“Nuestro Divino Maestro nos ha asignado una tarea específica
a cada uno de nosotros, un servicio concreto
confiado de manera única a cada persona”.
(S.S. Benedicto XVI)
He querido tomar estas palabras del Santo Padre Benedicto XVI que proclamo en la Beatificación del Cardenal Newman, porque indican de una manera más profunda lo que Jesús ha pedido ahora de nosotros. Hemos sido llamados para proclamar el Evangelio, en un modo particularmente especial entre los niños, quienes son el futuro y la esperanza de la Iglesia y de la humanidad en la que están íntimamente relacionados. Descubramos el papel tan importante que desempeñamos dentro de la Iglesia, y no solo dentro de la Iglesia Diocesana o a la Comunidad Parroquial a la cual pertenecemos, sino como miembros de la Iglesia Universal. No solamente estamos unas cuantas horas a la semana para enseñar unas cuantas lecciones de Catequesis, sino que tenemos una responsabilidad en nuestras manos.
“Quiero un laicado que no sea arrogante ni imprudente a la hora de hablar, ni alborotador. Sino hombres que conozcan bien su Religión, que profundicen el ella, que sepan bien donde están, que sepan que’ tienen y que’ no tienen. Que conozcan su Credo a tal punto que puedan dar cuentas de El”. ( Card. John H. Newman). Estas palabras del ahora Beato, deben de resonar ardientemente en nosotros, si somos maestros de fe, tenemos la firme obligación de conocer y proclamar la misma ante todos los hombres, y de un modo muy especial ahora. Pero no basta con enseñar al niño solo lo que contiene el programa de trabajo, sino hay que enseñar a amar a la Iglesia, y que la mejor de las enseñanzas sea aquella que más que las palabras sea con la vida misma, con nuestros actos, no para hacernos ver bien delante de los demás, sino porque a través de nuestros actos demostramos que realmente vivimos inmersos en el Misterio de Cristo Maestro. Que lo que enseñamos cada semana sea continuado con nuestro testimonio de vida. La Iglesia arde en anhelos de Santidad, pero no solamente por parte de sus sacerdotes, sino de igual modo y uno muy especial, de su laicado, necesita de fieles que se comprometan día a día con su ser Iglesia. Recordemos que la Vocación Universal que tenemos es la de ser Santos y que el anhelo de ella nace de un “deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión intima con el Corazón de Dios” (S.S. Benedicto XVI), por lo tanto, “Sean perfectos como su Padre Celestial es perfecto” (Mt. 5, 48).
Jesús, sentía un grande amor a los niños, imítenle: “Dejad que los niños vengan a Mi” (Mt. 19, 13), no debemos hacer pues lo mismo. La paciencia que debemos de tenerles es mucha. Aun son niños, no podemos exigir grandes cosas de ellos, en su misma naturaleza son inquietos, corrígelos, pero con caridad, no con gritos ni castigos, pues no harán caso realmente. Trátalos como si fueran tus mismos hijos, pues eso se vuelven a tu cuidado. Es una responsabilidad que Dios ha puesto en tus manos.
Enséñales a amar a Dios, viendo ese amor en ti, en tus actos, en tu sentir, en tus palabras, en tu amor a los demás como el nos ama. Debes de vivir cada faceta de Jesús mismo, no puedes tratarlos a todos de la misma manera, cada uno es diferente del otro.
Jesús nos dijo:”En verdad os digo, que sino os hacéis como niños no entrareis en el Reino de los cielos” (Mt. 18, 1-4). Debemos de ser niños es cierto, pero no hacernos niños en nuestras responsabilidades. Debemos de ser como ellos, en esa pureza de vida y en la santidad que tienen. Ser niño, implica tomar las cosas con la mayor confianza que debemos tenerle a Dios, como principio, y en nosotros, como instrumentos en sus manos.
Animados pues de que con nuestra vida de Apostolado le hacemos mucho bien a la Iglesia, dejémonos mover por la Gracia, que es el Estado maravilloso que nos comparte Dios para poder seguir y cumplir nuestra tarea en la Obra de la Salvación de las almas, juntamente con Cristo Redentor.
Que al amparo del Inmaculado Corazón de María, llevemos seguros esta empresa y como madre de la Nueva Evangelización llevemos sin temor la Gran noticia del Evangelio.
+ En el Corazón de Jesús.
Mauricio Parra Solís
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