“No podemos ser verdaderos Hijos de María
Alejados de Jesús en el Santísimo Sacramento” M.P. Solís
Recordar a
María, es contemplar siempre la dulzura de una madre por el más pequeño de sus
hijos, que aun así, el hijo sea el más ingrato que exista, siempre, la más
tierna de las Madres, está ahí para cuidarle, procurarle el consuelo, y
abrazarle si es necesario. Si eso contemplamos en una madre terrenal, en la
madre personal de cada uno de nosotros, como no podremos sentirnos hijos
verdaderos de María, que día y noche vela de nosotros ante el Trono de su
Divino Hijo, con insistentes lágrimas que siga teniendo Misericordia de todos
nosotros.
Como hijos
de una Nación, recordar lo que Ella ha hecho por nosotros, es sentirnos
privilegiados, pues como ha rezado el Papa Benedicto XIV: “Non fecit taliter
omni nationi”, (con ninguna otra Nación hizo algo igual). Y cierto es que no
solo como nación lo ha hecho, sino que ha querido ir más allá, por cada uno de
nosotros, ha querido que la sintamos en el corazón, como verdadera Madre,
abogada y medianera, un puente especial para salir al encuentro del Verdadero
Dios por quien se vive. Sigue siendo la privilegiada Esclava del Señor, la que
se pone delante de Él, como aurora que anuncia el amanecer, y da paso al Sol
luminoso de la Salvación, la Puerta por la cual entra al mundo la Salvación,
así se ha querido manifestar a los Hombres de todas las generaciones que
habríamos de alabarla, porque el Señor ha hecho por Ella maravillas (Lc.2, 3 –
4).
¿Acaso con
esta muestra de amor no nos sentimos hijos? Sigue insistiendo en ser la Madre,
la salud, la protectora, ¿Qué nos inquieta? Vamos tomados de la mano, pero si
algo nos inquieta el corazón, es signo que nosotros hemos dejado de tomar su
mano, para sentirnos no hijos necesitados de la Madre, sino varones que nos
sentimos autosuficientes, capaces de caminar en el mundo y vencerlo por las
propias fuerzas, aunque esto signifique perdernos en el camino. Cuando Ella, la
Madre, es quien nos lleva de la mano por el Buen Camino, que aun con las
piedras y las caídas, sigue ahí para levantarnos y darnos la palmada para
continuar el camino.
Ella es el
medio más seguro y eficaz, pero no es la meta a donde esperamos llegar sanos y
salvos. Y cuantas veces hemos perdido de vista que a quien debemos encontrar
como Ella es a Cristo, al Hijo, cuando es ella quien nos dice: “Hagan lo que Él
les diga” (Jn. 2, 5), Ella adelanta la Hora del Señor, por obediencia y
humildad, la caridad que arde en su Corazón de Madre por los hijos angustiados,
no se deja ganar en generosidad, que impulsa al Hijo a adelantar su Hora para
que seamos testigos que Dios siempre nos atiende y escucha, y no solo nos da lo
que el corazón necesita, sino que da aún más, lo mejor.
Ella es el
faro que nos dice noche y día: “ahí está él, ahí está Jesús, no le dejen solo”.
Y Ella pone el ejemplo al pie de la Cruz, que aun en medio del más aferrado
dolor de la muerte del Hijo, ahí permanece junto a él, soportando a su lado las
calumnias, las burlas, el menosprecio de los ingratos, y nosotros… ¿no hemos
sido acaso para Ella motivo de lágrimas? ¿Nosotros no hemos escupido al Hijo
que nos dio en su Vientre? Nos engañamos si creemos que hemos sido salvados,
que no guardamos en el corazón algún pecado. Pobres de nosotros, porque también
hemos hecho derramar incontables lágrimas a la más Dulce de las Madres, y Ella,
sigue a nuestro lado pidiendo al Hijo que tenga compasión de nosotros. ¿Cómo
pagaremos todo el bien que Ella nos alcanza?
Nos
gloriamos de estar bajo la Protección de María, en su Advocación de Guadalupe,
pero con cuanta tristeza solo vemos los Templos abarrotados de hijos en su Fiesta.
Le agrada, sí, pero más agrado tendría en ver que sus hijos, se encuentran con
Jesús cada Domingo, que se acercan a él, no solo cuando la necesidad material o
espiritual hace desbaratar al alma. Más parece una devoción de hijos hipócritas
y convenencieros, que como el hijo prodigo, acudimos para reclamar lo que
queremos y alejarnos para despilfarrarlo en una vida cubierta de pecado, y
aunque siempre permanece el Señor a la espera del regreso… ¿Para qué sentir el
remordimiento final para regresar a él, si podemos gozar siempre de su casa?
Un
Verdadero hijo de María, ama lo que la Madre ama, y Ella, ama a Dios con una
intensidad como ninguna creatura humana le ha amado ni le amará jamás, Ella,
que le concibió en su Vientre, que le amamanto, lo crío, lo acompaño a la Cruz
y fue testigo de la Resurrección. Un Católico que se jacté de ser hijo de
María, no puede vivir separado de Jesús en el Santísimo Sacramento, de
recibirlo, porque si Ella fue digna de ser Sagrario de Cristo, él mismo nos
concede el mismo privilegio cada vez que lo recibimos en la Santa Comunión, nos
convierte en sus Templos y nos transforma en Él con una delicadeza, que ni
siquiera los ángeles en el cielo tienen tan grande privilegio de poder
recibirlo, solo nosotros, los hijos.
Que Ella, la Madre Tierna y llena de Dulzura por
los hijos fieles, los alejados que espera con los brazos abiertos, los caídos
que les tiende la mano para levantarlos, nos enseñe a decirle ¡sí! A Dios en
cada momento, para que al final de nuestra vida, podamos escuchar decir: “Aquí
estoy, ven a gozar conmigo de la Presencia de Dios”. Que así nos lo conceda.
Mauricio
Parra Solís
Totus tuus
ego sum et omnia mea tua sunt.
Accipio te
in mea omnia.
Praebe mihi
cor tuum Maria!*
Diócesis de Mexicali, B. C., 02 de Diciembre de
2017