¿A
esto nos ha llevado el ecumenismo y el diálogo interreligioso? ¿A la
profanación de los Templos y la licuefacción de la Fe? ¿A poner al mismo nivel
que Cristo, al demonio? Ciertamente que el ecumenismo ha sido un gran cáncer que
ha infectado a gran parte del Cuerpo Místico de Cristo, cuando ha sido
condenado por innumerables Pontífices Católicos a lo largo de la Historia de la
Iglesia. Pero por ahora no hablaré de este cáncer tan corrosivo cuyos frutos
son solo ir matando la Doctrina de la Iglesia poco a poco a lo largo de los 50
Años que ha vivido la Iglesia de la “gran primavera” que fue el Vaticano II.
Es
triste ver el poco celo de los Pastores, de los Obispos y Sacerdotes y de
muchísimos laicos que conociendo la verdad, actúan como si no les importara, y
los Pastores, en lugar de enseñar sanamente a sus hijos, los hunden aún más en
la ignorancia y en la enseñanza apostata que desprecia lo sagrado. Primero contemplábamos
la deshonra de sucesor de San Ignacio de Loyola, el Gran Defensor de la Fe y
del Sumo Pontificado, al afirmar estupideces sobre la enseñanza de Cristo y el
Adulterio, para luego negar la existencia del Demonio y rematando con ser el
primer jesuita bautizado bajo rito budista, como si ser Hereje y Apostata fuera
un gran título que mereciera reconocimiento y aplausos, que a semejanza de
Judas ha traicionado a Cristo.
La
profanación hoy ha sido para no menos que indignarse como católicos, para
rasgar las vestiduras y encender el alma en santa cólera, a semejanza del
pasaje del Evangelio donde Jesús expulsa con látigo en mano a los mercaderes
del Templo. Pues nosotros, Iglesia, hemos convertido nuestros Templos, peor aún
que en cuevas de ladrones y mercaderes, cuando los hemos hecho receptáculos donde
el demonio mismo ha logrado ya entrada. ¿Nos suena fuerte? ¡Increíble! Pero es
la realidad, hemos cambiado la Adoración a la Santísima Trinidad por postrarnos
y adorar a Satanás. Y aun así, seguimos tan embrutecidos para darnos cuenta.
Pretendemos
darnos a solo la oración cuando también implica tomar la espada para defender.
La oración, cierto, es el pilar sin el cual, la edificación se viene al suelo,
más también, sino echamos mano de la acción, es una oración inserviblemente hipócrita.
¿Dónde ha quedado el ejemplo de los Grandes Santos Evangelizadores? San Ignacio
de Loyola, San Francisco Javier, de tantos Santos Misioneros y más aún,
Mártires que en tierras paganas ofrendaron su Sangre a Cristo para enseñar la
Verdad y alejar a los Hombres de la Idolatría y el culto al Demonio. ¡Seguiremos
pisoteando esa sangre derramada!
Aunado
al gran mal de ecumenismo: el respeto humano. Nos da miedo hablar para no “ofender
al hermano”. Nos hemos convertido en marionetas podridas de Satanás por el
miedo a la ofensa, cuando el vivir en una mentira es ofensa verdadera para la
libertad a la que hemos sido destinados. Un comunicado laxo y cabría decir
burdo, pedir perdón solo a los fieles ofendidos, cuando al que deberíamos suplir
perdón con lágrimas y sangre es a Dios y a su Santísima Madre por la bajeza a
la que hemos caído. Impetrar con sayal y ceniza al cielo por la gravedad de
nuestras ofensas que cada vez aumentan en número, cuando claman mayormente
venganza al cielo, y donde María Santísima poco puede ya detener el brazo de la
Justa Ira del Eterno Padre sobre nuestras cabezas.
El
Señor tenga piedad y Misericordia de nosotros, que cada vez labramos más ancho
el camino para caer al abismo. Que verdaderamente nos ilumine el Espíritu Santo
para darnos cuenta la situación actual de la Iglesia, y lograr rescatarla con
la Gracia de Dios. Oremos y Reparemos.
Mauricio Parra Solís
Mexicali, Baja California, México