martes, 27 de diciembre de 2016

¿Existe el Infierno?



“Quien niega la existencia del infierno,
niega el Evangelio”.
(San Juan Pablo II)

Negar abiertamente la realidad del Infierno, es atentar contra el Evangelio mismo, así nos lo enseña Juan Pablo II. En días pasados, el Papa Francisco en su meditación en Santa Martha, ha expresado: “Que el infierno no es una cámara de tortura sino solamente el alejamiento de Dios” (Homilía del 25 de Noviembre de 2016). Hemos de pisotear el Dogma de Fe que nos ha establecido el Sagrado Concilio de Florencia que en 1439 afirmo que  “las almas de los que mueren en pecado mortal actual, o solo en el pecado original, descienden rápidamente al infierno”. Y aquellas enseñanzas que los Padre Apostólicos y numerosa cantidad de Santos nos han enseñado.

El Infierno sí, es alejarnos del Amor que Dios nos guarda como hijos suyos, y sin embargo, también la tortura eterna como consecuencia del Pecado. En vida disfrutamos los deleites de la carne alejados de los Mandamientos de Dios, sin arrepentimiento y conversión, la Iglesia como Madre siempre nos ha enseñado desde antaño, que uno de los Novísimos es el Infierno, y que ahí van los pecadores impenitentes que mueren en pecado mortal.

Las Sagradas Escrituras, desde el relato de la Creación, no se nos presenta tal cual la creación del Infierno, puesto que todo lo que ha creado ha sido bueno.  Mas sin embargo, en la libertad que dio no solo al Hombre, sino también a los Ángeles, habría de revelarse uno de ellos, queriendo tomar el lugar del Señor, al grito de “Non Serviam Domine”, “No serviremos a Ningún Señor”, y el Profeta Isaías lo relata: “Como has caído del cielo, oh luz esplendorosa de la mañana, hijo de la aurora. Has sido derribado por Tierra, tu que debilitabas a las Naciones” (Is. 14, 12), Y todo aquel que le ha secundado, ha llevado el mismo estado, levantándose el Príncipe Glorioso San Miguel, le ha desterrado a él y a sus seguidores de la Visión Beatífica, y a causa de esta justa condena, el mismo enemigo del alma ha creado el propio pozo de desolación, de tortura y desesperación que es el Infierno. Dios amando a su hijo rebelde, aun siendo Dios y podido haber librado al mundo de ello, el amor por sus creaturas es más grande como para destruir su Obra. Y amándole aun como hijo rebelde, respeta la libertad de que le ha dotado y permanece alejado de él. Pero el mismo Demonio en su insolente soberbia, empeña su acto en hacer miserable todo aquello que entra en contacto con él.

            Santa Teresa de Ávila, Doctora de la Iglesia nos enseña: “Lo que estoy a punto de decir, sin embargo, me parece que no se pueda ni siquiera describirlo ni entenderlo: sentía en el alma un fuego de tal violencia que no sé cómo poderlo referir; el cuerpo estaba atormentado por intolerables dolores que, incluso habiendo sufrido en esta vida algunos graves […] todo es incomparable con lo que sufrí allí entonces, sobre todo al pensar que estos tormentos no terminarían nunca y no darían tregua”…  “Pero a continuación tuve una visión de cosas espantosas, entre ellas el castigo de algunos vicios. Al verlos, me parecían mucho más terribles […]. Oír hablar del infierno no es nada, como tampoco el hecho de que haya meditado algunas veces sobre los distintos tormentos que procura (aunque pocas veces, pues la vía del temor no está hecha para mi alma) y con las que los demonios torturan a los condenados y sobre otros que he leído en los libros; no es nada, repito, frente a esta pena, es una cosa bien distinta. Es la misma diferencia que hay entre un retrato y la realidad; quemarse en nuestro fuego es bien poca cosa frente al tormento del fuego infernal. Me quedé espantada y lo sigo estando ahora mientras escribo, a pesar de que hayan pasado casi seis años, hasta el punto de sentirme helar de terror aquí mismo, donde estoy” … “Esta visión me procuró también una grandísima pena ante el pensamiento de las muchas almas que se condenan (especialmente las de los luteranos que por el bautismo eran ya miembros de la Iglesia) y un vivo impulso de serles útil, estando, creo, fuera de dudas de que, por liberar a una sola de aquellos tremendos tormentos, estaría dispuesta a afrontar mil muertes de buen grado”.



