“Quien niega la existencia del infierno,
niega el Evangelio”.
(San Juan Pablo II)
Negar abiertamente la
realidad del Infierno, es atentar contra el Evangelio mismo, así nos lo enseña
Juan Pablo II. En días pasados, el Papa Francisco en su meditación en Santa
Martha, ha expresado: “Que el infierno no es una cámara de tortura sino
solamente el alejamiento de Dios” (Homilía del 25 de Noviembre de 2016). Hemos
de pisotear el Dogma de Fe que nos ha establecido el Sagrado Concilio de
Florencia que en 1439 afirmo que “las almas de los que mueren en pecado mortal actual, o solo
en el pecado original, descienden rápidamente al infierno”. Y aquellas
enseñanzas que los Padre Apostólicos y numerosa cantidad de Santos nos han
enseñado.
El Infierno sí,
es alejarnos del Amor que Dios nos guarda como hijos suyos, y sin embargo,
también la tortura eterna como consecuencia del Pecado. En vida disfrutamos los
deleites de la carne alejados de los Mandamientos de Dios, sin arrepentimiento
y conversión, la Iglesia como Madre siempre nos ha enseñado desde antaño, que
uno de los Novísimos es el Infierno, y que ahí van los pecadores impenitentes
que mueren en pecado mortal.
Las Sagradas
Escrituras, desde el relato de la Creación, no se nos presenta tal cual la
creación del Infierno, puesto que todo lo que ha creado ha sido bueno. Mas sin embargo, en la libertad que dio no
solo al Hombre, sino también a los Ángeles, habría de revelarse uno de ellos,
queriendo tomar el lugar del Señor, al grito de “Non Serviam Domine”, “No
serviremos a Ningún Señor”, y el Profeta Isaías lo relata: “Como has caído del
cielo, oh luz esplendorosa de la mañana, hijo de la aurora. Has sido derribado
por Tierra, tu que debilitabas a las Naciones” (Is. 14, 12), Y todo aquel que
le ha secundado, ha llevado el mismo estado, levantándose el Príncipe Glorioso
San Miguel, le ha desterrado a él y a sus seguidores de la Visión Beatífica, y
a causa de esta justa condena, el mismo enemigo del alma ha creado el propio
pozo de desolación, de tortura y desesperación que es el Infierno. Dios amando
a su hijo rebelde, aun siendo Dios y podido haber librado al mundo de ello, el
amor por sus creaturas es más grande como para destruir su Obra. Y amándole aun
como hijo rebelde, respeta la libertad de que le ha dotado y permanece alejado
de él. Pero el mismo Demonio en su insolente soberbia, empeña su acto en hacer
miserable todo aquello que entra en contacto con él.
Santa Teresa de Ávila, Doctora de la
Iglesia nos enseña: “Lo que
estoy a punto de decir, sin embargo, me parece que no se pueda ni siquiera
describirlo ni entenderlo: sentía en el alma un fuego de tal violencia que no
sé cómo poderlo referir; el cuerpo estaba atormentado por intolerables dolores
que, incluso habiendo sufrido en esta vida algunos graves […] todo es
incomparable con lo que sufrí allí entonces, sobre todo al pensar que estos
tormentos no terminarían nunca y no darían tregua”… “Pero a continuación tuve una visión de cosas
espantosas, entre ellas el castigo de algunos vicios. Al verlos, me parecían
mucho más terribles […]. Oír hablar del infierno no es nada, como tampoco el
hecho de que haya meditado algunas veces sobre los distintos tormentos que
procura (aunque pocas veces, pues la vía del temor no está hecha para mi alma)
y con las que los demonios torturan a los condenados y sobre otros que he leído
en los libros; no es nada, repito, frente a esta pena, es una cosa bien
distinta. Es la misma diferencia que hay entre un retrato y la realidad;
quemarse en nuestro fuego es bien poca cosa frente al tormento del fuego
infernal. Me quedé espantada y lo sigo estando ahora mientras escribo, a pesar
de que hayan pasado casi seis años, hasta el punto de sentirme helar de terror
aquí mismo, donde estoy” … “Esta
visión me procuró también una grandísima pena ante el pensamiento de las muchas
almas que se condenan (especialmente las de los luteranos que por el bautismo
eran ya miembros de la Iglesia) y un vivo impulso de serles útil, estando,
creo, fuera de dudas de que, por liberar a una sola de aquellos tremendos
tormentos, estaría dispuesta a afrontar mil muertes de buen grado”.
