domingo, 28 de julio de 2013

Cruz del Apostolado: Simbolos


Llegados a este punto, nos corresponde profundizar, a modo de reflexión, en el mensaje, que contiene cada uno de los elementos que integran la imagen de la Cruz del Apostolado, es decir, las partes en las que se divide, para una mayor comprensión teológica y pastoral: La paloma, la cruz grande, el corazón, la lanza, la corona de espinas, la cruz pequeña, la luz y las nubes.

La paloma:
Simboliza al Espíritu Santo, quien, con sus alas extendidas, además de presidir la imagen, nos revela a un Dios que recibe y acoge, a partir de la reconciliación.

La cruz grande:
El ser humano, como destinatario de la salvación, se encuentra perfectamente representado en la cruz más grande. La persona, atraída por el corazón que permanece en el centro, deja de pertenecerse a sí misma, para convertirse en un(a) discípulo(a) del Dios de las sorpresas. Se vuelve una cruz viva del apostolado, porque lejos de medirse, aprende a entregarse totalmente a la voluntad del Padre Celestial. Como parte de su humanidad, siente el peso de las resistencias, pues no es nada fácil obedecer, sin embargo, descubre que en las orientaciones del buen Dios, está el camino o la llave de la felicidad.

El Sagrado Corazón de Jesús:
En principio, la cruz, aleja y hasta cierto punto asusta. El corazón, símbolo de la presencia de Jesús, la convierte en un camino mucho más ligero, capaz de ser recorrido, con mayor detenimiento y optimismo, sin dejarse llevar por el miedo o la desesperación. El amor ilumina y transforma el sentido del dolor. La cruz, por si sola, es algo así como un callejón sin salida, pero cuando se ofrece y, a su vez, queda unida a Cristo, se convierte en una experiencia marcada por el consuelo y la esperanza.

La lanza:
Significa contemplar el corazón abierto de Jesús. Siempre dispuesto a recibir a las personas tal y como son en realidad. Sin prejuicios o miradas incómodas. Él no le cierra las puertas a nadie; al contrario, se mantiene disponible a las necesidades de cada persona. Jesús, traspasado por la lanza del soldado romano, le recuerda al mundo su apertura y comprensión. No es un Dios con aires de tirano, sino un amigo que ha querido quedarse para siempre con los suyos.

La corona de espinas:
Se refiere, de manera especial, a los pecados de los sacerdotes y de quienes forman parte de la vida consagrada. Es una denuncia constante a los crímenes que se han cometido, violando la dignidad de la persona humana. Las espinas que rodean el Sagrado Corazón de Jesús, oprimiéndolo, son el recuerdo de tantas víctimas que fueron traicionadas. Personas que sufrieron las consecuencias de una serie de actos impunes y destructivos. Las espinas, en sí mismas, nos invitan a orar y, desde ahí, trabajar por la santidad de los sacerdotes y de los miembros de la vida consagrada.

La cruz pequeña:
El sacrificio de Cristo, representado en la cruz más pequeña, ha sido a lo largo de la historia, un hecho que nunca ha coincidido con los criterios y prioridades del mundo. La mayoría de las personas esperaban a un mesías que transformara la realidad del pueblo de Israel, asumiendo un papel importante en la política gubernamental, sin embargo, los planes de Jesús apuntaron hacia otra dirección. Pudiendo haberse librado de la cruz, no quiso ahorrarse ningún esfuerzo, sino que se dio hasta las últimas consecuencias. Llegó a la entrega total, pues se donó a sí mismo, convirtiéndose en el Sumo y Eterno Sacerdote.

La luz y las nubes:
La luz y las nubes representan al Padre Celestial, quien rodea y, al mismo tiempo, abraza la cruz. El creador del cosmos, reconoce a su único Hijo, invitándonos a escuchar su voz en medio del contexto histórico que nos está tocando vivir.



Conclusión:
1.       La Cruz del Apostolado, no vale por lo que es, sino por lo que significa, pues además de ser una expresión trinitaria, nos invita a reproducirla, en nosotros mismos, a través del amor, la pureza y el sacrificio.

2.      Es un mapa o croquis de la vida espiritual, pues al igual que Jesús, tenemos que recorrer los laberintos de nuestra misión, dejándonos conducir por el Espíritu Santo, mientras hacemos la voluntad del Padre Celestial. Lo anterior, sin perder la alegría y el optimismo, porque la Cruz del Apostolado, a partir de la luz que la ilumina, no es un icono dolorista, sino un mensaje que nos impulsa hacia la esperanza.

3.      No es una espiritualidad abstracta o sufriente, pues implica vivirla, con entrega e ilusión, a lo largo y ancho de nuestra vida, es decir, en donde quiera que nos encontremos.

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