domingo, 20 de septiembre de 2015

De la Devocion a la Santisima Virgen


Cuanto amor debería encender hasta el último rincón de nuestras venas el tan sólo recordar con un suspiro el Dulcisimo Nombre de María. Ante quien todo el coro angélico y de Bienaventurados alaban y glorifican como verdadera Madre, Reina y Señora. En medida ninguna podemos decirnos Cristianos si nuestra lengua no arde en un grito unánime de alabanza a la Madre de Dios. Pues de grandísima forma la ha honrado la Trinidad Santísima, que no sólo ha sido elevada como Reina, sino que todas las Misericordias ha dispuesto que lleguen a nosotros por medio de sus inmaculadas manos.

Oh gloriosa presencia siempre constante llena de ternura y compasión como ninguna jamás después del Padre se ha visto ni oído, que en el orden de la predestinación gloriosa haz formado parte no sólo para hacer llegar en tu medio la Salvación, sino que por medio de Ti, es glorificado el Dios Trino y Uno, la Majestad entera en Ti encuentra la Más elevada morada donde recrearse y reposar para ser así en encuentro más cálido, y que en ningún lugar se haya semejante complacencia, cuanto desde el primer pensamiento del Padre haz sido creada en idea, imagen y gracia. Que poca es la Alabanza que te puede la criatura tributar que de tan excelza majestad gozas, porque mientras más sube el alma a tu Encuentro, las es elevada hasta encontrar el Infinito que da razón al finito limitado de Nuestra pobre existencia. Y puesto que toda alabanza que te es rendida es una corona adornada que presentas al Padre es necesario que cada vez crezca esta alabanza para glorificarlo por medio tuyo, que no encuentra mejor contento el Esposo que ver a la Amada que le presenta obsequios.

Por eso en constante suplica y regocijo caemos postrados a tus plantas, porque eres oasis que desborda un manantial de Aguas purísimas, vivas y ricas  para llenar el alma hasta hacerla reflejo luminoso, y cuanto más reflejamos, más se regocija el Padre porque nuestra alma se funde a tu Corazón Purisimo.

"Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mi" y por imitación filial también la Madre debe vivir en nosotros, porque sólo así el hijo puede vivir a plenitud. De manera que no yerra aquel que llegue a decir en inspiración iluminada del Divino Espíritu que glorifica a la Esposa: "Ya no soy yo quien vive, es María que vive en mi, que me ha tomado y me ha formado para que el Cristo de sus Entrañas viva en mi". Reflejando la dulzura de la Madre es como podremos reflejar la Bonanza del Hijo. Porque la Madre se complace en ver que cumplimos cuanto manda por Misericordia el Espíritu al Alma.

La Teología Mariana en su sencillez vivida, consiste en llegar a Jesús por medio de María, como enseña el Santo de Montfort, puesto que Ella nos enseña la Obediencia de Jesús en su "haced lo que El os diga" y de tal modo Jesús honra a María que la ha dispuesto como camino seguro y luminoso, madre y Señora nuestra a los pies de la Cruz. Puesto que ha recibido de Dios particular dominio sobre las almas para alimentarlas y hacerlas crecer; los predestinados todos están encerrados en el seno de María; sacan todo su alimento espiritual y toda su fuerza de María (El Secreto de María, 14). Ir a Jesús por María es verdaderamente honrar a a Jesucristo, pues dar a entender que por razón de nuestros pecados, no somos dignos de acercarnos directamente ni por nosotros mismos a su infinita santidad... Para que sea Ella nuestra abogada y medianera (El Secreto de María, 36).

Hno. Mauricio de la Cruz


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