miércoles, 12 de abril de 2017

Carta Abierta a los Adoradores del Santísimo Sacramento del Altar II

“El que beba el agua que yo le daré;
No volverá a tener sed jamás,
Sino que dentro de él esa agua se convertirá
En un manantial del que brotará vida eterna”
Jn. 4, 13-14

Hermanos Adoradores:

          
  Ojalá fuéramos verdaderamente conscientes del privilegio tan grande de poder estar a los pies del Maestro, a los pies de Cristo, el Señor. Horas de Adoración nos faltarían si entendiéramos la magnitud de estar ahí. Palabras y fuego nos faltarían para atraer a todos los hombres a esta fuente donde mana inagotable el Amor Divino, porque es un manantial purísimo que sacia toda sequedad humana y espiritual.

            Aquí, a los pies del Señor, se llena todo rincón que yace vacío, se sacia el hambre, se ilumina la tiniebla. El mundo no le conoce y yace vacío, buscando alimentarse de migajas solo por breves momentos y vuelve a sentir hambre; en apariencia sonríe, pero son mortajas que caminan sin vida, porque están vacíos, basta solamente con contemplar su mirada, y vislumbrar que falta la chispa divina. ¡Nos falta la vida en el espíritu! Y es más triste concebir que también nosotros, quienes estamos más cerca, o deberíamos estarlo, yacemos también muchas veces carentes de esa vida.

            ¿Nos escandaliza esto? ¡Y que desgracia es contemplarse en tantos Adoradores! Que deberían ser sino verdaderos campos fecundos donde se ha derramado la Gracia Divina. Si tuviéramos verdadera vida, fecundaríamos al mundo entero con nuestra sola presencia. Más sin embargo, pareciera que somos campos estériles que para nada aprovecha.

            ¡Ay de nosotros! Que sino fecundamos, el día de la cosecha arderá en nuestra tierra un fuego que no se apagará, porque no damos fruto sino cardales y espinas punzantes. ¡Si fuéramos tan solo verdaderos oasis! El mundo, con nuestra sola presencia, sentiría gran hambre de buscar esa fuente de la cual nosotros nos saciamos. Pero pobres de nosotros, y que mal dejamos a Cristo porque le adoramos sin entendimiento ni amor. Así no podemos pretender que otras almas lo conozcan y le amen, si nosotros somos troncos secos e ignorantes. No somos capaces de ser aroma fragante de Cristo, incienso que suba a su presencia agradablemente.

            Escandalizados, sí, de nosotros mismos, de nuestra miseria que no somos capaces de remediar, que nos hemos conformado con ella y que pretendemos que ella sea olor fragante de Dios. ¡Qué engañados estamos! Si mirásemos nuestras pobres almas como el Señor las contempla, mucha misericordia sería que nos permitiera morir al instante, con tal de no despreciarle más, pues pretendemos hacer de la Gracia Divina cómplice de nuestra necedad sin llegar a ser capaces de mover un solo dedo para remediar nuestro mal.

            No nos extrañe que de esta manera nuestros Tabernáculos estén abandonados, empolvados y llenos de telarañas, cuando nuestro espíritu es nido de alimañas ponzoñosas de pecado y de tibieza, en lugar de ser vasos preciosos dignos, donde el Señor tenga su contento. Fuego estamos recibiendo y cuanto quisiera el Señor que ardiera hasta el punto de consumir nuestra pobre existencia para que solo sea él, quien brille delante de nosotros, y por nuestra presencia, llegue a quien anhela llegar por medio nuestro.
           
Por Misericordia, el Señor nos permite estar delante suyo, para gozar y deleitar un poco del fruto que nos espera en la Vida Eterna. ¡Porque entonces nos empeñamos en malgastar este tiempo de Gracia! Pobres almas que no lo valoramos. Mucho esfuerzo es necesario para entender esto, negación y renuncia del mundo que nos engaña y un espíritu muy firme para combatir esta batalla. Los ángeles adoran eternamente la majestad de Dios en su presencia, y nosotros aquí en la tierra, vamos gozando un poco de esa eternidad cada que nos postramos delante de Jesús en el Santísimo Sacramento.

            ¡Cuánto desearía Hermanos que nosotros conociéramos realmente esta grandeza! Más poca es nuestra fortaleza humana para poder resistir tanto amor, porque si el Señor nos concediera tal dicha de experimentar en el alma un rayo del Amor Divino, seguro estoy que moriríamos en el instante, y nuestro corazón explotaría de indecible alegría.

            A Cristo, de amor, una lanza traspaso su Sacratísimo Corazón para poder darnos vida, y ha querido que permanezca abierto, no solo para saciarnos como manantial cristalino que es, sino para hacer en él nuestra morada. Para dar fruto en gran abundancia, por Él, con Él y en Él. Si echamos raíz en el Corazón Eucarístico de Jesús, como él lo anhela, jamás tendríamos la desgracia de ser terrenos infértiles. Dios nos conceda no tener tan espantoso estado de alma, más sin embargo, como somos muchas almas que por desgracia caemos en esta cuenta y gran desolación, que nos atienda con la luz necesaria para entenderla y empezar a remediar nuestros males.

            No nos faltará la Gracia siempre que la clamemos con amor y esperanza que bajará a nosotros como rocío, y nada regresará al cielo, sin antes haber fecundado y dado mucho fruto.  El Señor que conoce nuestros corazones nos asista y tenga mucha Misericordia de nosotros.


Mauricio Parra Solís
Esclavo del Inmaculado Corazón de María


            Mexicali, B.C., 13 DE Abril de 2017. Jueves Santo de la Pasión del Señor.

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