            Ahora que está muy puesto en práctica la Divina Misericordia, con el Año Santo Extraordinario, y que se nos vende la Misericordia como una mera baratija más, alejada de la caridad de la llamada de atención, ofreciéndola sin hacer ver las condiciones que también la preceden en el arrepentimiento y la conversión, la Vidente y Secretaria del Amor Misericordioso de Jesús, Santa Faustina Kowalska nos deja escrito en su Diario: “Hoy, guiada por un ángel, he estado en los abismos del Infierno. Es un lugar de grandes tormentos en toda su extensión espantosamente grande. Estas son las varias penas que he visto: la primera pena, la que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; la segunda, los continuos remordimientos de conciencia; la tercera, la conciencia de que esa suerte no cambiará nunca; la cuarta pena es el fuego que penetra el alma, pero que no la aniquila; es una pena terrible: es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira de Dios; la quinta pena es la oscuridad continua, un hedor horrible y sofocante, y aunque está oscuro, los demonios y las almas condenadas se ven entre sí y ven todo el mal propio y de los demás; la sexta pena es la compañía continua de Satanás; la séptima pena es la tremenda desesperación, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias”… “Estas son penas que todos los condenados sufren juntos, pero esto no es el final de los tormentos. Hay tormentos particulares para varias almas que son los tormentos de los sentidos. Cada alma, con lo que ha pecado, es atormentada de forma tremenda e indescriptible. Hay cavernas horribles, vorágines de tormentos, donde cada suplicio es distinto del otro. Haría muerto a la vista de esas horribles torturas si no me hubiese sostenido la omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa que con el sentido con el que haya pecado será torturado por toda la eternidad. Escribo esto por orden de Dios, para que ningún alma se justifique diciendo que el infierno no existe, o que nadie ha estado nunca y que nadie sabe cómo es”. (Diario, #741).

            Sor Lucía de Jesús, a quien junto con sus Primos, se les presento Nuestra Señora de Fátima, les muestra el Infierno y todo lo que en él sucede: “[María] Ella abrió de nuevo Sus Manos, como había hecho los dos meses anteriores. Los rayos [de luz] parecía que penetrasen la tierra y nosotros vimos como un vasto mar de fuego y vimos a los demonios y las almas (de los condenados) inmersos en él”…. “Estaban como tizones ardientes transparentes, todos ennegrecidos y quemados, con forma humana, ellos se movían en esta gran conflagración, a veces lanzados al aire por la llamas y absorbidos de nuevo, junto a grandes nubes de humo. Otras veces caían por todas partes como chispas en fuegos enormes, sin peso o equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación, que nos aterrorizaban y nos hacían temblar de miedo (debe ser esta visión la que me hizo llorar, como dice la gente que me oyó)”…. “Los demonios se distinguían (de las almas de los condenados) por su aspecto aterrador y repelente parecidos a animales horrendos y desconocidos, negros y transparentes como tizones ardientes. Esta visión duró solo un segundo, gracias a nuestra buena Madre Celeste, que en su primera aparición había prometido llevarnos al Paraíso. Sin esta promesa, creo que habríamos muertos de terror y de espanto”.

            La Iglesia no busca infundir en sus Fieles el miedo y el horror a Dios, no le busca infundir la Atricción, que es el horror de ofender a Dios a consecuencia de irse al Infierno, sino la Contrición, que es el amor a Dios y el alejamiento del Pecado por Amor a Dios que tanto nos ama y no quiere que estemos alejados de él. Mas sin embargo, también Jesús hablo del Infierno, toda la Sagrada Escritura habla del Infierno.

            De tal modo que aunque haya personas que digan: “No puedo creer que el infierno exista siendo Dios tan bueno”, no se trata de que creamos o no, Dios es bueno ciertamente, pero también es suma Justicia, y no porque él nos quiera en el infierno, sino porque nuestra soberbia en hacer lo que nuestro guste quiera, aunque sepamos que me llevara a ese lugar, nos importa más la propia satisfacción, que el sacrificarnos un poco para alcanzar la Salvación, nosotros mismos somos los que nos esforzamos por entrar en la puerta ancha que lleva al infierno. Dios es Bueno, pero no el que solapa nuestro pecado, al Paraíso no puede entrar absolutamente nada manchado, de tal modo que solo lo santo entra, lo impuro y que no alcanza ni siquiera a ser purificado, es arrojado fuera, no tiene raíz ni fruto que rescatar, el alma misma se ha encargado de acabar con la raíz y con el fruto.



            Orar y pedir la gracia de Dios para seguir caminando. El enemigo ha de disponer mil y un tentaciones para hacernos caer, caeremos es cierto, somos barro frágil, mas no es perdonable permanecer en el suelo sino levantarse. Es tiempo de preguntarnos, si el enemigo común no me da tentaciones o batallas… ¿será acaso que ya estoy bastante sostenido de su mano, estoy ya haciendo lo que su obra de perdición quiere para mí? ¿Realmente estoy caminando tan bien que el demonio se ha alejado de mí? Hay que estar muy atentos, porque sin darnos cuenta, ya no necesita el demonio ocuparse de nosotros, porque ya estamos caminando como él quiere… Por otra parte, si busco estar en la mayor gracia de Dios posible, ahí habrá guerra, como enseña San Agustín: “¿Estas sirviendo al Señor?... Prepárate para conocer la guerra”… Cuanto más cerca el alma quiera encontrarse con su Señor, más trabajara el maligno para hacerle caer, más se ocupara de ella para arrebatarle la gracia, y es donde realmente hay que dar todo por el todo, para ser capaces de ganarlo todo.

            Oremos insistentemente para que la Gracia de Dios nos fortalezca en esta combate espiritual que todo fiel debemos atravesar para llegar a ser coronados, el cielo o el infierno es una vida eterna… ¿A cuál queremos llegar?


Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón de María 

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