Ahora que
está muy puesto en práctica la Divina Misericordia, con el Año Santo
Extraordinario, y que se nos vende la Misericordia como una mera baratija más,
alejada de la caridad de la llamada de atención, ofreciéndola sin hacer ver las
condiciones que también la preceden en el arrepentimiento y la conversión, la
Vidente y Secretaria del Amor Misericordioso de Jesús, Santa Faustina Kowalska
nos deja escrito en su Diario: “Hoy, guiada por un ángel, he estado en los
abismos del Infierno. Es un lugar de grandes tormentos en toda su extensión
espantosamente grande. Estas son las varias penas que he visto: la primera
pena, la que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; la segunda, los
continuos remordimientos de conciencia; la tercera, la conciencia de que esa
suerte no cambiará nunca; la cuarta pena es el fuego que penetra el alma, pero
que no la aniquila; es una pena terrible: es un fuego puramente espiritual,
encendido por la ira de Dios; la quinta pena es la oscuridad continua, un hedor
horrible y sofocante, y aunque está oscuro, los demonios y las almas condenadas
se ven entre sí y ven todo el mal propio y de los demás; la sexta pena es la
compañía continua de Satanás; la séptima pena es la tremenda desesperación, el
odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias”… “Estas son
penas que todos los condenados sufren juntos, pero esto no es el final de los
tormentos. Hay tormentos particulares para varias almas que son los tormentos
de los sentidos. Cada alma, con lo que ha pecado, es atormentada de forma
tremenda e indescriptible. Hay cavernas horribles, vorágines de tormentos,
donde cada suplicio es distinto del otro. Haría muerto a la vista de esas
horribles torturas si no me hubiese sostenido la omnipotencia de Dios. Que el
pecador sepa que con el sentido con el que haya pecado será torturado por toda
la eternidad. Escribo esto por orden de Dios, para que ningún alma se
justifique diciendo que el infierno no existe, o que nadie ha estado nunca y
que nadie sabe cómo es”. (Diario, #741).
Sor Lucía de
Jesús, a quien junto con sus Primos, se les presento Nuestra Señora de Fátima,
les muestra el Infierno y todo lo que en él sucede: “[María] Ella abrió de nuevo Sus Manos, como había hecho los
dos meses anteriores. Los rayos [de luz] parecía que penetrasen la tierra y
nosotros vimos como un vasto mar de fuego y vimos a los demonios y las almas (de
los condenados) inmersos en él”…. “Estaban
como tizones ardientes transparentes, todos ennegrecidos y quemados, con forma
humana, ellos se movían en esta gran conflagración, a veces lanzados al aire
por la llamas y absorbidos de nuevo, junto a grandes nubes de humo. Otras veces
caían por todas partes como chispas en fuegos enormes, sin peso o equilibrio,
entre gritos y lamentos de dolor y desesperación, que nos aterrorizaban y nos
hacían temblar de miedo (debe ser esta visión la que me hizo llorar, como dice
la gente que me oyó)”…. “Los demonios se
distinguían (de las almas de los condenados) por su aspecto aterrador y
repelente parecidos a animales horrendos y desconocidos, negros y transparentes
como tizones ardientes. Esta visión duró solo un segundo, gracias a nuestra
buena Madre Celeste, que en su primera aparición había prometido llevarnos al
Paraíso. Sin esta promesa, creo que habríamos muertos de terror y de espanto”.
La Iglesia no busca infundir en sus
Fieles el miedo y el horror a Dios, no le busca infundir la Atricción, que es
el horror de ofender a Dios a consecuencia de irse al Infierno, sino la Contrición,
que es el amor a Dios y el alejamiento del Pecado por Amor a Dios que tanto nos
ama y no quiere que estemos alejados de él. Mas sin embargo, también Jesús
hablo del Infierno, toda la Sagrada Escritura habla del Infierno.
De tal modo que aunque haya personas
que digan: “No puedo creer que el infierno exista siendo Dios tan bueno”, no se
trata de que creamos o no, Dios es bueno ciertamente, pero también es suma
Justicia, y no porque él nos quiera en el infierno, sino porque nuestra
soberbia en hacer lo que nuestro guste quiera, aunque sepamos que me llevara a
ese lugar, nos importa más la propia satisfacción, que el sacrificarnos un poco
para alcanzar la Salvación, nosotros mismos somos los que nos esforzamos por
entrar en la puerta ancha que lleva al infierno. Dios es Bueno, pero no el que
solapa nuestro pecado, al Paraíso no puede entrar absolutamente nada manchado,
de tal modo que solo lo santo entra, lo impuro y que no alcanza ni siquiera a
ser purificado, es arrojado fuera, no tiene raíz ni fruto que rescatar, el alma
misma se ha encargado de acabar con la raíz y con el fruto.
Orar y pedir la gracia de Dios para
seguir caminando. El enemigo ha de disponer mil y un tentaciones para hacernos
caer, caeremos es cierto, somos barro frágil, mas no es perdonable permanecer
en el suelo sino levantarse. Es tiempo de preguntarnos, si el enemigo común no
me da tentaciones o batallas… ¿será acaso que ya estoy bastante sostenido de su
mano, estoy ya haciendo lo que su obra de perdición quiere para mí? ¿Realmente
estoy caminando tan bien que el demonio se ha alejado de mí? Hay que estar muy
atentos, porque sin darnos cuenta, ya no necesita el demonio ocuparse de
nosotros, porque ya estamos caminando como él quiere… Por otra parte, si busco
estar en la mayor gracia de Dios posible, ahí habrá guerra, como enseña San
Agustín: “¿Estas sirviendo al Señor?... Prepárate para conocer la guerra”…
Cuanto más cerca el alma quiera encontrarse con su Señor, más trabajara el
maligno para hacerle caer, más se ocupara de ella para arrebatarle la gracia, y
es donde realmente hay que dar todo por el todo, para ser capaces de ganarlo
todo.
Oremos insistentemente para que la
Gracia de Dios nos fortalezca en esta combate espiritual que todo fiel debemos
atravesar para llegar a ser coronados, el cielo o el infierno es una vida
eterna… ¿A cuál queremos llegar?
Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón de María