-11). Para todo aquello que deberían levantar la voz, permanecen mudos, y en lo que deberían guardar silencio, son apremiantes en levantar la voz. La Iglesia está para Salvar a las almas, si para hacer prevalecer la dignidad de la persona humana ante las injusticias, ser voz de los hijos a quienes se han apagado la voz. Más sin embargo, la principal Misión de la Iglesia es Salvar a las Almas para el Reino de los Cielos. Dar el pleno conocimiento de Su Señor, Salvar a las almas, ser verdaderos Pastores, y es triste, que se han convertido en asalariados que entregan las ovejas al fuego, al lobo que ronda por el redil.

                        La Fe la ha dado Dios desde la Antigua Alianza para salvación del hombre, Cristo estableció el Pacto de la Cruz para reconciliación, dejo a su Esposa la Iglesia para continuar la Obra de Salvación, no para que en su Nombre se condenaran los Hijos. Y triste es, ver como quienes son los Episcopos, los Guardianes de la Fe, bajo el escudo de la Misericordia, pisotean al Señor en su propio Santuario. Entregándolo como Judas en el Huerto, ya no por treinta denarios de plata, sino por comodidad, por no perder un puesto, por quedar bien. Por alagar al mundo. Cuando la Iglesia y el mundo se entienden, es síntoma que el demonio ha entrado. Pues la verdad y la mentira no son compatibles, y Cristo mismo lo dijo al orar por sus discípulos: “Yo ruego por ellos, no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque son tuyos… el mundo los aborreció porque no son del mundo como tampoco Yo soy del mundo (17, 9; 14). Por eso la Iglesia es perseguida, porque tiene que Sufrir lo que ha sufrido su Señor.

                        En aras de Misericordia, no podemos aventar a los hijos al fuego. En aras de la caridad, no se puede pisotear a Cristo en los Sacramentos, violando la Sacralidad del Matrimonio y entregando la Eucaristía en pecado de Adulterio, bajo Normas Pastorales que atentan a la Caridad y al Temor a Dios, solapando la soberbia de quienes pretenden profanar el Cuerpo y la Sangre de Cristo;  vender la Fe de la Iglesia, por atraer a quienes lastimosamente y por propia voluntad se han salido de la Iglesia. Quien no está con Cristo, desparrama, quien está fuera de la Iglesia, lastimosa es, pero realidad, no alcanza la Vida Eterna, Cristo es Camino, Verdad y Vida, y lo ha delegado a Iglesia. Cierto es que la Iglesia debe atraer a todos los hijos dispersos, y buscar el retorno de los Herejes a ella, más no solapar su herejía y licuarla en sincretismo con la Fe de la Iglesia, para no lastimarlos y hacer el llamado más atractivo. Cristo mismo en el sermón del Pan de Vida, viendo la multitud que se alejaba, no retrocedió y dejo que cada cual creyera lo que quisiera, se mantuvo firme mirando a sus Apóstoles al decir: “¿vosotros también quieren dejarme?”  (Jn. 6, 67). Cristo mismo es quien les ha dado el poder, no ha sido ni el mismo Sumo Pontífice, ha sido el Espíritu Santo quien los ha consagrado, para “Anunciar la Buena Nueva de Salvación”. No para hacer de ella servilleta que se usa, se maltrata y se avienta a la basura.


Como laico, es poco lo que se puede hacer, pero apelo a la libertad de los hijos de Dios, a la libertad que nos da la Iglesia en su Magisterio y en mismo Derecho Canónico, de levantar la voz en reverencia a Nuestros Pastores, por amor de Cristo y de la Iglesia, y es una la súplica de muchos fieles: defiendan la Fe, vosotros que tienen Autoridad, no entregarán cuentas al Papa, a la Conferencia Episcopal, sino al mismo Cristo, que pedirá rigurosa cuenta de las almas que han salvado o condenado por su silencio y negligencia. Dichoso el Pastor que escuche la bendición del Siervo Fiel en el gozo de Su Señor, y no la maldición del siervo impío, que ha traicionado a Su Señor, y acabe arrojado al lugar del castigo, junto al séquito de almas que ayudo a condenar. La Iglesia es Madre y Maestra de Misericordia, y como Madre exige a sus hijos y les corrige por su Salvación, como Cristo exigió y tuvo celo de la Voluntad de Padre. Celo por la Salvación de las almas, por eso exige y Maestra de Misericordia, porque muestra el Rostro de Cristo en la Cruz que acoge a todos los pecadores, pero desprecia el pecado que nos aparta de la Salvación.

                       
Padres míos en Nuestro Señor, dadnos la Fe, defendernos la Fe, salvar nuestras almas. Ya suficientemente es azotado esta Cristo, y suficiente esta burlado de Satanás, como para que vosotros, Pastores, continúen esta obra de traición, siendo testigos del enemigo de las almas, injuriando más al Señor destrozado por nuestros crímenes y nuestras ingratitudes. Ya no es tiempo de callar, como enseña la Gran Doctora Santa Catalina de Siena, sino de gritar en mil lenguas, que por callar está podrido el mundo.

                        Pido insistentemente ante el Señor, el Buen Pastor, por vuestras Excelencias, para que sean verdaderos Pastores como la Iglesia lo necesita hoy, si en el acercamiento  a sus Hijos, pero también valientes para defender a Cristo en lo que ha enseñado. Gallardía Padres míos, que vuestra recompensa será grande a la Hora que os pidan cuentas en el Tribunal de la Justicia. No pretendo ser mayor autoridad que vosotros, más escribo como laico que ama a Su Señor, a su Iglesia, pecador como todos y lleno de miserias infinitas. Pero que desea responder a la Divina Voluntad ayudado de la Gracia que nos asiste del Espíritu Santo.

                        Beso de cada uno, de rodillas y con reverencia, vuestros Anillos Pastorales, a la vez que suplico su más Paternal Bendición Apostólica.



Laico Mauricio Parra Solís


            Mexicali, B.C., 03 de Marzo de 2017. Santo Tiempo de Cuaresma. Año Jubilar, por el Centenario de las Apariciones de María Ssma. en Fátima.


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