domingo, 18 de mayo de 2014

Por María a la Trinidad


Bienaventurada eres Virgen María, porque en tu Suprema Humildad mereciste alcanzar el gozo en Presencia del Altísimo, pues tu fuiste el reflejo de la Celestial Jerusalen, de la cual nos habría de Venir la Salvación, Eres la Puerta del Cielo, Eres la Mediadora de Todas las gracias, Corredentora y Reina.

Bienaventurada te han de llamar todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho Obras grandes en tu favor. No eres la protagonista, ni la que nos ha de salvar, y sin embargo tan especial es tu trono que haz sido elevada por encima de todo lo creado y aunque sometida enteramente a la Santísima Trinidad, no dejas de arrebatar de Ella todo cuanto le pides, porque por tus méritos nada es negado.

Oh pedestal de la Gracia, oh Aurora del Nuevo Día, que resplandeces como llama inapagable, Hostia de alabanza del Dios Eterno. Camino seguro y recto de ejemplo, siempre atenta y dispuesta, Misionera de la Palabra, Evangelizadora en el Silencio, opacas tu figura para que el Dios Trino y Uno brille con esplendor e ilumine las tinieblas.

Purisima tenias que ser, para enseñarnos la pureza, valiente y decidida, para enseñarnos a aceptar la Voluntad Divina sin mirar atrás y confiada en la Promesa para no dudar de las grandes maravillas que te destinaban a ver. Prestáme Madre esa pureza para dar un buen lugar al Verbo Encarnado, concedeme Madre tu valentía para no dejarme llevar por afanes innecesarios de esta vida, sino para desear con pasión los tesoros celestiales, y tu decisión para afrontar las contrariedades y sufrir con santa paciencia lo que venga junto a la cruz. Dame una confianza firme para no dudar que soy amado y caminar a ciegas sin esperar mas recompensa que la Promesa de verte un día y de tu mano llegar al Trono del Rey en las Moradas Eternas.

M.P. Solís


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